El número y diversidad de opciones disponibles puede resultar abrumador para un inversor en activos financieros. Acciones o bonos, nacionales o internacionales, diferentes sectores, crecimiento (growth) o valor (value). La decisión de invertir en un fondo de inversión tradicional o en un fondo cotizado (ETF por sus siglas en inglés) puede parecer trivial, pero hay algunas características clave que distinguen ambos tipos de fondos y que pueden afectar a la rentabilidad obtenida en la inversión.
Ambos tipos de fondos comparten algunos rasgos, como son el estar gestionados por un profesional o diversificar su inversión en diferentes valores y tipos de activo, para reducir su riesgo. Ofrecen, además, opciones de inversión mínima, asequible para la mayoría de los inversores, son inversiones líquidas que pueden deshacerse en cualquier momento y aplican costes por comisiones incluso si no se han generado retornos positivos. El inversor no puede influir directamente sobre los valores que se incluyen en su cartera, tanto en fondos como en ETFs.
Por otro lado, podemos encontrar algunas diferencias fundamentales entre ambos tipos de fondos. Al invertir en un fondo, la operación de adquisición de participaciones se hace con la entidad gestora (azValor, Magallanes, Santander o Renta 4) bien directamente o a través de un intermediario. El precio de compra es el Valor Liquidativo (VL) del fondo, basado en el precio de su cartera al cierre de mercado.
Los ETF, sin embargo, cotizan en Bolsa, al igual que las acciones, por lo que la contrapartida de las operaciones es otro inversor, no el gestor. Se puede comprar o vender en cualquier momento de la sesión de negociación, a cualquiera que sea el precio al que cotice, no sólo al final del día, y no hay un periodo mínimo de permanencia, que si se exige en algunos fondos y que puede generar comisiones de reembolso si no se respeta.
Otra de sus diferencias reside en su estilo de inversión. Mientras que los ETF siguen un índice – como puede ser el S&P 500, el Eurostoxx 50 o el IBEX 35 – tratando de obtener pasivamente retornos similares, los fondos se gestionan activamente por lo general. Aunque hay también algunos fondos que siguen índices, suelen gestionarse de forma activa, seleccionándose una variedad de valores que tratan de batir el índice respecto al que mide el grado de éxito de su gestión.
Aunque la gestión activa cuenta con muchas ventajas, resulta también más costosa. Los fondos gestionados activamente requieren invertir recursos en análisis, tanto económicos como sectoriales, o visitar a las compañías. Un coste que finalmente se repercute en el inversor en forma de comisión, al descontarse de las rentabilidades obtenidas y que, por tanto, hace que los fondos de inversión tradicionales resulten más caros que los ETFs.
Pero la gestión activa no es la única razón de que los fondos de inversión sean más caros. Tanto unos como otros están abiertos a incluir nuevos partícipes, lo que significa que el número de participaciones puede ajustarse al alza o a la baja, dependiendo de la oferta y la demanda. Cuando un fondo recibe suscripciones, el gestor tiene que corregir el equilibrio que se produce, invirtiendo una cantidad extra en el mercado. Si lo que se produce es un reembolso, tendría que vender algunos activos si no hubiera suficiente liquidez disponible para hacerlo frente.
En el caso de un ETF, puesto que las participaciones se intercambian entre los propios inversores, el gestor tiene bastante menos que hacer. De todos modos, puesto que el objetivo de los proveedores de ETFs es que su precio esté lo más alineado posible con el valor neto de los activos del índice, ajustan el número de participaciones, bien creando nuevas o reembolsando las antiguas. Si el precio fuera muy alto, el proveedor podría crear más participaciones para rebajarlo
El tratamiento fiscal de fondos y ETFs es otro aspecto diferenciador
Los ETFs se consideran acciones, considerándose los rendimientos obtenidos como variaciones patrimoniales, sobre las que no se aplican retenciones, pero que tributan en la declaración de la renta. A los rendimientos obtenidos a partir de fondos de inversión se les considera plusvalías, por lo que sí que se les aplica retención.
Pero tienen la ventaja, respecto de los ETFs, de que se puede traspasar patrimonio de uno a otro fondo sin coste fiscal alguno. La retención sólo se aplica al reembolsar participaciones. Puede decirse que es un impuesto diferido.
Teniendo en cuenta estas diferencias, la conveniencia de seleccionar fondo o ETF depende de las necesidades, circunstancias y objetivos de cada inversor. Los fondos tradicionales habitualmente cobran sentido cuando se invierte en nichos de mercado, como pueden ser acciones de compañías pequeñas o en el caso de fondos complejos que aplican estrategias alternativas como long/short o market neutral y que potencialmente pueden generar atractivas recompensas.
Para inversores amantes de la simplicidad los ETF les proporcionan bajos costes, fácil acceso y énfasis en el seguimiento de un índice. Por otra parte, su capacidad para proporcionar una exposición diversificada a varios segmentos de mercado de una forma bastante sencilla los convierte en herramientas de diversificación como parte de una cartera equilibrada y ampliamente diversificada.
Paula Mercado, directora de análisis de VDOS y www.quefondos.com