El World Economic Forum ha publicado el Global Risk Report 2022, elaborado en base a las opiniones de más de 12.000 líderes de 124 países. En su ranking de los diez principales riesgos globales que afrontaremos hasta 2030 figura uno solo de carácter económico: las posibles crisis de deuda en las grandes economías.
La organización define esta “amenaza crítica a corto y medio plazo para el mundo” como el escenario en el que las finanzas de las empresas privadas o los estados de las grandes economías del mundo se vean desbordadas por la acumulación de deuda o sus pagos periódicos, lo que “daría lugar a quiebras masivas, impagos, insolvencia, crisis de liquidez o crisis de deuda soberana”, explican desde Crédito y Caución.
2020 fue el año con el mayor crecimiento de deuda a nivel global desde la Segunda Guerra Mundial, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), situándose en el 256% del PIB global, tal y como nos explica Daniel Mayor, asesor patrimonial en Portocolom, AV.
Algo más de la mitad de este aumento fue causado por los gobiernos ya que, a medida que bajaban sus ingresos fiscales aumentaban las partidas presupuestarias destinadas a ayudas al desempleo y gastos sanitarios que crecían por la pandemia. “Se trata de una enorme transferencia de riqueza a los bolsillos de la población que ha tenido su reflejo en el aumento de la deuda pública”, advierte Mayor.
Todo ello, además, se produce en un contexto en el que las secuelas de la crisis financiera de 2008 habían hecho aumentar la deuda de los países desarrollados un 10% en 2008 y un 15% en 2009 aproximadamente. “La conclusión es que cada vez que tenemos una crisis aumenta la deuda para mantener a flote las economías, o, dicho de otra manera, estamos incurriendo en una gran insolidaridad intergeneracional al dejar a las generaciones futuras una deuda que supera el PIB en mucho para mantener nuestro nivel de vida actual, mucho más si cabe observando las tasas de fertilidad”, relata el experto.
Productividad y demografía: las claves del crecimiento
Según explica, el potencial de crecimiento a largo plazo de una economía depende de la productividad y la demografía. Por lo que, para hacer que la deuda sea sostenible es necesario que los países mantengan un crecimiento sólido de sus horas trabajadas, principalmente por la incorporación de mano de obra al mercado laboral y aumentos de productividad.
En cuanto al aumento de la mano de obra, Mayor advierte que no debemos olvidar que las tasas de fertilidad han descendido por debajo de las tasas de reemplazo en todo el mundo. “Por ejemplo, sólo en la India y en África las parejas tienen suficientes bebés para reemplazarse a sí mismas. Por otra parte, los países desarrollados para escapar a una pirámide poblacional con una base menguante permitirán cada vez más la entrada de inmigrantes, atrayendo el talento de los países en vía de desarrollo, en detrimento de los países de origen que pierden a sus individuos más cualificados y dinámicos”, reflexiona.
La otra variable es la productividad, donde Mayor lamenta que los datos “no son nada halagüeños ya que ésta ha venido cayendo las últimas décadas hasta situarse en el 0,7% cuando a principios de siglo estaba entorno al 1,5% anual. Las consecuencias económicas de estas tendencias serán un crecimiento más lento y por ende una menor capacidad de endeudarse”.
¿El cielo es el límite?
Según explica Mayor, históricamente, las grandes deudas públicas han tenido una reputación menos positiva. “Hoy en día los defensores de la teoría monetaria moderna argumentan que la deuda no importa y que ‘el cielo es el límite’, así una montaña de deuda no es preocupante siempre que las tasas de interés sigan siendo bajas. Es decir, que lo importante es que la tasa de crecimiento real, nominal menos inflación, esté por encima de la tasa que se paga por la deuda en circulación”.
La entidad que se encarga de que las tasas que pagamos por deuda pública sean bajas es, en Europa, el Banco Central Europeo (BCE), “que compra la deuda pública de los países con la intención, no reconocida y tampoco disimulada, de que las rentabilidades de los bonos soberanos, especialmente los de peor calidad, se mantengan en el entorno del 0% para hacer que los grandes volúmenes de deuda contraídas por los países sea asumible”, aclara Mayor.
