Cuando comienza un año, los inversores suelen reflexionar sobre las perspectivas para los doce meses siguientes. Algo nos dice este momento sobre lo mucho que ha calado el cortoplacismo en los mercados, ya que es una de las pocas ocasiones en las que muchos inversores piensan en un horizonte tan lejano. Una de las consecuencias comprensibles -aunque perjudiciales- de la crisis financiera y de deuda pública ha sido el cortoplacismo que ha fomentado en muchos inversores. Si a ello le sumamos el uso de cifras trimestrales para evaluar los progresos de las inversiones y la atención constante del mercado a los beneficios trimestrales, resulta fácil ver por qué el cortoplacismo se ha convertido en un ingrediente indisoluble de los mercados. Sin embargo, este cortoplacismo está reñido con acumular un patrimonio a largo plazo.
Los datos de las grandes bolsas de valores ponen de relieve que los inversores se han vuelto más cortoplacistas con el paso del tiempo, a tenor del periodo medio de tenencia de las acciones
En EE.UU., el periodo medio de tenencia de una acción en la Bolsa de Nueva York era de unos siete años en 1940, mientras que, ahora, este periodo es inferior a tres meses y eso sólo se puede explicar en parte por la entrada de inversores técnicos orientados al corto plazo.
Los periodos medios de tenencia de acciones han descendido y actualmente son inferiores a tres meses en todo el mundo. El cortoplacismo es inequívocamente uno de los sesgos conductuales más graves que el inversor debe superar en sus esfuerzos por conseguir rentabilidades superiores al mercado en sus inversiones. Nuestra preferencia natural por las recompensas a corto plazo (o satisfacción instantánea) frente a las ganancias que se demoran en el tiempo ha sido señalada por los psicólogos como un rasgo de la condición humana que se extiende a muchos aspectos de nuestro comportamiento.
El cortoplacismo nos seduce desde niños
En los niños es especialmente evidente y provoca que en todas partes los padres tengan que luchar con sus hijos para que aprecien el valor de las recompensas que se demoran en el tiempo, a pesar de la necesidad biológica que les impulsa a comerse todas las chucherías inmediatamente. Sin embargo, a juzgar por el comportamiento de los inversores, esta preferencia por las recompensas a corto plazo nunca termina de abandonarnos en la edad adulta. La inversión estimula sesgos cognitivos y respuestas automáticas muy enraizadas en nuestros cerebros debido a la participación del dinero, cuya presencia se ha demostrado que fomenta la toma de decisiones emocionales, sobre todo en periodos de tensiones.
Parece, de hecho, que los inversores están en realidad programados para pensar a corto plazo. En varios experimentos realizados, los inversores sistemáticamente otorgan más valor a las ganancias a corto plazo que a las que se demoran en el tiempo.
La culpa es de la dopamina, una sustancia química que nos hace sentir bien y que nuestros cerebros segregan cuando recibimos una recompensa a corto plazo. De hecho, se ha demostrado que la posibilidad de una ganancia económica inmediata activa la segregación de dopamina de forma muy similar a como lo hacen los alimentos, el tabaco o el alcohol
Los neurocientíficos han demostrado que las recompensas monetarias a corto y a largo plazo se valoran en zonas diferentes del cerebro. Los estudios del comportamiento han puesto de relieve que la mayoría de las personas preferiría 100 euros hoy a 200 euros dentro de un año, pero no preferiría 100 euros dentro de seis años a 200 euros dentro de siete años. No hay un motivo racional para esta incoherencia, ya que las recompensas son idénticas en términos monetarios.
Desde la perspectiva de la neurociencia, cuando la decisión implica una ganancia inmediata, se usa predominantemente el córtex prefrontal medial, que es una parte del cerebro asociada con el pensamiento automático y emocional y conectada al sistema de la dopamina en el mesencéfalo. Cuando la elección implica dos recompensas que no son inmediatas, se usa una parte diferente del cerebro para hacer cálculos (el córtex parietal) y tomar una decisión más racional y paciente. Con el fin de adoptar una perspectiva a largo plazo, debemos ser conscientes de que nuestros cerebros están diseñados para ir contra nosotros y, en este sentido, la paciencia es verdaderamente una virtud en la inversión.
El problema del cortoplacismo en las bolsas va más allá de los meros inversores; es parte integral de su propio funcionamiento debido a la forma en que la industria de la inversión valora los beneficios empresariales futuros. La cuestión es que la mayoría de los analistas de las sociedades de valores se centra mucho en las previsiones de beneficios a corto plazo, sobre un periodo comprendido entre uno y tres años. De hecho, aunque el número total de analistas que cubren renta variable mundial de gran capitalización no deja de crecer, la atención sigue centrada desproporcionadamente en las previsiones de beneficios a corto plazo. El siguiente gráfico muestra la magnitud del cortoplacismo entre los analistas y la escasez de previsiones con un horizonte de más de tres años.
¿Qué deberían hacer los inversores para batir al mercado?
Una posibilidad es simplemente adoptar una perspectiva a más largo plazo que el mercado. A la vista de que los inversores y las sociedades de valores cada vez ponen más atención en el corto plazo, como hemos indicado antes, la Bolsa es relativamente eficaz a la hora de descontar las perspectivas de beneficios a corto plazo, donde suele haber mayor certidumbre.
Sin embargo, el mercado es menos eficaz a la hora de evaluar los beneficios a más largo plazo, lo que pone de manifiesto una relativa desatención al valor a largo plazo de las empresas expuestas a un crecimiento estructural fuerte. Esto supone una oportunidad para los inversores y las estrategias de inversión que pueden identificar de forma sensata a los ganadores del crecimiento estructural.
La exposición a este crecimiento permite a una empresa generar un flujo constante de efectivo que puede reinvertirse en el desarrollo del negocio. La capacidad de esas empresas para reinvertir ese efectivo en las oportunidades de crecimiento que encuentran en sus mercados (aumentando la inversión en el negocio, lo que, a su vez, hace posible incrementar las ventas y el crecimiento de los beneficios) es lo que aporta ese motor de acumulación que les permite elevar sus beneficios de forma constante a largo plazo. Y ahí es donde la comprensión de los catalizadores y tendencias a largo plazo, como la demografía, puede ser especialmente útil para fundamentar el proceso de inversión.
Dos ejemplos de inversión a largo plazo
Dos empresas que ayudan a ilustrar esta idea son Essilor y Novo Nordisk. La primera es el líder mundial en lentes correctoras, como las lentes de distancia focal variable, lo que significa que se beneficia de dos tendencias estructurales: el envejecimiento de la población (se necesitan más gafas) y la mayor capacidad de los ciudadanos de los países emergentes para costearse unas gafas. La segunda empresa es líder en tratamientos contra la diabetes. Esta dolencia afecta a 371 millones de personas en todo el mundo y se prevé que esta cifra llegue hasta 552 millones en 2035. Durante la última década, los beneficios anunciados por ambas empresas han ido por delante de las previsiones (es decir, que han batido regularmente al mercado), lo que les ha permitido ofrecer unas rentabilidades atractivas a sus accionistas más fieles.
El cortoplacismo puede abundar en las Bolsas, pero las pruebas disponibles sugieren que los inversores pueden usar este rasgo en su beneficio adoptando una perspectiva a largo plazo e invirtiendo en aquellas estrategias diseñadas para hacer precisamente eso.