Los inversores se encuentran en una encrucijada. Para poder obtener el mismo nivel de rendimientos que en el pasado y conseguir sus metas de inversión, deben tomar un riesgo tres veces superior al de hace dos décadas. Durante la celebración del 2017 MFS European Investment Forum en Londres, Michael Roberge, CEO, presidente y CIO de MFS Investment Management, hizo hincapié en las dificultades seculares y cíclicas a las que se enfrentan los inversores, así como la importancia de escoger gestores activos que apuesten tanto por invertir en un horizonte a largo plazo y que tengan convicción en sus carteras.
Los desafíos seculares
Tras la crisis financiera, la prolongada actuación de los bancos centrales para intentar estabilizar la marcha de la economía ha propiciado que los tipos de interés se encuentren en unos niveles extremadamente bajos, con algunos países llegando incluso a niveles de tipos negativos. Estos bajos niveles de tipos han cambiado por completo el entorno de inversión, ayudando que tanto a los bonos como a los activos de riesgo se encuentran en sus récords máximos de valoración. Muchos inversores, incluyendo MFS, se están preguntando ¿hacia dónde lleva este entorno? Mientras que los precios de los activos son caros hoy en día, unos tipos de interés bajos por más tiempo probablemente disminuyan los retornos tanto para los inversores de renta variable y renta fija en los ciclos económicos futuros. Con este telón de fondo, los inversores se encuentran con desafíos para alcanzar sus metas de inversión. Se puede esperar ver muchos más inversores tomando un riesgo mayor para alcanzar el mismo retorno histórico que podrían esperar alcanzar en un entorno mucho más normalizado. Para ilustrar el caso, Michael Roberge mencionó un estudio realizado por la firma de consultoría especializada en servicios de inversión Callan Associates. El informe muestra que, en 1995, para obtener un rendimiento medio del 7,5%, rendimiento medio que la mayoría de planes de pensiones esperan obtener en el largo plazo, un inversor tenía que invertir el 73% de su cartera en bonos y el 27% en activos monetarios. La volatilidad de la cartera, medida por su desviación estándar, se situaba en torno al 6%, por lo que realmente el inversor no se exponía a un exceso de riesgo. En la siguiente década, el deterioro de los tipos de interés ha significado que, para conseguir un mismo retorno del 7,5%, se tengan que incluir nuevas clases de activo. Los inversores tuvieron que ampliar su asignación más allá del espectro de renta fija, necesitando tomar una serie de riesgos adicionales, por ejemplo, incluyendo renta variable y activos alternativos. La nueva cartera invertiría ahora un 52% en renta fija, un 40% en renta variable y un 9% en activos alternativos, debiendo incluir exposición a private equity y bienes raíces. Esto resulta en una mayor complejidad en la cartera que incurre en un riesgo mayor, con una volatilidad del 8,9%, representando un aumento del 50% con respecto a la cartera de la anterior década. Avanzando otros 10 años, en 2015, tras la crisis financiera global y con una dramática caída en los tipos de interés, los bancos centrales aumentaron de manera significativa sus balances con las medidas de relajamiento cuantitativo. Para conseguir nuevamente la misma rentabilidad del 7,5% la cartera debería ahora invertir un 12% en renta fija, un 63% en renta variable y un 25% en activos no tradicionales. Teniendo en cuenta la complejidad de esta cartera, el riesgo sube hasta el 17,2%, triplicando los niveles de hace 20 años. “Esto explica el estrés actual de los inversores a nivel mundial, porque pueden ver el potencial de unos retornos futuros mucho menores que aquellos del pasado. Por supuesto, siguen teniendo que mantener sus metas de inversión. El problema reside en que ahora deben tomar un mayor riesgo para conseguirlas”, señaló Roberge.
