Gestores, analistas e inversores han buscado durante años indicadores fiables que sirvieran para proyectar el retorno y el riesgo futuro de una cartera de valores. Se parte de las premisas de que todas las inversiones tienen un riesgo inherente, que se asume al adquirirlas, de forma que tanto retornos como riesgo pueden ser cuantificables a partir de un análisis histórico de resultados y la correlación entre el retorno potencial y el riesgo varia constantemente, proporcionando oportunidades para adquirir inversiones con potencial de retorno máximo y riesgo mínimo.
La tecnología ha permitido acumular y analizar un gran volumen de datos históricos buscando relaciones que sirvan para, en última instancia, identificar oportunidades aún no descubiertas de ganar sin riesgo. Los resultados de estos análisis están con frecuencia a disposición pública.
Una de estas medidas es el Alfa, o retorno de una cartera respecto a un índice de referencia dado. El más comunmente utilizado es el S&P 500. Una inversión con una Alfa mayor que cero indica la obtención de un retorno mayor por una cantidad dada de riesgo asumido. Un Alfa negativo, inferior a cero, por el contrario, supone un comportamiento inferior de la cartera respecto a su índice de referencia; es decir, ha ganado demasiado poco respecto al riesgo que ha asumido. Los inversores, por tanto, habitualmente buscan carteras con alfas altos.
La medida de la volatilidad de una cartera respecto a un índice de mercado es la denominada Beta. La volatilidad indica el potencial de que una cartera experimente cambios bruscos en su valor. Si la Beta es igual a 1, la inversión se mueve en sincronía con el índice de mercado, o tiene una medida de volatilidad similar a la de ese índice. Si la Beta es positiva, nos indica que el valor de la cartera oscila más que el del índice; por ejemplo, una Beta de 2 se interpretaría como una oscilación en su valor doble que la del índice con el que se compara; suponiendo que el índice variara su valor un 15% en el periodo, la cartera oscilaría un 30% hacia arriba o hacia abajo. Consecuentemente, los inversores conservadores suelen preferir la inversión en carteras con volatilidad o Beta baja.
Mientras que la Beta mide los movimientos en el valor de una cartera, respecto a un índice, la desviación estándar mide su volatilidad de un modo diferente. En lugar de comparar el retorno de la inversión respecto a un índice de referencia, la desviación estándar compara los retornos individuales de una inversión, en un periodo dado, respecto a la media de esos retornos en el mismo periodo. Cuanto más se desvían los retornos individuales de su media, mayor es la desviación estándar. Así, una cartera con una desviación estándar de 16,50 por ciento es más volátil que una cartera con una desviación estándar de 12 por ciento.
Desarrollada por el Doctor William Sharpe, profesor de la Escuela de Negocios de Stanford, la ratio Sharpe es una medida muy utilizada en fondos para indicar el retorno de una cartera respecto al activo libre de riesgo. El activo libre de riesgo más comunmente utilizado en Estados Unidos es el tipo de interés de las Letras del Tesoro a 3 meses; en Europa se toma como referencia los Bonos del Estado Alemán, por considerarse de mayor solvencia.
Parte de la premisa de que un inversor debería recibir un retorno mayor si asume más volatilidad en su cartera. Teóricamente, cuanto mayor es la ratio Sharpe, mayores serán los retornos de la cartera respecto al riesgo asumido. Una ratio de 1 indicaría que el retorno obtenido se corresponde con el que podría esperarse por el riesgo que se ha asumido; si la Sharpe es mayor que 1, indicaría que el retorno sería mejor de lo esperado en función del riesgo y un valor inferior a 1 indicaría que el retorno obtenido no justifica el riesgo tomado.
Proveedores de información financiera asignan calificaciones a los fondos de inversión en base a su rentabilidad ajustada por riesgo. Así, por ejemplo, VDOS utiliza un sistema de estrellas de uno a cinco (de peor a mejor) que ayuda a identificar los mejores fondos dentro de cada categoría.
En cualquier caso, estas medidas deben ser tomadas solo como ayudas a la hora de seleccionar un fondo para invertir. No hay ninguna medida que sea fiable todo el tiempo ni que deba de ser considerada de forma aislada, sino como un dato más del proceso de selección, en el que ha de incluirse información disponible en el folleto – o al menos el DFI (Datos Fundamentales para el Inversor) – y la trayectoria del gestor del fondo, dentro del marco definido por el propio inversor respecto a sus objetivos y nivel de tolerancia al riesgo.