La palabra que mejor define la economía brasileña es resiliencia, según Rogério Poppe, gestor de fondos en ARX1 de BNY Mellon.
El sistema político brasileño lleva una mala racha. En apenas tres años, tres presidentes o expresidentes han sido imputados, procesados o condenados por corrupción. Primero, Dilma Rousseff fue destituida por manipular los presupuestos para mejorar sus posibilidades de ser reelegida.Luego, Lula Da Silva, que había precedido en el cargo a Rousseff durante dos legislaturas, fue condenado a casi diez años de cárcel por blanqueo de dinero. En el capítulo más reciente de este culebrón, el sucesor de Rousseff, Michel Temer, del partido de centro izquierda, ha estado a punto de ser destituido después de haber sido grabado comentando, supuestamente, sobornos con un empresario. Sin embargo, los delitos no se circunscriben a la presidencia: en un momento dado de 2016, 352 diputados brasileños (de un total de 594) se enfrentaban a acusaciones de corrupción”.
Por eso, para Rogério Poppe, gestor de fondos en ARX, lo más extraordinario de la economía más grande de Latinoamérica no es la inestabilidad política que ha caracterizado los últimos años, sino la resiliencia que ha demostrado el país ante esta situación.
Como señala Poppe, la economía no solo no se ha hundido, sino que continúa avanzando y las entradas de capital se han mantenido estables. En lo que va de año, por ejemplo, la renta variable brasileña ha rendido un nada desdeñable 13,6%, que asciende hasta el 18,0% para el periodo que abarca los últimos doce meses. Estas cifras resultan comparables con las de mercados desarrollados (la renta variable británica, por ejemplo, ha generado un 12,7% en el año y un 13% en los últimos doce meses) y con las de muchos otros mercados emergentes (como Perú, que acumula una rentabilidad del 18,5% en el año y del 9,6% en los últimos doce meses).6
¿El resultado? Las acciones brasileñas han recibido unas entradas de flujos de casi 1100 millones de dólares, el nivel más alto de los últimos cinco años según el proveedor de datos EPFR.
En opinión de Poppe, el hecho de que la confianza de los inversores se haya mantenido tan estable se debe en parte a las medidas adoptadas por el nuevo presidente del Banco Central de Brasil (BCB), que actuó rápidamente para reparar la credibilidad tras la destitución de Rousseff en 2016, y recortó los tipos de interés cuando la economía empezaba a tambalearse. Esto permitió recuperar el rumbo y frenar la inflación, que marcó un máximo del 10,7% en 2015 para después caer hasta su nivel más bajo en una década (3,6%) en mayo de este año.
Ahora que las acusaciones de corrupción han quedado atrás, el presidente Temer podrá retomar su programa de reformas económicas. Uno de los principales objetivos será renovar el generoso sistema estatal de pensiones, que permite que muchos trabajadores se jubilen con tan solo 55 años, pero el gobierno también podría llevar a cabo una reforma fiscal.
Con estas medidas, se persigue recortar el gasto público y reducir el déficit presupuestario, que equivale a aproximadamente el 10% del PIB.
A finales de agosto, el ministro de Finanzas Henrique Meirelles afirmó en el Congreso que, si se aprueba esta reforma, la economía brasileña podría alcanzar un ritmo de crecimiento del 2,5% a principios de 2018.
«Uno de los aspectos positivos de la recesión fue que las empresas brasileñas redujeron costes y deuda de forma rápida y profunda, mejorando su eficiencia», afirma Poppe. «En el país existe una gran cantidad de capacidad industrial que ahora mismo está siendo infrautilizada, pero creemos que eso cambiará en cuanto la economía nacional vuelva a crecer de forma constante».