Las crisis de los bancos Credit Suisse y de Silicon Valley Bank (SVB), y las dudas sobre Deutsche Bank (infundadas según muchos de los analistas), han traído consigo fuertes caídas en los mercados estas pasadas semanas, afectando especialmente al sector financiero. Y esto ocurre lloviendo sobre mojado, tras un año 2022 de caídas generalizadas en los mercados como consecuencia de la guerra en Ucrania y de sus implicaciones en el incremento de los precios de los combustibles fósiles, que posteriormente se contagió a una alta y persistente inflación subyacente.
Las situaciones de volatilidad coyuntural en los mercados suelen producir en los inversores unos sentimientos, que traen consigo unos comportamientos de los que deberían huir para no incurrir en pérdidas en el largo plazo.
Aquellos ahorradores que invierten para objetivos financieros de largo plazo, aunque es normal que tengan que sientan nerviosismos ante las noticias, deberían mantener la calma. El pasado ha demostrado que, hasta las crisis financieras más duras, han tenido un impacto pequeño en las estrategias de inversión a largo plazo.
Un ahorrador con una estrategia de largo plazo adecuada a su perfil de riesgo no debería tomar decisiones precipitadas. Si se deja llevar por el miedo del corto plazo, corre el riesgo de consolidar como pérdida esa caída transitoria del valor. Es conveniente esperar al rebote que se produce después de cada importante caída, y continuar con un perfil de inversión adecuado al horizonte temporal que le queda hasta la realización de su objetivo financiero.
La renta variable ha tendido a subir de manera constante durante largos periodos de tiempo. No obstante, las caídas del mercado son inevitables cada cierto tiempo en el ciclo vital de inversión. Sin embargo, los mercados bajistas no se suelen prolongar en el tiempo. Tras cada una de las caídas se ha registrado un periodo de recuperación y un nuevo máximo.
Nuestro miedo es un mal aliado para nuestra inversión
El sesgo de la aversión a las pérdidas podría condicionar la reacción de muchos inversores ante las recientes caídas de los mercados financieros, debido a que este sesgo produce que a las personas nos afecte más el dolor de perder dinero que la alegría de ganarlo.
En su experimento “La formulación de las decisiones y la psicología de la elección”, David Kahneman y Amos Tversky mostraron que una pérdida nos duele 2,5 veces más que el disfrute por una ganancia equivalente. Es decir, si tenemos 1.000 euros invertidos en un valor y otros 1.000 euros en otro valor, estaremos más disgustados por haber tenido una rentabilidad anual negativa de un -2% en el primero que lo que nos alegrará haber ganado un 5,5% en el segundo durante el año.
De hecho, arriesgaremos más para recuperar un dinero que hemos perdido (por ejemplo, el -2% del activo que tenemos en negativo) que para ganar esa misma cantidad de dinero. Esto es lo que se llama efecto reflejo, que es un sesgo muy vinculado al de aversión a las perdidas. Además, valoramos más algo que ya es nuestro, por encima incluso de su precio real: este comportamiento es conocido como sesgo de dotación.
Estos tres sesgos (aversión a perdidas, efecto reflejo y dotación) tienden a producir que, en caso de la inversión directa en activos (por ejemplo, en acciones), aguantemos más tiempo una acción con pérdidas con la esperanza de que se recupere antes de asumir nuestro error, es decir, antes que reconocer la pérdida. Es decir, no producen seguir uno de los principios de la inversión en mercados: dejar crecer las ganancias, pero cortar las perdidas.
Otros de los sesgos que nos condicionan al invertir es el anclaje, y muy vinculado a este, el de conservación. Es decir, tomar como referencia o establecer como base la primera información recibida. Por ejemplo, al invertir es habitual tomar como referencia el precio pasado de una acción para determinar su potencial de revalorización futuro. Pero una cotización pasada no tiene por qué ser indicador de potencial de revalorización futura, ya que, por ejemplo, podría estar sobrevalorada en ese momento.
Qué hacer para combatir esos sesgos y no caer en decisiones precipitadas
Existen dos las decisiones que podemos llevar a cabo para evitar caer en esos sesgos. La primera, realizar aportaciones periódicas (por ejemplo, mensuales) a los productos de inversión y de previsión social en los que ahorremos, con independencia de las subidas y bajadas del mercado. Invirtiendo a través de aportaciones periódicas se estará reduciendo el riesgo de entrada y la volatilidad, comprando a un precio medio. Algunas aportaciones compraran participaciones en el fondo o plan de pensiones a un precio más caro, por ser realizadas en momentos en que los mercados estén cotizando alto. Otras aportaciones se “compraran” más barato, por ejemplo, en momentos de caídas de los mercados.
Un ahorrador, con una estrategia de largo plazo, no debería tomar decisiones de compra o venta de activos, o de aportar a su fondo de inversión o plan de pensiones, intentando anticipar el movimiento, al alza o a la baja, que tendrá el precio los activos o en general de los mercados, práctica que se conoce como market timing. No obstante, se podría plantear realizar alguna aportación extraordinaria, complementaria a la periódicas, aprovechando caídas de los mercados bursátiles.
La segunda es ponerse en manos de profesionales, con los conocimientos, la experiencia, la especialización y el acceso a información de calidad para la toma decisiones de elección de activos, ahorrando a través de instituciones de inversión colectiva como, por ejemplo, fondos de inversión o planes de pensiones, permitirá al ahorrador, lograr una diversificación adecuada en su inversión, diversificando el riesgo y reduciendo la volatilidad de la misma.