El ahorro y la inversión en España siguen siendo una asignatura pendiente. Sin embargo, eso también implica que haya un amplio margen de mejora para que los ciudadanos optimicen sus finanzas personales para lograr sus objetivos vitales. ¿Qué factores hacen que estemos en la cola en lo que a inversión y ahorro se refiere? Desde EFPA España encuentran seis razones.
El bajo nivel de educación financiera. El bajo nivel de educación y cultura financiera que ha sufrido históricamente nuestro país ha provocado que las decisiones de ahorro e inversión no siempre hayan sido las más adecuadas para el conjunto de los ciudadanos, que por ejemplo han abusado de canalizar su dinero a través de cuentas corrientes y depósitos bancarios, que en muchos periodos no han ofrecido la posibilidad de obtener ningún tipo de rentabilidad, con el consiguiente riesgo de pérdida de oportunidades de inversión e incluso de poder adquisitivo en aquellos momentos de inflación elevada. La cultura financiera es fundamental a la hora de contar con las bases para diseñar una estrategia de ahorro e inversión ajustada a los intereses y circunstancias personales de cada cliente.
El perfil conservador en la gestión de las finanzas. En España existe un conservadurismo en el inversor medio, con respecto a la mayor parte de países de su entorno, lo que empuja a la obtención de unos resultados del ahorro a largo plazo muy deficientes, con unos rendimientos bajísimos y de mucha menor acumulación que en otros países, que de nuevo se explica por el bajo nivel de educación financiera que nuestro país ha acarreado históricamente. Esa situación ha hecho que el grueso del ahorro se haya dirigido a renta fija de corto plazo, productos teóricamente sin riesgo, pero que han desembocado en resultados poco productivos.
La escasa costumbre de ahorrar para la jubilación. A lo largo de los años, los trabajadores españoles no han tenido nunca una especial preocupación por asegurar el ahorro para la jubilación, en parte por la protección que ofrecía el Estado que, una vez alcanzados el número de años cotizados, aseguraba una pensión pública de jubilación por importes no muy distintos a los últimos sueldos, unos niveles entre los más altos de todos los países de la OCDE. Esta circunstancia despreocupaba a los ahorradores particulares a la hora de plantear su jubilación, desincentivando el ahorro en el largo plazo e incluso haciendo que los clientes priorizaran la compra de una segunda vivienda, para disfrutar las vacaciones, como refugio para momentos de debilidad o pensando en el traspaso a sus herederos. Ante un sistema de cada vez más difícil de sostener en los términos y condiciones actuales, los trabajadores actuales deben buscar las fórmulas para complementar la pensión pública y mantener así el poder adquisitivo una vez alcancen la edad de jubilación.
La falta de confianza en el asesoramiento. El asesoramiento financiero ha sido históricamente una profesión poco valorada en España, por esa falta de cultura financiera en un país muy bancarizado, donde existía la creencia de que el asesoramiento estaba limitado solo para grandes patrimonios. Aunque todavía queda mucho camino por recorrer, en los últimos años, al abrigo del impulso regulatorio, la industria ha hecho un gran esfuerzo por visibilizar y profesionalizar la labor de los asesores, cada vez mejor preparados y que trabajan para ofrecer el mejor servicio a los clientes, en base a sus extensos conocimientos y actualización de los mismos, lo que está permitiendo que los clientes cada vez valoren mejor la figura del profesional que ayuda a diseñar estrategias de inversión.
El incremento del precio de la vivienda en un país de propietarios. Los precios de la vivienda, tanto para la compra como el alquiler, han ido subiendo en las últimas décadas a un ritmo mucho más elevado que el de los salarios, Históricamente, España era un país de propietarios donde cualquier trabajador tenía la aspiración de disponer con una vivienda habitual en propiedad e incluso de poder comprar otro inmueble como segunda residencia o como inversión. Precisamente, el incremento del precio de la vivienda ha permitido a muchos propietarios contar con un valor seguro con el que proteger sus finanzas ante situaciones como una pérdida de empleo pero, a la vez, ha dificultado la posibilidad de acceder a la compra de vivienda a las nuevas generaciones, empujándoles a destinar un elevado porcentaje de sus ingresos a vivir de alquiler, sobre todo en determinadas ciudades. Un esfuerzo que, sumado a los bajos salarios, penaliza la posibilidad de explorar alternativas de ahorro e inversión.
El encarecimiento de la vida en las últimas décadas. El incremento de precios de los últimos meses, en un escenario de crisis geopolítica e incertidumbre, no ha hecho más que ahondar en el encarecimiento de la vida, que provoca una pérdida de poder adquisitivo y de riqueza real. En España existe una elevada tasa de paro estructural que expulsa a millones de españoles del circuito de acceso a mecanismos de ahorro e inversión, pero además existe un cada vez más elevado porcentaje de trabajadores cuyos ingresos, en comparación con sus necesidades de gastos, tampoco les permiten destinar una cantidad importante al ahorro.