El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, inicia su mandato batiendo récords. Como vemos en la gráfica, ningún presidente en los últimos 20 años ha despachado tantas órdenes ejecutivas como él en tan poco tiempo.
La premura tiene que ver con su edad, dado que es probable que no se presente a la reválida de 2024, pero sobre todo con su intención de aprovechar al máximo su capital político, puesto que alcanzó la mayoría tanto en voto electoral como en voto popular, posee el control de las dos cámaras del Congreso y ostenta una popularidad en las encuestas que supera la cota más alta alcanzada jamás por Donald Trump.
Este poder para hacer realidad promesas electorales evoluciona como la imagen en espejo de una J y va erosionándose con el tiempo, a medida que se van adoptando medidas impopulares de carácter estructural. En EE.UU. los nuevos gobiernos experimentan un pico en actividad administrativa el primer año, en un intento de poner en práctica sus agendas económicas y políticas y al mismo tiempo, de salvaguardar sus opciones de victoria en las elecciones Mid Term, que tienen lugar dos años después de las presidenciales.
Los demócratas entienden perfectamente esta realidad, por eso su objetivo es alcanzar un acuerdo de consenso para aprobar el paquete fiscal de 1,9 mil millones de dólares (American Rescue Plan, ARP), preservando sus dos bazas para impulsar proyectos de ley en el contexto de la reconciliación presupuestaria. De esta forma, Biden podría apadrinar más adelante un incremento adicional en gasto público, otro paquete fiscal esta vez enfocado en el crecimiento, que tendría que venir acompañado de una subida en impuestos (para poder beneficiarse de su mayoría simple en el Senado y evitar la regla de Byrd).
Y lo cierto es, como encontramos en las gráficas, que los síntomas justificarían la aprobación del Covid Relief in Consolidated Appropriations Act el pasado diciembre, de 934 mil millones de dólares en ayudas adicionales a desempleados y a pymes.
A pesar de que en EE.UU. hoy hay 10 millones de parados más que hace 12 meses y que los beneficios de CARES se extinguieron completamente en octubre, con un desembolso tan cuantioso y reciente no es evidente que Joe Biden esté dispuesto a jugarse muchas plumas en defender la dotación original de su paquete de rescate (ARP, $1,9 billones). Entre otros, los motivos que encontramos son:
- En el ámbito sanitario las cifras de trasmisiones/hospitalizaciones por Covid-19 descienden desde máximos, y estados como NY o CA han comenzado a relajar algunas restricciones, J&J – con sus enormes capacidades de producción y distribución global – recortará el tiempo para alcanzar la inmunidad grupal al presentar esta semana los resultados de sus análisis de Fase III y obtener la aprobación para uso de emergencia; en esta misma línea, son fuente de optimismo las noticias respecto a la fuerte caída en transmisiones experimentada en Israel (que ya ha inoculado a un 49,1% de su población vs 7% en EE.UU y 2,9% en España) tras la administración de la primera dosis de la vacuna. Por su parte, el nuevo presidente pisa el acelerador para poder inyectar a más de 150 millones de estadounidenses en tres meses.
- Alcanzar un acuerdo bi-partisano parece complicado; haría falta contar con todos los senadores azules y como mínimo 10 del lado republicano. Demócratas conservadores como Joe Manchin (WV) o Mark Kelly (AZ) han mostrado su disconformidad respecto al incremento (desde 600 hasta 2.000 dólares) en la cuantía de los cheques a distribuir; estos pagos directos a los ciudadanos sumarian 465.000 millones de dólares y en su conjunto el ARP aplicado en su totalidad dispararía el déficit hasta el 24,9% del PIB dificultando el compromiso de Janet Yellen de mantener un dólar fuerte.
- Incluso si Biden agota la vía de la negociación y acude a la reconciliación, no queda claro que pueda mantener la integridad de su propuesta fiscal. Componentes como el incremento del salario mínimo hasta los 15 dólares/hora o los 350.000 millones de dólares para instituciones estatales y locales podrían no ser aptas para este tipo de aprobación. Usar la reconciliación exigiría compensar su impacto en el déficit a través de iniciativas que incrementen los ingresos públicos y que pasarían por la recaudación de entre 2-4 billones de dólares adicionales en impuestos a empresarios y ciudadanos, algo que sin duda haría más ardua la tarea de defender la mayoría en el Congreso en las elecciones de 2022.
- Se está poniendo en duda la eficiencia en la distribución de la “paga extra” de Biden. Las familias muestran una situación financiera desahogada. Las ayudas extendidas los últimos 10 meses y una disminución en gasto de ocio han resultado en la acumulación de 1,5 billones de dólares extra de ahorro (que permitirían al estadounidense disparar un 10% el consumo personal como resultado de la demanda diferida); el precio de las viviendas se ha mantenido estable y el de los activos financieros está en máximos propiciando el incremento de la riqueza de las familias. Por eso tanto políticos como economistas se han mostrado preocupados por el perfil cada vez más especulativo de los inversores minoristas; una familia tipo (dos adultos, tres niños) con ingresos totales inferiores a 150.000 dólares anuales podría llegar a recibir hasta 4.600 dólares; la distribución de los cheques es muy uniforme por rango de ingresos de manera que para las rentas medias no representa un cambio sustancial y está fomentando la inversión especulativa en bolsa.
A pesar de haber sobrevivido a dos burbujas y a incontables episodios de risk off, resulta chocante el caso GameStop (GME, +1.750% en lo que llevamos de 2021) y su impacto sobre la estructura de flujos en el mercado; el “aburrimiento” covid, las tasas de interés deprimidas y el bajísimo coste de oportunidad, las transferencias fiscales y el auge en popularidad de blogs Off Wall Street para inversores amateur (FinTwit, TikTok FInance, y r/wallstreetbets, los más hardcore y recomendables para alegrarse el día) están detrás de este fenómeno que parece contagiarse con la rapidez de la cepa B-117 del virus (BBBY, PBI, LUMN, SKT, AMC, FOSL, FIZZ, IRBT, PBI, son otras acciones que muestran síntomas similares).
Bitcoin, la explosión en penny stocks y microcaps, o el auge de las SPACs (que nos da para otro editorial) sirven asimismo de advertencia respecto al abandono de patrones fundamentales de inversión entre los minoristas. Fondos como Melvin Capital, Maplelane o DI Capital Partners acumulan pérdidas de doble dígito por lo impredecible de los vaivenes en sus posiciones cortas y otros manejadores de hedge funds toman nota y comienzan a reducir su exposición neta a la renta variable; Algunos brokers online (RobinHood, Interactive Brokers) restringen la operativa en este tipo de valores y BofA incrementa para títulos similares las garantías de compras apalancadas hasta 100%.
Por todo ello es probable que el paquete resultante de las negociaciones que tendrán lugar a lo largo del mes de febrero acabe siendo más discreto que lo que el mercado venia descontando. El exceso de optimismo, los indicios de actividad especulativa, el calendario (febrero, el segundo peor mes en rentabilidades medias mensuales para el S&P 500 desde 1928; -0,11% vs -0,05% para mayo) y la anticipación de los inversores en el proceso de rebalanceo de carteras, puede ofrecer oportunidades interesantes las próximas semanas. Stay tuned.