Ahorrar es el fin hacia el que muchos se dirigen, pero que no todos consiguen, a veces por contar con unos ingresos insuficientes y otras por mala planificación, exceso de confianza o falta de previsión a largo plazo. Adoptar hábitos de ahorro es muy recomendable para poder hacer frente a crisis e imprevistos y preparar mejor nuestro futuro; los expertos consideran que lo ideal sería reservar para este fin entre un 10% y un 20% de nuestros ingresos mensuales. Pero hoy día, tener el dinero en la cuenta del banco apenas reporta rentabilidad, por lo que merece la pena buscar otras alternativas que consigan que el esfuerzo realizado dé mejores frutos.
La integración de la tecnología en el mundo de las finanzas y la aparición de nuevas empresas del entorno fintech asequibles para cualquier patrimonio han democratizado el acceso a la inversión, facilitando el camino para que muchos ahorradores sin tradición ni experiencia previa hayan dado el paso de convertirse en inversores. Sin embargo, aunque nuestro nivel de cultura financiera va aumentando (hay infinidad de fuentes de información e iniciativas que tratan de contribuir a ello), todavía es muy frecuente encontrar inversores que cometen demasiados errores y toman decisiones equivocadas.
La fintech de asesoramiento financiero independiente Micappital, que recomienda a sus clientes los mejores fondos a los que pueden acceder a través de su banco, ha elaborado esta «Radiografía del mal inversor», recopilando todos esos errores “de libro” que debemos evitar en beneficio de nuestra salud financiera.
En el momento de empezar a invertir. El mal inversor empieza a hacerlo de forma impulsiva, sin pensarlo demasiado, sin adoptar una estrategia de inversión previamente definida. Toma las decisiones en función de posibles modas o tendencias del momento, de los productos en campaña de los bancos, las noticias que ha visto en la televisión o las recomendaciones de un amigo o familiar. Actúa dejándose llevar por las emociones, sin buscar el asesoramiento de alguien que pueda ayudarle a no equivocarse, sin analizar previamente su perfil de riesgo (el nivel de exposición que está dispuesto a soportar a cambio de rentabilidad).
A la hora de construir su cartera invierte directamente en acciones sin tener en cuenta otras posibilidades como los fondos de inversión, elige solo productos financieros españoles, demasiado relacionados entre sí y sin una buena diversificación, e invierte en ellos las cantidades de dinero que decide de forma aleatoria.
En las subidas y bajadas coyunturales de las bolsas. La euforia y el miedo son emociones muy frecuentes que condicionan su comportamiento en estos casos. Cuando la bolsa sube con fuerza, el error más común del mal inversor es dejarse llevar por el exceso de optimismo y ponerse a invertir de forma extraordinaria cuando los precios del mercado ya están mucho más elevados, pagando más por esos productos.
Paralelamente, cuando se producen fuertes bajadas -que es el momento ideal para realizar esas inversiones extraordinarias porque se puede acceder a productos interesantes por precios mucho más bajos- se deja llevar por el pánico a perder lo que ya tiene invertido y empieza a deshacerse de su cartera, vendiendo más barato incluso de lo que compró y eliminando de raíz toda posibilidad de recuperarse.
Falsas creencias en fases de crecimiento y recesión económica. Cuando la economía vive un largo periodo de bonanza, el mal inversor tiende a creer que la bolsa siempre sube, y busca la rentabilidad a corto plazo. Decide hacer inversiones en nuevos productos fijándose en su rentabilidad en momentos pasados, cuando la impredecibilidad es la característica fundamental de los mercados.
Por contra, cuando el país está inmerso en una crisis económica de larga duración, el pesimismo le invade y piensa que la bolsa no va a volver a subir a los niveles en los que estaba. Nuevamente mira solo el corto plazo, cuando lo recomendable es mantener siempre la vista en el largo plazo, y se lamenta porque parece que siempre baja cuando él invierte, abrumándose con esa sensación de mala suerte que mina la serenidad y la paciencia, tan necesarias en estos casos, para esperar a que todo se recupere.
No hay que olvidar que la característica esencial de las crisis es que son cíclicas: todo lo que baja, vuelve a subir; y todo lo que sube, vuelve a bajar. Solo es cuestión de tiempo.
Resultados de esa mala gestión. El mal inversor toma las decisiones con el retrovisor, gira el coche cuando ya ha visto la curva pasar por el espejo: cuando la bolsa sube, compra, y cuando la bolsa baja, vende. Es decir, justo al revés de lo que debería hacer. De este modo, vende sus productos en la primera bajada del mercado y como están muy baratos pierde parte del dinero invertido inicialmente por no aprovechar el crecimiento a largo plazo.
Asimismo, realiza nuevas inversiones cuando los productos están más caros y, probablemente, son de peor calidad y con peor comportamiento, pagando excesivas comisiones y, tal vez, no consiguiendo la rentabilidad esperada.