Los desafíos cíclicos
Si bien Estados Unidos está experimentando su segundo ciclo económico más largo desde la segunda guerra mundial, es imposible predecir cuánto más le puede quedar a este ciclo. Evidentemente se puede decir que se acerca el final y los inversores deberían estar comenzando a pensar en preservar capital en lugar de aumentar su riesgo.
Las economías globales han tenido un desempeño relativamente bueno. La inflación sigue sin representar un problema y los bancos centrales continúan siendo relativamente acomodaticios. A esto se añade un ambiente probablemente propicio para que la volatilidad pueda continuar siendo baja. Los inversores se han visto forzados a asumir un mayor riesgo, viéndose abocados a participar en el mercado de renta variable, pero esto funciona “hasta que deja de funcionar”. Históricamente, cuando se ha entrado en periodos de baja volatilidad, éstos suelen mostrar un signo de complacencia por parte de los mercados, que según la opinión de Roberge, no debería tardar mucho en verse un repunte en volatilidad y en darse la vuelta el mercado. En la actualidad, los inversores no están discriminando entre empresas con resultados positivos y empresas con resultados negativos, el ciclo parece haberse olvidado de la posibilidad de que el mercado incurra en una corrección.
La importancia del horizonte temporal y la convicción en las carteras
MFS enfatiza la importancia de comprender tanto el horizonte temporal como la convicción, dos factores que han sido con frecuencia omitidos en este largo ciclo económico. En un entorno de baja volatilidad con bajos tipos de interés, los inversores se han visto obligados a tomar un mayor riesgo entre las distintas clases de activos, incluyendo oportunidades menos líquidas, como la inversión en infraestructura y en private equity para alcanzar un cierto nivel de retornos.
En primer lugar, se debe determinar el horizonte de inversión, dentro del ciclo del mercado, porque eso determina los criterios de evaluación de los gestores. El ciclo de los mercados puede determinarse de pico a pico o de valle a valle. Para evaluar correctamente cuál ha sido el desempeño de un gestor dentro de una clase de activo se necesita tener en cuenta el ciclo de inversión completo. Sin embargo, a pesar de que el 57% de los inversores institucionales definen un ciclo completo de mercado entre 7 y 10 años, el rendimiento de los gestores se suele medir en un rango de 1 a 3 años. Esto es un claro desequilibrio en el proceso de evaluación de los gestores. “Los estudios realizados al respecto demuestran que al no dar tiempo a los gestores a completar un ciclo se pierde rendimiento. En concreto, entre un 1% y un 2% al año, una cifra que puede parecer no muy elevada, pero teniendo en cuenta el nivel de bajos tipos de interés que se atraviesa en la actualidad puede representar un problema para los inversores a nivel global. Ahora, dado el momento actual del ciclo es el estado ideal para identificar maneras de preservar el capital. Es un entorno en el que la gestión activa suele tener un mejor desempeño. En un mercado tan avanzado en el ciclo, los inversores siguen persiguiendo conseguir la beta del mercado, cuando en realidad deberían estar precisamente haciendo lo contrario”.
De nuevo, retomando el tema de la importancia de la inversión a largo plazo, Roberge hizo referencia a Warren Buffet, al que muchos consideran el mejor inversor del mundo: “Si se comparan los retornos de Berkshire Hathaway durante los últimos 30 años contra el índice S&P 500, puede verse que la firma liderada por Buffet supera en 600 puntos base al índice del mercado. En cambio, si se examinan distintos periodos de tres años, un 37% de las veces su empresa obtuvo unos rendimientos menores. De ser un fondo mutuo, Warren Buffet hubiera sido despedido como gestor. Pero al ser Warren Buffet, se le permite disponer de tiempo para realizar buenas decisiones a largo plazo y dejar que poco a poco se vayan materializando. Como consecuencia, los retornos obtenidos en un periodo de 10 años superan al índice S&P 500 en un 95% de los casos. Es muy sencillo, el tiempo importa, es necesario permitir que a un gestor de inversiones con convicción entregar el alfa que los clientes necesitan para obtener sus metas a largo plazo”.