“Se han vuelto la corriente principal” o “han alcanzado un punto de inflexión”, ambas son algunas de las expresiones que se utilizan en relación con la inversión verde y sostenible en la actualidad, y su uso está justificado. Añadiendo un mayor peso a estos argumentos, está el crecimiento de los bonos verdes, sociales y sostenibles.
En los últimos dos años, según apunta Evariste Verchere, responsable de las carteras de renta fija cotizada en BlueOrchard, una firma de inversión de impacto líder y miembro del grupo Schroders, la tasa de emisión de estos tres tipos de bonos se ha acelerado, creciendo alrededor del 50% tanto en 2019 como en 2020, según datos de Moody’s, extendiéndose más allá del marco de los bonos verdes “tradicionales”.
La emisión de bonos sociales aumentó varias veces en 2020, superando los 100.000 millones de dólares y reflejando la respuesta a la pandemia.
Los bonos soberanos también han aprovechado este tipo de emisiones para emitir más deuda. La emisión de bonos verdes del gobierno se duplicó a más de 40.000 millones y los ingresos se destinaron a planes de recuperación posteriores a la pandemia y a la reconstrucción ecológica. Alemania, Italia y Suecia emitieron bonos verdes inaugurales, mientras que Francia y Holanda se sumaron a su rango existente y el Reino Unido planea debutar en los próximos meses.
La emisión de bonos verdes y sociales también está creciendo rápidamente en los mercados emergentes. Los primeros en adoptar estas emisiones, como Chile, han aumentado el volumen de bonos verdes en circulación en más de 6.000 millones y han lanzado su primer bono social, al igual que México.
El sector empresarial vio un flujo saludable de primeras emisiones y en una gama cada vez más amplia de industrias, tanto en países desarrollados como en países emergentes.
Se han visto las primeras emisiones de bonos sostenibles en las empresas minoristas de moda, en las empresas de alimentos y bebidas. Esto es un desarrollo bienvenido considerando algunas de las controversias que afectaron a estos sectores en el pasado.
Mediante el catalizador de una pandemia mundial que ha exacerbado los problemas sociales existentes, parece que se ha intensificado el enfoque. La presión para abordar la crisis climática crece inexorablemente. La COP26 tiene lugar a finales de este año, y los países y las empresas se están alineando con los compromisos del Acuerdo de París en torno a la reducción de las emisiones de carbono.
La evolución de los bonos ESG
Los bonos verdes, el mayor componente dentro del marco de los bonos ambientales, sociales y de gobernanza (ESG), se remontan a 2007 y han sido seguidos por varios otros tipos de bonos ESG.
Si bien la especificación y el alcance difieren ligeramente para cada una de las tipologías, un hilo común es el “uso de los ingresos” obtenidos con la emisión para la financiación de proyectos o iniciativas sociales o ecológicas. Luego, el emisor informa sobre la gestión de los ingresos para demostrar que se están utilizando correctamente.
Cada categoría tiene principios formulados por la Asociación Internacional de Mercados de Capitales, que proporcionan un marco y forma la base para su certificación. En el siguiente listado se detallan todos los usos de los ingresos de los fondos recaudados, designados para propósitos específicos relacionados con la inversión con criterios ESG.
Bonos verdes: ingresos utilizados para las iniciativas medioambientales, energías renovables, mejora de la eficiencia energética, prevención de la contaminación, materias primas sostenibles.
Bonos sociales: proporcionan financiación para proyectos que beneficiarán a sectores de la población, como infraestructura básica, agua o saneamiento asequible, ampliando la capacidad de la atención sanitaria.
Bonos de sostenibilidad: una mezcla de objetivos verdes y sociales.
Otra categoría con un ligero giro son los bonos vinculados a la sostenibilidad (SLB). Estos bonos están vinculados a objetivos de sostenibilidad y tienen una cláusula de aumento o “step-up”. Esto significa que, si los objetivos no se cumplen en una fecha determinada, el interés del bono aumenta en una cantidad preestablecida.
¿Estar a la altura de las expectativas?
