La prueba que nos aporta la disciplina de las finanzas conductuales es que las personas no tratamos el dinero de forma coherente. En lugar de eso, separamos el dinero en monederos diferentes y a cada uno le aplicamos unas reglas. Esta capacidad para establecer una diferenciación entre el origen y el uso previsto del dinero es la base de la contabilidad mental. Por ejemplo, muchas personas tienen un fondo especial para unas vacaciones o un coche nuevo, mientras acumulan una importante deuda en su tarjeta de crédito. El dinero del fondo especial recibe un tratamiento distinto, a pesar de que apartar fondos que podrían servir para devolver la deuda aumenta los pagos de intereses y reduce la riqueza neta.
El concepto de contabilidad mental fue descrito por primera vez por el economista conductual Richard Thaler en 1980. La contabilidad mental tiene implicaciones para el comportamiento, ya que las «cuentas» se tratan como algo no fungible y nuestra voluntad de gastar lo que hay en cada cuenta es diferente.
La lógica dice que el dinero debería ser intercambiable, con independencia de su origen o el uso que se le quiera dar
El dinero en metálico se considera algo fungible. Esto significa que las unidades del mismo valor pueden intercambiarse libremente entre las personas o entre las cuentas, es decir, si Luis le presta a Juan un billete de 10 euros, Juan no necesita el mismo billete de 10 euros, sino que usará cualquier billete de 10 euros o, incluso, una combinación de billetes y monedas que sumen 10 euros.
La contabilidad mental lleva a un tratamiento nocional del dinero sobre una base segregada y no fungible. La situación puede explicarse usando una analogía simple con botes de galletas. Imaginemos que estos botes son el sistema de contabilidad básico utilizado para gestionar diferentes gastos, por ejemplo, un bote de galletas para la hipoteca o el alquiler, otro para las facturas, otro para la comida, otro para el ocio, otro para los ahorros… Estos botes tienden a considerarse de forma separada en lugar de en conjunto, ya que asignamos diferentes niveles a cada uno usando principios subjetivos. Así, terminamos optimizando dentro cada grupo de gastos en lugar de optimizar el conjunto de los gastos.
Cuando el dinero va al bote del ocio, rara vez sale de allí para entrar en el bote de los ahorros, es decir, a los botes se les trata como si el dinero que contienen no fuera sustituible. Y si hay que pagar una factura imprevista, nos sentiremos más inclinados a coger el dinero del bote del ocio o de los ahorros en lugar de los botes de la casa o la comida, por barreras psicológicas
El sesgo de la contabilidad mental es un problema importante a la hora de invertir. Por ejemplo, muchos inversores dividen sus inversiones en cuentas separadas (mentales y físicas). Consideremos una división simple entre una cartera de inversiones seguras y una cartera especulativa. El problema de la separación es que la riqueza neta no cambiaría si el inversor mantuviera una cartera. Pero al separar las dos, el inversor podría sentirse tentado a reducir el peso de los ganadores en la cuenta especulativa para reforzar la cuenta segura hasta algún nivel psicológico preestablecido.
Sabemos que vender a los ganadores y tener en cartera a los perdedores es un error común en la inversión y tener demasiadas cuentas de inversiones individuales puede agravar la situación. Este problema es una de las razones que ayudan a explicar por qué los fondos de inversión colectiva son tan populares; son eficientes desde el punto de vista de la contabilidad mental, ya que las pérdidas y las ganancias que se consiguen con cada valor se suman en una única rentabilidad general.
Contabilidad mental y aversión a las pérdidas
Cuando la contabilidad mental se combina con la aversión a las pérdidas y la cortedad de miras de los inversores, se puede explicar la persistencia de la prima de riesgo de la renta variable. Thaler y Benartzi aseguran que la necesidad que sienten los inversores de ver sus cuentas «en números verdes» es tan fuerte y continua que les empuja hacia activos más seguros y menos volátiles (como los bonos) y hacia un exceso de operaciones, ya que las cuentas se revisan regularmente.
Esto hace que solo puedan ver cómo funcionan sus estrategias durante periodos relativamente cortos (la mayoría de las inversiones se analizan en términos anuales) y les evita la inquietud a corto plazo que les genera la aversión a las pérdidas asociada con los activos de mayor volatilidad (como las acciones) que registran mejores rentabilidades a más largo plazo. Dicho en pocas palabras, si un número suficiente de inversores son miopes y hacen contabilidad mental desde la aversión a las pérdidas, se podría explicar por qué los inversores más racionales y pacientes disfrutan de rentabilidades superiores a largo plazo.
La solución para la contabilidad mental es recordar que el dinero es fungible, con independencia de su origen o uso previsto. Los inversores deberían desechar la idea de considerar cada cuenta y cada inversión de forma aislada. La cantidad de dinero de cada cuenta no debería determinarse usando principios arbitrarios, sino que todas las cuentas deberían examinarse sobre la base de los cambios en las condiciones de inversión.
Por ejemplo, el dinero invertido en activos que anteriormente se consideraban seguros, como los bonos de larga duración, podría estar en riesgo ahora debido a la recuperación de la economía y las perspectivas de subidas de tipos. Adoptando un enfoque integral y a largo plazo para las inversiones, en el que cada euro es un euro y trabaja de forma más eficiente cuando busca las ganancias a largo plazo, los inversores pueden evitar las peores trampas de la contabilidad mental.