A medida que transcurre este extraordinario periodo de la historia, la magnitud del daño causado por la pandemia de coronavirus se torna más y más alarmante.
Por supuesto, somos conscientes de la cantidad de vidas segadas prematuramente por el virus, y del coste financiero de las medidas de confinamiento implementadas para combatirlo. No obstante, un aspecto menos debatido ha sido el de sus implicaciones económicas para la gente más vulnerable del mundo.
El coste humano de la pandemia
En la última década, la proporción de la población mundial en situación de pobreza extrema (definida como toda persona obligada a subsistir con menos de 2 dólares al día) ha caído de forma constante, desde más del 10% hasta algo más del 8%.
Sin embargo, la pandemia ha puesto fin abruptamente a esta tendencia. Las previsiones actuales estiman que de 49 a 420 millones de personas podrían verse empujadas hacia la pobreza extrema como resultado del virus.
Esto no debería sorprender a nadie, ya que la probabilidad de sufrir la enfermedad, su impacto económico más duradero y el daño al crecimiento económico global serán más pronunciados entre los más pobres del mundo.
A los países en vías de desarrollo va resultarles mucho más difícil (si no imposible) obtener financiación y gastar dinero del mismo modo que los gobiernos más ricos para amortiguar el golpe asestado a la actividad económica, y por ende a las rentas de los hogares.
«Brotes verdes» para el medioambiente
Tal vez el único lado positivo de este terrible acontecimiento es que podría representar un punto de inflexión en la batalla contra el cambio climático irreversible provocado por la actividad del hombre.
En abril de 2020, con muchas regiones del planeta en pleno confinamiento, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) fueron casi un 20% más bajas que un año antes. Las emisiones diarias de dióxido de carbono cayeron hasta niveles que no se veían desde el comienzo del milenio.
Pese a reflejar malas noticias, esta reducción es intrínsecamente positiva. El éxito de modelos de negocio alternativos que utilizan en mayor medida el teletrabajo y las cadenas de suministro locales (aunque no por diseño propio sino más bien obligados por las circunstancias) podría acelerar los cambios necesarios para que las emisiones globales se sitúen en una senda descendente.
No obstante, es posible que el optimismo se vea moderado por indicios de que el descenso podría haber sido una mera anomalía: las emisiones volvieron a subir en mayo y junio, cuando partes del mundo despertaron tras el confinamiento.
Aunque la mejora evidente de la calidad del aire se ha agradecido, persiste el reto de recortar las emisiones cada año para limitar los aumentos de la temperatura media a un nivel sobradamente inferior a los 2° C respecto a los niveles preindustriales, tal como se dispuso en el Acuerdo de París sobre cambio climático en 2015.
La oportunidad para «reconstruir mejor»
La ruta que elijamos en los próximos meses tendrá implicaciones importantes para las generaciones venideras. Debemos asegurarnos de que la recuperación es sostenible y justa, incluyendo medidas que velen por el clima y reduzcan la pobreza. El mundo también necesita redoblar sus esfuerzos para proteger la naturaleza, sobre todo a la luz de los vínculos entre la pérdida de biodiversidad y el riesgo de transmisión de virus de animales al ser humano.
Nosotros y otros inversores podemos contribuir a respaldar a los gobiernos en la implementación de políticas que fomenten una recuperación verde. En nuestra opinión, esto ayudaría a su vez a los inversores con horizontes a largo plazo. En junio de 2020, M&G Investments anunció su respaldo del llamamiento del Grupo de Inversores Institucionales sobre Cambio Climático (IIGCC) a favor de una recuperación económica sostenible del COVID-19 en la UE.
Pienso que la inversión de impacto puede jugar un papel central en tal recuperación. Invirtiendo en compañías que abordan los retos sociales y medioambientales más apremiantes del mundo podemos no solo perseguir rentabilidad financiera, sino también tratar de contribuir a un futuro más sostenible y más justo.
Columna de Ben Constable-Maxwell, director de Inversión Sostenible y de Impacto en M&G Investments.
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