Si la teoría financiera tradicional funcionara, ya nos hubiera caído una bomba atómica sobre los mercados. Pero sabemos que hace tiempo la teoría dejó de ser útil para explicar muchos fenómenos que estamos viendo actualmente. Valoraciones excesivas, precios exorbitantes, relaciones oferta y demanda que se rompieron, un nuevo impulso excesivo (¿burbuja?) al gasto en construcción residencial (gráfica 1), entre muchas otras variables que no tienen sentido alguno. ¿Por qué si todo está tan alto y el dólar está tan caro, sigue todo subiendo y el dólar, allá arriba, como si nada?
Parte fundamental de la explicación es que el dinero sigue yendo «a manos llenas» hacía EE.UU., y toda su amplia gama de activos financieros y no financieros. Los datos muestran que, entre abril de 2020 y septiembre de 2021, la posición de inversión internacional norteamericana ha seguido debilitándose, volviéndose aún más negativa de lo que era antes de pandemia (gráfica 2). Hoy ya es un déficit de más de 15 trillones (billones europeos) de dólares estadounidenses, lo que equivale decir que EE.UU. “debe” al resto del mundo una cifra similar a lo que vale la economía de China. Así, no solo los dólares que ha impreso la FED no han salido masivamente, sino que muchos otros dólares han estado llegando, explicando por qué a pesar de que hoy existen 9 trillones de dólares de masa monetaria adicional (un 30% de todos los dólares que existen han sido creados en los últimos 21 meses), el precio del dólar no baja.
Lo anterior justifica el símil que les digo a los inversionistas de que, en los últimos meses, invertir en EE.UU. es como encontrar petróleo en Arabia: es como ir a la fija; porque donde se ponga dinero, se hace dinero. Con sus excepciones, claro está, porque también es cierto que no todo el mundo la pasa bien: las altas cantidades de dinero han llevado a que vehículos como los money markets, cuyo mandato de inversión fundamental es la estabilidad de la unidad, estén teniendo serias dificultades para invertir.
La solución la dio la misma entidad que creo el problema (sí, adivinaron, la FED). Para mantener las tasas de interés bajas en el corto plazo en medio de una inflación galopantemente creciente (otro desajuste de la teoría tradicional), la FED ha estado comprando bonos de corto plazo de manera masiva, pero subsanando el tema de los money markets abriéndoles la ventana de repos inversos de manera descontrolada. Esta facilidad, antes utilizada para cuadrar las cuentas trimestrales, hoy sirve para que los dineros de corto plazo duerman en las arcas de la Reserva a razón de cerca de 1,5 trillones de dólares diarios (gráfica 3), ganando un «interesante» retorno de 0,05%.
Un tema no menor es que lo que pasa en EE.UU. hace parecer mínimo lo que está sucediendo en otras latitudes. Mientras que en el año hasta la fecha las acciones emergentes habían recibido algo más de 110 billones (110.000 millones según nomenclatura europea) de dólares en flujos de inversión, las acciones norteamericanas han recibido una cantidad 10 veces mayor: 1,1 trillones de dólares. Comparativamente vs. sus promedios históricos, las acciones emergentes (y esto mismo se extiende a los bonos emergentes) han tenido uno de sus mejores años, sin embargo esto no se ha notado masivamente. Así, la bolsa norteamericana sigue ganando participación tanto en el absoluto como en el relativo: en septiembre, la NYSE valía 28 trillones de dólares; y el Nasdaq, 22 trillones de dólares. La bolsa siguiente es Shangai, que vale algo más de 7 trillones de dólares.
Mientras la FED siga metiendo dinero en la economía, creo que la situación va a seguir siendo similar. Si bien ha empezado a reducir el ritmo, el hecho es que mes tras mes sigue llegando dinero fresco a los mercados, con las implicaciones ya conocidas. Realmente el punto de quiebre lo veremos cuando lleguemos a cero, pues ese día ya dejaremos de recibir el flujo para vivir solo del stock de dinero que es alto, pero que no se va a seguir alimentando. Si eso se da en mayo de 2022, podremos ver un verano relativamente agitado en los mercados el próximo año. Así fue la vez pasada, no hay razón para pensar que esta vez será diferente.
Claro, no todo tiene que ser un escenario catastrófico; ni más faltaba (y aclaro, los mercados pueden corregir, pero siempre tienen lógica que vaya al alza). Oportunidades siempre existirán (y en honor de la verdad, cabe anotar que las compañías norteamericanas en los últimos dos trimestres han tenido el mejor margen operativo desde la década de los 50, superando el 15%). Noviembre fue un buen ejemplo de ellas, pues aunque el índice agregado S&P 500 terminó negativo (0,6%), los sectores tradicionalmente defensivos (y que no les había ido bien, cabe decir), como los Servicios Públicos, tuvieron un retorno positivo de 2,5%. Realmente tener un manager local que aproveche dichas oportunidades, o estar en una plataforma offshore que brinda acceso a los sectores de manera desagregada, será totalmente clave.
Otra de las buenas acciones a tomar, será el exponerse a los activos no tradicionales, que han ganado mucha relevancia en los últimos años y, sin duda alguna, lo seguirán haciendo. El mundo internacional ofrece opciones casi infinitas, y para no alargarme, varias que han llamado mi atención recientemente: fondos de private equity con algún grado de liquidez; fondos de crédito privado a sectores específicos (ej, a constructores no residenciales en UK, que es un sector que viene rezagado); o fondos de infraestructura, que pueden tener un ciclo diferente y hasta ahora estar despegando.
El próximo año será retante y, en cierto sentido, muy divertido. Una montaña rusa de emociones, probablemente. Sin embargo, con tantas opciones de inversión disponibles, navegar los momentos de turbulencia que pueden llegar a presentarse, es más sencillo. Toca, eso sí, tener la mente abierta para explorar nuevas posibilidades, que se consiguen por montones y que cada día, están más al acceso de una amplia gama de inversionistas.