La gestión activa es un proceso de inversión a través del cual el gestor de un fondo o cartera de inversión busca y selecciona activos financieros, basándose en su propio criterio y análisis, con el objetivo de conseguir unas rentabilidades superiores a las del mercado o índice de referencia respecto al que se mide. Para obtener esa extra rentabilidad, se recurre a la selección de activos infravalorados y/o con relevante potencial de crecimiento, y a la identificación del mejor momento para comprar o vender.
En cambio, la gestión pasiva es lo opuesto a la gestión activa. Cuando se aplica un método de inversión de gestión pasiva, el gestor del fondo tomará decisiones de inversión con el objetivo de lograr un comportamiento similar o igual al de un índice de referencia.
La asignación de activos (en inglés, asset allocation) es el proceso por el que se decide qué proporción de una cartera de inversión se debe destinar a los diferentes tipos de activos de inversión (acciones, renta fija, activos alternativos, liquidez, etc.), con el fin de elevar al máximo los rendimientos reduciendo al mínimo los riesgos. Una asignación de activos es la decisión que toma un inversor, o una entidad que gestiona la inversión del anterior, relativa a la estructura de su cartera.
En la asignación de activos se aprovecha la falta de sincronización del ciclo económico, por ejemplo, entre países, regiones y sectores, así como las descorrelación en el comportamiento entre algunos tipos de activo (es decir, que no sigan, al mismo tiempo, el mismo comportamiento alcista o bajista que otro tipo de activo) Por ejemplo, entre renta fija y renta variable, o la descorrelación de los activos alternativos ( inmuebles, capital riesgo y otros mercados privados) respecto a los bonos y las acciones cotizadas.
El proceso de asignación de activos consta de tres fases. La primera fase consiste en la identificación de los activos en los que invertir (en base a criterios financieros y extra financieros -ESG-). La segunda, la combinación de esos activos, otorgando pesos a cada uno de ellos en función del perfil de riesgo del inversor y de las perspectivas existentes sobre los mercados de valores. La tercera fase consiste en el seguimiento de cada uno de los activos en los que se está posicionado, para mantener en todo momento una distribución de activos adecuada, adaptándose a las nuevas circunstancias que se van produciendo en los mercados.
La flexibilidad en la asignación de activos y la gestión activa aportan un gran valor al inversor, tanto en tiempos de mercados alcistas, maximizando su rentabilidad ajustada a riesgo, como en mercados con alta volatilidad y durante las crisis. La gestión activa y asignación de activos ofrecen la flexibilidad necesaria para adaptar la cartera de inversión sin tener que cambiar de vehículo, por ejemplo, en el mismo fondo/s de inversión/s.
Si bien la diversificación lograda con la asignación de activos de inversión no garantiza la obtención de beneficios ni evita la caída del valor de las inversiones, logra disminuir el riesgo de la cartera. Los inversores pueden reducir la volatilidad en sus carteras repartiendo la inversión entre distintos tipos de activos (diversificación), lo que es tranquilizador para aquellos inversores más conservadores que quieren evitar excesivas tensiones con ocasión de mercados bajistas.
Es importante mantener una perspectiva a largo plazo en nuestra inversión, especialmente cuando nuestros objetivos financieros con esa inversión son a largo plazo, o cuando invertimos con un objetivo genérico de lograr revalorizar nuestro ahorro sin una meta financiera concreta a la que destinarlo. Los mercados de valores suben y bajan en periodos de corto plazo. No obstante, la experiencia pasada ha demostrado que tienden a premiar a los inversores a largo plazo.
Tanto inversores institucionales como pequeños inversores minoristas (particulares), pueden lograr una diversificación adecuada de su inversión a través de fondos y carteras de gestión activa, poniéndose en manos de gestores expertos, que dispongan de acceso a la información de los mercados financieros, capacidad de análisis y de evaluación de riesgos. Por tanto, con capacidad de reaccionar y reposicionar la cartera ante las distintas oportunidades que ofrezcan los mercados o ante contingencias que estén sufriendo.
En definitiva, la asignación de activos y la gestión activa, aportan un gran valor al inversor tanto en ciclos alcistas de los mercados como en épocas de desaceleración o decrecimiento de la economía, incertidumbre, volatilidad y caídas en los mercados.
Análisis realizado por Fernando Martínez, del Equipo Negocio de BBVA Asset Management.