De acuerdo con la teoría de la inversión, los inversores pasan por varias fases en su vida, cada una de ellas con sus metas propias y preferencias en cuanto a las asignaciones de cartera. Como explican desde Fidelity, estas fases se explican desde la perspectiva del ahorro a largo plazo para la jubilación, pero los mismos principios deberían aplicarse para cualquier plan de inversión a largo plazo con una fecha de vencimiento concreta:
La fase de acumulación
Los inversores con el horizonte de inversión más largo, por ejemplo personas en la veintena o la treintena, deberían mostrar la mayor predisposición a invertir en activos de más riesgo —como acciones— con el fin de elevar al máximo el crecimiento a largo plazo. No deberían dejarse disuadir por el riesgo, ya que si los mercados caen y pierden dinero, su horizonte de inversión es lo suficientemente lejano como para permitirles recuperarse de cualquier pérdida, como en el ejemplo. Si son demasiado precavidos en esta fase, es improbable que satisfagan plenamente sus necesidades a largo plazo.
La fase de consolidación
En la madurez, los inversores deberían haber acumulado activos para cubrir sus grandes compromisos financieros, como la vivienda y los gastos corrientes. Deberían disponer de una renta adicional para emplearla en oportunidades de incrementar su capital, pero, aunque puedan tener más recursos para invertir, a medida que pase el tiempo tal vez quieran adoptar una postura más conservadora. Queda menos tiempo para alcanzar su meta de inversión -la fecha de jubilación- y, por lo tanto, menos tiempo para recuperarse de las pérdidas que pudiera acarrear un descenso de los mercados.
Así, una mayor proporción de los activos (pero todavía no la mayor parte) debería destinarse a activos que puedan proteger el capital, como por ejemplo los bonos y los productos monetarios.
La fase de reducción
Cuando una persona llega a los 60 o 70 años, probablemente esté disfrutando o a punto de disfrutar un periodo de su vida en el que ya no trabaja y, por lo tanto, tiene que depender de la renta y el capital acumulado en las inversiones que realizó durante las etapas anteriores. Sin embargo, ahora que ha aumentado la esperanza de vida y la jubilación dura entre 20 y 30 años, los inversores deben ser conscientes de que no pueden ser demasiado reacios al riesgo, incluso en esa etapa.
Efectivamente, el grueso de la inversión debería estar en activos de bajo riesgo como los monetarios o los bonos, pero se debería seguir asignando capital a estrategias más arriesgadas, como las acciones, que pueden seguir acrecentando el capital necesario para generar renta durante un largo periodo de tiempo.
En definitiva, las carteras deberían tener una proporción decreciente de acciones (que se asocian con un mayor riesgo) y una proporción creciente de activos monetarios y bonos (menor riesgo) a medida que se va acercando la fecha objetivo del ahorro, como la jubilación. Con ello se busca limitar las pérdidas potenciales debidas a las fluctuaciones de los mercados a medida que se aproximada la fecha de vencimiento, pero al mismo tiempo se eleva al máximo el potencial de rentabilidad.