La potencial subida de los precios de la energía a nivel mundial durante un período más largo ha hecho que se establezcan paralelismos con la década de 1970. En aquel momento, los precios del petróleo fueron muy volátiles durante un largo periodo y los salarios aumentaron en muchas economías occidentales. Genesis y Pink Floyd sonaban de fondo, pero según la visión de las gestoras, la música de ahora es diferente y la estanflación no es la melodía principal.
Según explica Simon Keane, experto en renta variable de Schroders, como resultado de aquellos años 70, varias de las grandes economías experimentaron estanflación, una combinación de desaceleración del crecimiento y aceleración de la inflación subyacente. “Esto se conoce a menudo como inflación por el lado de la oferta, que puede ocurrir cuando las economías tienen menos capacidad de la esperada como resultado de la escasez de mano de obra o de cuellos de botella, por ejemplo”, apunta Keane.
En opinión de DWS, si comparamos la situación actual con aquella crisis del petróleo, vemos que estamos ante fenómenos muy distintos. “Parafraseando la famosa frase que se atribuye, entre otros, a Maslow, para un martillo, todo son clavos, lo que puede ayudarnos a entender por qué últimamente se habla tanto de estanflación. Durante la década de los 1970, la inflación marcó máximos a consecuencia de las dos crisis del petróleo, poco antes de que el crecimiento se desplomase, lo que se tradujo en unas brechas de producción amplias y persistentes. Dicho de otro modo, mucha gente que quería trabajar no pudo encontrar empleo, en parte porque los sindicatos exigían unos salarios altos para proteger el poder de compra de los que sí tenían trabajo. El término estanflación surgió entonces para referirse a esta paradójica situación, caracterizada por unas tasas de inflación y de desempleo persistentemente altas”, explican desde la gestora.
Según Olivier de Berranger, director de gestión de activos en La Financière de l’Echiquier (LFDE), la situación actual es radicalmente distinta. Según explica, “la demanda mundial da muestras de gran fortaleza, sobre todo en los países desarrollados, y es precisamente esta sobredemanda, en un contexto de oferta temporalmente restringida a causa de las secuelas de la crisis del coronavirus, lo que provoca la inflación. Además, resulta difícil hablar de estancamiento de la actividad económica con un crecimiento mundial que se cifra en el 4,5% en 2022 y que rozará el 6% este año”.
“Los datos económicos han seguido siendo sólidos. Vemos un crecimiento económico robusto hasta 2022, mientras que la inflación se modera hasta una tasa superior a la anterior a la pandemia. La justificación de nuestra hipótesis de crecimiento se basa en que los responsables políticos mantienen su postura de apoyo, así como en que el ahorro de los consumidores sigue siendo elevado y los balances de las empresas privadas están saneados”, añaden James Beaumont, Head of Multi Asset Portfolio Management de Natixis IM, y Nuno Teixeira, Head of Cross-Asset Diversified Beta Solutions de Natixis IM.
De todas formas, Berranger reconoce que estamos ante una ralentización de la actividad más fuerte y más precoz de lo previsto, lo que está suscitando inquietud, pero no justifica calificarlo de estanflación. “La escasez de energía, una inflación que terminará erosionando la demanda, el riesgo inmobiliario chino y las perturbaciones de las cadenas de producción y suministro son elementos que enfrían los ánimos de los inversores. Todo ello lleva a preferir las acciones de crecimiento visible y a dar la espalda a las acciones más cíclicas, que tienen un perfil más value. Así, mientras que algunos sectores que cotizan con descuento (como la banca o la energía) monopolizan las primeras posiciones aupados por la subida de los tipos y la escalada de los precios de las materias primas, otros (como el turismo y los bienes de equipo) se sitúan en el furgón de cola debido a las inquietudes que pesan sobre la pervivencia del ciclo económico”, añade.
Respecto al papel que juega el mercado laboral y los salarios, ya que, actualmente, preocupa a los economistas que la mano de obra se ha reducido desde la crisis del COVID-19. “Si la mano de obra se ha reducido realmente en EE.UU., hay menos capacidad disponible en términos de brecha de producción. La brecha puede ser más pequeña de lo que quizás nos imaginamos y eso podría significar que la inflación subyacente sea más duradera», explica Keith Wade, economista jefe de Schroders. Sin embargo, los datos no muestra este aumento de desempleo ni falta preocupante de mano de obra.
Posibles escenarios
Para Keane analizar si podemos caer en esa misma dinámica constituye una posibilidad marginal: “Si no se lleva a cabo una gestión económica adecuada, existe el riesgo de que se produzca un aumento de los salarios y los precios, la denominada espiral de precios salariales a la que se refería el economista jefe del FMI, Gita Gopinath, a principios de octubre. En este caso, las expectativas de inflación se convierten en una profecía autocumplida. Los precios suben – o se desanclan- como resultado. En la actualidad, algunos elementos de la inflación subyacente, que aumentaron con la reactivación de la economía estadounidense a principios de año (coches de segunda mano, billetes de avión y ropa, por ejemplo), se han moderado, lo que da motivos para el optimismo”.
Una reflexión en que también coincide Chris Iggo, CIO Core Investments de AXA Investment Managers, quien ve en la estanflación “el escenario menos probable”. En sus palabras: “Existe el riesgo de recesión, pero un cambio persistente a la baja en el crecimiento y un cambio al alza en la inflación parece ser una opción muy poco probable. El consenso estima un crecimiento del PIB del 4% en Estados Unidos y la zona euro el próximo año. Prefiero apostar por eso y una moderación de la inflación que por volver a los años 70”.
Por otro lado, según Iggo, “en el peor de los casos”, el escenario más probable sería, que ante “la acumulación de evidencia sobre el incremento de la inflación”, los responsables de la política monetaria decidan “ajustar las condiciones de manera mucho más rápida y agresiva” que la prevista. “Esto provocaría un aumento en los tipos de interés reales y las primas de riesgo, endureciendo las condiciones financieras y reduciendo expectativas de crecimiento y beneficios. Sería una recesión clásica impulsada por la inflación y los tipos de interés”, concluye el experto.