Los bonos verdes a veces han sido descartados como una herramienta de “green washing” o de lavado en verde, donde la empresa o el gobierno emisor afirman tener fuertes compromisos ecológicos, sociales o de sostenibilidad que no cumplen.
Hasta ahora, la mayor parte de las emisiones verdes provienen de bonos soberanos que no están sujetos a los mismos estándares ni al escrutinio de los inversores que los emitidos por las empresas.
En el caso de SLB, se ha argumentado que sería mejor para los inversores si una empresa no cumpliera su objetivo, ya que daría lugar a una mayor rentabilidad. Otra cuestión es si los objetivos vinculados a los SLB son lo suficientemente ambiciosos.
Por lo tanto, el reciente brote de crecimiento de los bonos ESG ha atraído tanto entusiasmo como cierto escepticismo. Desde una perspectiva a más largo plazo, ciertamente puede ser beneficioso para las empresas comprometerse con resultados ambientales y sociales positivos y establecer objetivos claros.
Las empresas que han integrado buenas prácticas de ESG tienen menos probabilidades de verse afectadas por impuestos ambientales o una mayor regulación, por ejemplo. Aunque esto no elimina el riesgo ni excluye la posibilidad de una mala gestión en otras áreas. Las prácticas y operaciones comerciales que contribuyan a sociedades más coherentes y robustas deberían dar lugar a fuentes de ingresos y crecimiento más sostenibles y duraderas.
Más allá de la etiqueta: la evaluación activa de impacto es clave
El crecimiento de los bonos ESG muestra, en última instancia, la voluntad de abordar los desafíos y riesgos, lo cual es bienvenido. A medida que el mercado continúa creciendo, también deberían mejorar el conocimiento y la solidez de los marcos, especialmente a medida que avanzamos hacia la estandarización. La Unión Europea, por ejemplo, está desarrollando una taxonomía verde y tiene como objetivo establecer un estándar de bonos verdes en el futuro. El requisito de una opinión de segunda parte independiente es una fuente importante de credibilidad.
Dicho todo esto, los bonos ESG no son iguales. Se podría esperar que una empresa que emite un bono verde se preocupe por reducir la intensidad del carbono (las emisiones de carbono a los ingresos), pero los principios actuales del bono verde no necesariamente lo requieren. En Schroders han detectado problemas en algunos sectores, como los aeropuertos y la agricultura, con objetivos loables, como la reducción de los desechos, pero sin poder superar las preocupaciones sobre la intensidad del carbono en la aviación y la producción de monocultivos.
Ser etiquetado como verde o social es sin duda un buen comienzo, pero hay una medida vital para evaluar un bono ESG: la fuerza del impacto positivo que tendrá el uso de los ingresos de los bonos. Esto significa un análisis estrecho y activo del impacto del marco de bonos y los objetivos sociales o de sostenibilidad, y un seguimiento sistemático. Esto, junto con el análisis de valoración y riesgo crediticio, es en última instancia la mejor forma de evaluar los bonos ESG.
En Schroders creen que esto es más eficaz si se realiza de forma independiente de un índice de referencia y de las decisiones de gestión de la cartera. Esta separación de las evaluaciones de impacto reduce la posibilidad de que el gestor de la cartera «marque sus propios deberes» sobre el impacto. No tener un índice de referencia significa que el universo se crea con un enfoque de abajo hacia arriba y se basa en criterios de sostenibilidad o impacto climático y la credibilidad del emisor, sin consideraciones de ponderaciones de referencia o calidad relativa.
El impacto es especialmente relevante en los mercados emergentes donde las vulnerabilidades y los riesgos del cambio climático son más agudos y generalizados. Además, el hecho de que las economías emergentes se encuentren en una etapa más temprana de desarrollo significa que el impacto de cada “dólar verde” invertido puede ser mayor. Los temas actuales clave para Schroders son la protección contra inundaciones, el transporte limpio, los vínculos con el consumo de agua y los objetivos de biodiversidad y los proyectos de energía renovable.
En la opinión de Schroders, construir una cartera sólida y resistente con beneficios de diversificación es la mejor manera de aprovechar plenamente las ventajas y el potencial de los bonos ESG.