“Desde una visión eurocéntrica si desaparece la confianza en la capacidad de pago de los países porque el proyecto común europeo da pasos hacia una menor integración o se materializa una Unión Europea de dos velocidades haría que se repitiera una crisis de confianza similar a la de 2012 que haría tambalear a las economías más endeudadas del viejo continente. Afortunadamente hasta la fecha las crisis están siendo oportunidades para relanzar el proyecto europeo», valora el experto de Portocolom AV.
¿Se perdonará la deuda?
Según explica Mayor, los bancos centrales han sustituido en la práctica, por primera vez en la historia, a los gobiernos en la responsabilidad de gestionar la economía y para hacerlo disponen de capacidades infinitas desde un punto de vista cuantitativo que conviene no infravalorar. Por otra parte, considera que, si se mantiene la situación actual en las próximas décadas, podríamos asistir a un acuerdo entre los bancos centrales mundiales para ver cómo se cancela parte de la deuda que duerme en sus balances con criterios objetivos.
Por otro lado, Mayor cree que “las recetas para enfrentarse a futuras crisis serán con menos deuda y mayores ajustes en los programas del llamado estado del bienestar, lo que aumentarán las tensiones sociales que pudiera socavar en cierta manera sus libertades o el ascenso de radicalismos”.
La inflación desinfla la deuda
Una de las medidas para hacer más llevadera la deuda es contar con cierta inflación. “Actualmente, vemos cómo la deuda nominal sigue aumentando, pero el PIB nominal (PIB real +inflación) crece mucho más gracias a las subidas de los precios, esto permite a las administraciones gastar más de lo que ingresan mientras disminuye la deuda sobre PIB. La inflación es un impuesto encubierto que acabamos pagando todos, especialmente las clases menos favorecidas”, advierte.
Además, Mayor cree que el aumento de la deuda conducirá, más pronto que tarde, a una subida de impuestos con un objetivo doble: distribuir la riqueza y controlar los déficits fiscales. “Se trata de una tendencia en todos los países a medida que los ingresos se debilitan, las poblaciones más envejecidas tienden a consumir menos, hay menos impuestos, y por contra aumentan los gastos en pensiones, sanitarios, etc.”, aclara Mayor.
Para controlar la deuda y equilibrar los presupuestos, los gobiernos puede tirar de dos palancas: el aumento de impuesto o una racionalización de las gastos. Según Mayor, la primera alternativa suele ser la elegida, en general, es menos lesiva para los intereses de los votantes.
A más deuda, menos crecimiento
Según un informe publicado por S. Ali Abbas y algunos de sus compañeros del Fondo Monetario Internacional (FMI) titulado Dealing with High Debt in an Era of Low Growth, los niveles altos y crecientes de deuda pública pueden conducir a tasas de interés más altas y un crecimiento más lento. “La combinación de bajo crecimiento y altas tasas de interés hace que el pago de la deuda sea particularmente un reto para algunos países muy endeudados”, advierte Mayor. Por ello, espera que en las próximas décadas veamos crecimientos más modestos, a no ser que la nueva revolución industrial nos permita dar un salto cuantitativo y cualitativo.
¿Cómo afecta este elevado nivel de deuda al pequeño ahorrador e inversor?
Según explica Mayor, las políticas monetarias expansivas (bajada de tipos de interés) de los bancos centrales han provocado una notable caída en el rendimiento de la renta fija generando una asimetría muy relevante entre la rentabilidad que se puede obtener y el riesgo asumido. “Los programas de compra de activos han desvirtuado el binomio rentabilidad/riesgo y no reflejan adecuadamente los riesgos. Ante la falta de alternativas los inversores han tenido que tomar cada vez más riesgo si quieren cumplir sus objetivos de rentabilidad”, advierte Mayor.