Los factores medioambientales, de sostenibilidad y buen gobierno (ESG) se han convertido en una “prueba de higiene” para los inversores institucionales en todo el mundo, según Sacha Bernasconi, gestor de SYZ Asset Management. Sin embargo, asegura que su implantación es demasiado vaga y sus métodos muy variados. En esta nueva “frontera verde”, el riesgo de que las compañías presenten productos o estrategias como sostenibles cuando en realidad, no lo son, expone a los inversores cada vez más al greenwashing.
Mientras que la gran mayoría de las estrategias para la inversión ESG tienen su origen en la renta variable, como la mitigación de riesgos o el enfoque temático, los bonos verdes ofrecen una forma de abordar la rendición de cuentas y el impacto que “no tiene parangón”, asegura Bernasconi. Además, estos activos están más solicitados que nunca. Según los datos de SYZ AM, representaron el 3,8% de la emisión total de bonos en 2019, superando el valor total obtenido en 2018, del 3,2%.
“En este opaco mundo de la inversión responsable se necesitan instrumentos específicos que promuevan un impacto ecológico positivo en áreas claramente definidas”, advierte Bernasconi. Para conseguirlo, el gestor apuesta por los bonos verdes como una alternativa más definida y transparente que las etiquetas ESG y que ofrece a los inversores oportunidades concretas para financiar proyectos ambientales. Además, son emisiones lideradas principalmente por los Bancos Multilaterales de Desarrollo, entre los que destacan el Banco Europeo de Inversiones (BEI) y el Banco Mundial. Asimismo, desde 2014, la Asociación Internacional del Mercado de Capitales actúa como secretaria de los Principios de los Bonos Verdes (GBP) para promover la transparencia y la integridad de este mercado. Como consecuencia, se ha producido un rápido aumento de las emisiones en empresas privadas de todos los sectores, con una alta proporción en servicios públicos y de salud, según SYZ AM.
Para cumplir estos principios, se requieren varios componentes elementales, asegura el gestor. En primer lugar, se requiere un marco que asegure el uso de los ingresos en proyectos ecológicos. Asimismo, es necesario contar con una revisión externa independiente para certificar que la acción está alineada con los principios. Por último, todos los ingresos de los bonos deben destinarse a la inversión en el proyecto ecológico y se debe añadir un informe anual que mida los resultados.
“El impacto tangible de un bono verde es más fácil de medir que cuantificar los efectos de un código de clasificación de letras ESG mezclado”, subraya Bernasconi. Al contar con unos objetivos previamente acordados, la evaluación de los resultados es mucho más sencilla, especialmente en comparación con la puntuación global de una empresa en materia de ESG, dadas las discrepancias entre los registros ESG de las empresas. Además, como los bonos verdes suelen ser pari passu, reciben las mismas calificaciones crediticias que los bonos corporativos de una empresa, ofrecen el mismo perfil de riesgo, rendimiento y liquidez. Por ello, pueden ser comparados con el mercado general de bonos y gozan de una total transparencia. “Por lo tanto, al sustituir parte de una cartera de bonos tradicionales por bonos verdes, los inversores pueden esperar el mismo rendimiento, con un valor medioambiental añadido”, asegura el gestor de SYZ AM.
Por último, Bernasconi apunta al beneficio directo que tienen los bonos verdes sobre el medio ambiente al producir un cambio positivo. Muchos fondos ESG invierten en empresas que ya han logrado un progreso sustancial en estas áreas, pero “al confundir las emisiones absolutas de CO2 de las empresas con la dirección del cambio, los inversores en ESG renuncian a la oportunidad de efectuar cambios en aquellas que tienen mayor impacto”, afirma Bernasconi. Por ello, el gestor aboga por un enfoque en la transición de los rezagados a través de bonos verdes que ayuden a las empresas y gobiernos con registros imperfectos a implementar reformas.
Bernasconi advierte de que la transición a una economía de bajo carbono es “necesaria, ya que el mundo se enfrenta a una crisis climática que está teniendo un impacto sustancial en la economía”. Por ello, si los inversores no apoyan el freno al aumento de las emisiones de carbono, esto “sólo exacerbará el aumento de otros problemas globales, como la pobreza y la sequía”. La inversión en ESG se centra en la mitigación de los riesgos de daños al medio ambiente, pero los bonos verdes se presentan como una forma de transformar los gobiernos y las empresas del mundo para permitir un futuro más verde, según el gestor.
Además, pese a que el mercado global de bonos verdes sigue siendo una pequeña porción del mercado de bonos en circulación, las emisiones de este activo crecen a un ritmo espectacular. “Al realizar un ligero ajuste en su asignación de renta fija, los inversores pueden tener un impacto genuino y transformador en el medio ambiente”, afirma Bernasconi, que destaca la accesibilidad de estos activos ya que muestran las mismas características de inversión que los bonos corporativos normales.