A algunas personas, el aplicar conceptos de behavioural finance al mundo de la inversión tal vez les suene como un enfoque excesivamente académico. Para el equipo multi-activos de M&G, se trata de un concepto muy sencillo que puede tener un valor inestimable a la hora de comprender cómo se mueven los mercados financieros y dónde pueden surgir riesgos y oportunidades.
Esencialmente, el behavioural finance –o psicología del comportamiento financiero– reconoce un hecho vital: que los inversores son seres humanos. Y como tales, es poco probable que se comporten siempre de forma racional y lógica. Al fin y al cabo, todos somos vulnerables a la influencia de nuestras emociones a la hora de tomar decisiones. Esto puede ser muy peligroso al invertir, al permitir que la intuición y las emociones como el miedo o la avaricia nos distraigan de los hechos subyacentes o de los principios fundamentales que rodean a un activo.
Explotar sesgos emocionales
El behavioural finance identifica que cuando estos errores los repite toda la comunidad inversora, provocan movimientos ilógicos (y habitualmente transitorios) en las cotizaciones. Estas ineficiencias pueden ofrecer una ventana de oportunidad a quienes reconocen cuáles son los motores de estos movimientos de precios y desarrollan estrategias para explotarlos.
Tomar decisiones opuestas a la visión de consenso puede ser difícil: a corto plazo puede darnos la sensación de estar “cometiendo un error”, lo cual le resulta incómodo a cualquiera
No obstante, el equipo considera necesario no permitir que este malestar emocional le impida actuar en base a sus convicciones. Dicho esto, el behavioural finance no trata de ignorar el factor humano; más bien pretende reconocerlo, confirmar su importante influencia, y a continuación eliminarlo del proceso analítico a fin de invertir con éxito.
Un ejemplo ilustrativo
Un aspecto particularmente útil de este proceso es que es aplicable a todas las clases de activos globales y a lo largo del tiempo. Podemos remontarnos al crash de Wall Street de los años veinte, o incluso a la burbuja de los tulipanes en la Holanda del siglo XVII, para ver cómo las emociones humanas han provocado desde siempre movimientos irracionales de los mercados.
Un ejemplo más reciente lo aporta la caída pronunciada de las bolsas europeas en las semanas previas a la primera ronda de las elecciones presidenciales francesas, celebrada el 23 de abril de 2017, y su fuerte repunte tras un resultado percibido como “favorable para el mercado”.
Las rentabilidades pasadas no son un indicativo de las rentabilidades futuras
El caso es que los inversores intentaban pronosticar el resultado y sus consecuencias a corto plazo para el mercado, algo notoriamente difícil de lograr de forma consistente. En lugar de ello, el equipo considera más importante concentrarse en los hechos observables por los inversores en ese momento: la economía europea llevaba un tiempo creciendo, y los precios de las acciones todavía ofrecían valor en ese contexto. Esto no quiere decir que la política francesa no hubiera tenido un efecto sustancial en los mercados europeos de haberse dado otro resultado electoral; era imposible conocer de antemano dichos efectos o saber por qué motivo pudieran habido materializarse.
Todo inversor que vendiera acciones en compañías europeas con anterioridad a la votación, por mero nerviosismo ante la incertidumbre reinante, se perdió las ganancias registradas en las semanas siguientes al acontecimiento
Mantener la cabeza fría
A la hora de invertir, es muy importante no confundir las emociones con el conocimiento. Por consiguiente, al tomar decisiones de inversión, el equipo considera importante no solamente comprender los hechos sobre distintos activos en el contexto económico prevalente, sino también entender sus propios impulsos emocionales (y los de los demás).