La inversión en obras de arte está estrechamente relacionada con la propia historia del arte y su papel en las sociedades. Tradicionalmente, los grandes patrimonios familiares han apostado por crear colecciones para disfrutar de las obras, además de obtener un rendimiento económico. Pero desde los años 70 el arte comienza a entenderse también como un activo financiero alternativo al que se puede acceder a través de vehículos de inversión y que, además, sirve para descorrelacionar y diversificar las carteras.
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