El escenario al que los consultores geopolíticos asignaban una probabilidad de incidencia de menos de 10% parece estar consolidándose, en línea con lo telegrafiado por Joe Biden y su equipo las últimas semanas. El catalizador ha sido el reconocimiento ruso de la independencia para las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk y la excusa el envío de tropas para evitar «un genocidio».
El pasado jueves despertamos con las noticias de bombardeos en Kiev, y aunque la información es difusa y no del todo uniforme, todo apunta a una ocupación a gran escala con despliegue de tropas y columnas de tanques desde norte, sur y este. El objetivo final de Vladimir Putin sigue sin desvelarse del todo, pero el desarrollo de los acontecimientos se asemeja a lo sucedido en Georgia en 2008.
Rusia sigue manteniendo que sus planes no pasan por ocupar territorio o causar daño a la población. Putin afirmó el 24 de febrero que «las Fuerzas Armadas rusas no están lanzando ningún ataque con misiles o artillería sobre las ciudades de Ucrania. Las armas de alta precisión destruyen la infraestructura militar: campos de aviación militar e instalaciones de defensa aérea de las Fuerzas Armadas de Ucrania. La población civil no corre peligro».
Su objetivo, dijo, es desmilitarizar a los pro-ucranianos para proteger a las regiones insurgentes, aunque las primeras incursiones de tropas desde Bielorrusia no apoyan esta tesis. Según explica este artículo, el escenario, ahora más probable, de invadir y someter a un país de 44 millones de habitantes y fracturado ideológicamente puede acarrear un coste que Putin aún no esta dispuesto a asumir. Tampoco queda claro si la sustitución del gobierno actual por otro más afín a los intereses de la Federación Rusa no terminará en un quebradero de cabeza por una hipotética “balcanización” del país. No olvidemos lo que sucedió hace no tanto cuando Moscú intentó imponer a un presidente “marioneta” (Viktor Yanukovich, 2014).
La situación es muy fluida y puede dar un giro con rapidez. En el momento de redactar estas líneas, todavía desconocemos las sanciones que en unas horas anunciará Biden –que probablemente no sean demasiado onerosas y se centren en la congelación de activos de personas y entidades de interés o restricciones al acceso de productos de alta tecnología– ni cómo reaccionará Moscú (que con superávits gemelos y 630.000 millones de dólares en reservas puede aguantar el tirón). Y tampoco tenemos datos suficientes para estimar las probabilidades de una ola masiva de refugiados hacia el oeste (que EE.UU. cifra en hasta 5 millones de ucranianos), la reacción de países occidentales como Polonia (que recientemente ha encargado a EE.UU. tanques por valor de 6.000 millones de dólares), los países bálticos o Rumanía, que pueden sentirse amenazados y militarizar sus fronteras, la incorporación de Finlandia y/o Suecia a la OTAN (avivando los temores rusos), o la disrupción resultante en flujos de turistas y mercancías.
Adicionalmente, teniendo en cuenta la merma en la capacidad de maniobra de los bancos centrales a nivel global –inmersos en apagar el fuego de la inflación–, es probable que los próximos días seamos testigos de revisiones a la baja en estimados de crecimiento en PIB que afectarán al optimismo de analistas y estrategas de renta variable.
Todo lo anterior invita a tener paciencia antes de aprovechar el río revuelto.
No obstante, hay argumentos para mantener una visión constructiva a medio plazo:
A pesar del rally en bonos largos, la pendiente de la curva estadounidense (38 pbs.) y alemana (56 pbs.) disipan el riesgo de contracción económica en 2022. Utilizando datos históricos del S&P 500 desde 1970, mercados bajistas en la bolsa norteamericana (entendidos como caídas desde máximos iguales o superiores al 20%) han precedido o coincidido (excepto en 1987) con episodios de recesión. Rusia y Ucrania solo representan un 2% del PIB global; una crisis macro en estos dos países no sería suficiente para precipitar una recesión global.
- La corrección ha llevado a los índices a la sobreventa técnica, y a los termómetros de sentimiento inversor (institucional y minorista) a lecturas próximas al pánico.
- De los más de 80 eventos de carácter geopolítico (guerras, ataques terroristas y crisis políticas y económicas) ocurridos desde 1930, la media de rentabilidad de aquellos no globales, circunscritos a un país o región, y sin participación directa estadounidense o aliada, resultaron en pérdidas de 8% a 10% de media. Aunque lo más interesante es que 3,6 y 12 meses después de la fecha de inicio del evento, la rentabilidad media es positiva (2%, 5% y 10%, respectivamente. La rentabilidad media anual del S&P 500 desde 1930 es de 8,3%)
- Como hemos comentado en anteriores entregas, los mercados en EE.UU. y Europa ya han puesto en valor un tensionamiento en política monetaria mucho más agresivo (sobre todo en EE.UU.) del comunicado por sus respectivos banqueros centrales. El mercado de futuros estadounidense sigue defendiendo subidas del 1,57% desde marzo hasta diciembre, mientras que el europeo apuesta por tres subidas (septiembre, octubre y diciembre). Es prácticamente imposible que Powell no aumente el precio del dinero en su reunión del próximo 16 de marzo, pero sí es más probable –si las caídas continúan tensionando las condiciones financieras– que sugiera una aproximación más amable para los mercados respecto a la fecha de inicio y volumen de drenaje mensual de sus activos en balance. Esta junta, además, incorpora la actualización del resumen de proyecciones económicas y de su “mapa de puntos”, que podría señalar una hoja de ruta, en cuanto a subidas se refiere, menos restrictiva que la que descuentan los inversores. Este escenario es más plausible si consideramos que los futuros de eurodólar dan por hecho que las subidas de la Fed serán rápidas pero concentradas entre marzo de 2022 y septiembre de 2023.
- El riesgo más relevante (sobre todo para Europa) radica en la perturbación en el abastecimiento de energía. La ayuda de Australia, Japón, y la cercanía de la primavera son factores positivos; adicionalmente la economía global es cada vez menos dependiente del consumo de petróleo y, a la vista de las sanciones y de acuerdo con Bloomberg, ni EE.UU. ni Europa tienen intención de llevar a sus respectivas economías a la recesión.
- Con la volatilidad aumenta también la dispersión. Hace unas semanas hablábamos del mercado bajista encubierto y cómo, a pesar de caídas moderadas (ahora menos) en los índices, algunos de sus componentes habían sufrido fuertes castigos. A cierre de la semana pasada y a pesar de rentabilidades acumuladas desde enero del -10% y -16% respectivamente, un 20% de las acciones del S&P 500 y un 65% de las del Nasdaq presentaban caídas iguales o superiores al 25% respecto a sus máximos de 52 semanas.