Ante el agravamiento de las tensiones en el panorama geopolítico actual, el debate en torno a la inversión sostenible se ha intensificado. Sobre el terreno, la Encuesta ESG a Analistas de 2022, realizada por los analistas de inversiones de Fidelity International, pone de relieve cómo están realizando progresos las empresas, pero es preciso hacer mucho más.
La encuesta a analistas de Fidelity International de 2022 sobre las cuestiones de sostenibilidad llega en un momento delicado. El mercado de la inversión sostenible ha alcanzado los 35 billones de dólares, pero se enfrenta a una serie de desafíos. Los reguladores están mirando con lupa cada declaración, mientras que el contexto de mercado se ha transformado sustancialmente debido a la guerra en Ucrania, los descensos tanto de la renta fija como de la renta variable y el mayor repunte de la inflación en décadas. La encuesta, que recoge las opiniones de 161 analistas de inversiones, muestra que las empresas están esforzándose, pero que todavía hay más palabras que hechos.
En un plano positivo, aproximadamente la mitad de los analistas de Fidelity International cree que sus empresas hacen esfuerzos en materia de ESG que igualan o superan lo que comunican. No obstante, eso nos deja con la otra mitad. Los ejemplos de los analistas incluyen una empresa petrolera que atrae mucha atención hacia sus inversiones en energías renovables, a pesar de que suponen solo una diminuta parte del conjunto del negocio, o una compañía de servicios para piscinas que se autodenomina “empresa de gestión de aguas”. Casi el 90% de los analistas de Fidelity International del sector energético afirma que sus empresas promocionan unas credenciales ESG mejores de lo que justifican sus actos.
Sin embargo, la brecha entre las aspiraciones y la realidad es, en sí misma, una señal de que las empresas saben lo que deben hacer, aunque sus declaraciones sean exageradas. Es sabido que está poniéndose más la atención a las cuestiones ESG en las empresas en las que las gestoras invierten. La encuesta muestra que el 56% de los equipos directivos ahora supervisa directamente la sostenibilidad, frente al 52% del año pasado. Las empresas están respondiendo a la presión de los reguladores y los inversores. El desafío reside en ayudar a las compañías a definir planes que sean ambiciosos y eficaces, pero que no estén fuera de su alcance o sean exagerados, y que puedan supervisarse y actualizarse regularmente.
Ahora los consejos de administración no solo prometen divulgar datos relevantes en materia de ESG, sino que están creando departamentos para contabilizarlos y publicarlos, igual que sus contables comunican los datos financieros.
La capacidad del mundo de la inversión para hacerlo todavía está desarrollándose, pero es potente, ya que se están produciendo cambios significativos y merece la pena destacarlos. En la encuesta, los analistas de Fidelity International ofrecen relatos detallados sobre los procesos de diálogo tanto individuales y directos como colaborativos con las empresas, donde hacen preguntas difíciles a la alta dirección a partir de evaluaciones detalladas sobre sus planes en materia medioambiental, social y de gobierno corporativo. Lo más importante es que son los mismos analistas financieros que llevan mucho tiempo encargándose de observar las empresas y los sectores en busca de oportunidades de inversión: conocen estas empresas y conocen a los altos cargos que están involucrados. Ahora los consejos de administración no solo prometen divulgar datos relevantes en materia de ESG, sino que están creando departamentos para contabilizarlos y publicarlos, igual que sus contables comunican los datos financieros. Eso crea puntos de referencia desde los que se puede empezar a evaluar de manera convincente si las empresas están realmente haciendo progresos. Un ejemplo son los objetivos de cero emisiones netas de carbono.
La encuesta muestra que se perciben más lejos en algunos sectores que hace un año. Eso refleja la magnitud de la aceleración que es necesario imprimir, pero también que están mejor equipados para evaluar los planes de las empresas para llegar ahí. El alcance de la actividad también está ampliándose. Hace un año, las emisiones de gases de efecto invernadero y el gobierno corporativo protagonizaban las conversaciones con los consejeros delegados. Este año, ellos y sus equipos directivos pueden responder elocuentemente sobre los plásticos y la deforestación, la biodiversidad y la gestión del agua. Las empresas estadounidenses, que han marchado por detrás de Europa, están empezando a ponerse al mismo nivel. Existe una complejidad real, especialmente en torno a la transición energética. Un ejemplo sería una empresa energética que todavía se aferra al carbón. El simple hecho de dar de lado este valor permite a otros inversores, a los que no les interesa el impacto en el clima, hacerse con una ganga. La transición real consiste en colaborar con las empresas en su plan de sostenibilidad, apoyar las adquisiciones, animarlas a mantener la industria local y lograr un cambio en sus proveedores y clientes. Unas definiciones más claras ayudan a tomar las decisiones complejas y multidimensionales que exige la transición ecológica.
Cambiar las reglas del juego
Lejos de ser desalentador, la mayor vigilancia y la creciente atención de las empresas sugieren que el cambio es real. Sin embargo, pone de relieve que a menudo existe una desconexión entre la naturaleza cortoplacista de los mercados y la planificación a largo plazo necesaria cuando se aborda el cambio climático y se trabaja para que las sociedades sean más estables y adaptables. No obstante, la respuesta es no cejar en el empeño de utilizar el sistema financiero para lograr el cambio. Pero es el propio sistema el que debe cambiar adoptando las definiciones y las normas internacionales acordadas y arrojando luz sobre la inevitable complejidad de la transición hacia una economía más ecológica e inclusiva.
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