Actualmente parece que todo gira en torno al tema “seguridad”, entendiéndose a menudo por “seguridad” la ausencia de fluctuaciones de las cotizaciones. En los últimos años hemos visto que invertir en el mercado de renta variable puede ser como un viaje en la montaña rusa.
Por eso es comprensible que los inversores quieran evitar las fluctuaciones de las cotizaciones. Sin embargo, pasan por alto el riesgo de sufrir una pérdida real de poder adquisitivo, lo cual es todavía más desagradable si consideramos que en la actualidad los tipos de interés de las cuentas de ahorro son prácticamente nulos.
Tampoco los bonos soberanos sirven ya. A mediados de 2016, cerca del 50% de todos los bonos soberanos de la zona euro ofrecían rendimientos negativos. En este contexto, “seguridad” solo significa que el inversor puede estar seguro de que recibirá menos de lo que invirtió inicialmente.
Por lo tanto, quien quiera conservar su capital no puede tener entre sus exigencias principales la ausencia de fluctuaciones de las cotizaciones, sino que su exigencia mínima a la hora de invertir debería ser, más bien, la “conservación del poder adquisitivo”.
El siguiente cálculo demuestra lo rápido que la inflación merma el poder adquisitivo: Pongamos que guarda usted hoy 100 euros debajo del colchón. Suponiendo una inflación anual que rondase el objetivo del Banco Central Europeo a medio plazo, que es ligeramente inferior al 2%, dentro de diez años con ese dinero solo tendría para comprar artículos por valor de poco más de 80 euros. Al cabo de 20 años, el valor de ese dinero habría bajado a menos de 70 euros. Y si, en nuestro supuesto, la inflación subiera al 4%, en tan solo 10 años su dinero valdría menos de 70 euros. Al cabo de 20 años, ni siquiera le alcanzaría para comprarse algo que costase 50 euros.
Visto así, el mayor riesgo es no querer correr ningún riesgo.