Invertir para mejorar una realidad social, más allá de obtener una rentabilidad por el dinero, es una propuesta cada vez más atractiva para muchos inversores. Pero para consolidarse es necesario poder mostrar al inversor cómo su aportación transforma el entorno. Este es el principal reto al que se enfrentan las microfinanzas, que normalmente han utilizado indicadores como la rentabilidad y el nivel de mora para valorar la eficiencia de la inversión.
Según recuerda Teresa González Barreda, responsable de Empresa y Desarrollo de la Fundación Codespa, “tradicionalmente se han contemplado estos conceptos financieros, pero el objetivo es ir más allá y mirar el desempeño social”. En opinión de Agustín Vitórica, co-CEO y co-fundador de Gawa Capital, “cuando las microfinanzas empezaron nos centramos en valorar los inputs, como por ejemplo cuántos recursos se habían empleado o el tiempo y el talento, pero no se medía la rentabilidad y el impacto social, entendiendo como tal los cambios sostenibles logrados en el largo plazo”.
Sin embargo, para dar ese salto a la hora de medir el impacto es necesario un paso previo: que lo social esté integrado en la planificación estratégica de la entidad y en su gestión. “Por ejemplo, se puede trabajar con el objetivo de la brecha de género a través de la actividad financiera o la calidad de la salud con la creación de microseguros o financiar procesos productivos. Creemos que estas instituciones microfinancieras deben apoyar actividades muy en línea con su CORE”, argumenta.
Esta premisa parece que poco tiene que ver con la parte la medición, pero los expertos coinciden en que cuanto más claro e integrado esté este aspecto, más sencilla será la medición del impacto. “Es importante que todo esté orientado a lograr ese fin social y es algo que se evalúa y valora cuando se están buscando socios o cuando se elige con qué socio trabajar”, explica Raúl Moreno, gerente coordinador de la Unidad de Apoyo a presidencia de Cofides (Compañía Española de Financiación del Desarrollo).
Modelos de medición
Aunque no existe un modelo único para medir el desempeño social de una inversión, sí hay un consenso sobre la utilidad y el uso de los estándares IRIS (Impact Reporting and Investment Standards), una iniciativa de la Global Impact Investing Network (GIIN). “IRIS ofrece unos indicadores de desempeño social, medioambiental y financiero para la definición, el seguimiento y la presentación de información sobre el desempeño social del capital”, explica Vitórica.
Ahora bien, más allá de esta propuesta, existen otras metodologías. Según señala Vitórea, en el caso de Gawa Capital, “seleccionamos países con un sector microfinanciero adecuado, es decir que estén dentro de la actividad de ahorro, crédito y seguros. A aquellas instituciones que nos encajan, les realizamos una auditoria y marcamos 57 criterios objetivos, parte de ellos son comprobados de nuevo por el auditor a la salida del fondo”.
Además en su modelo, en el momento de la transacción, establecen una serie de covenants en desempeño social, que corresponden a aquellas áreas en las que la auditoria detectó que eran necesarias mejoras. “En ese sentido, definimos unos covenant igual que se haría en cualquier otra inversión”, afirma. Según su experiencia, contar con esta metodología les permite ver la evolución del desempeño social en la cartera.
Otra metodología es la que aplica Cofide y que utiliza en el Fondo para la Promoción del Desarrollo (FONPRODE), que funciona a través de tres tipos de operaciones (créditos de estado a estado, créditos a instituciones financieras y partición en fondos de inversión). “Contamos con cuatro bloques de análisis independientes en los que estudiamos la rentabilidad del proyecto, el efecto sobre el desarrollo, el papel estratégico de la financiación y la rentabilidad de la inversión”, explica Moreno.
Por último, Rodrigo Peláez, de la Fundación BBVA MicroFinanzas, señala que su planteamiento a la hora de medir el impacto es ver si llegan realmente a los clientes. “Usamos los mismo modelos que se usan para medir la concesión de crédito, lo que nos permite establecer cuatro segmentos: extrema pobreza, pobre, vulnerables pobres, no vulnerables. Y comparando sus datos en el momento de la renovación del microcrédito, nos permite comprobar si el cliente ha evolución de un segmento a otro”, explica.
En este sentido, la Fundación BBVA MicroFinanzas, desde su creación e 2007, ha construido una cartera de 1,8 millones de clientes y ha realizado desembolsos por valor de siete billones de dólares. Fruto de su trabajo y según su métrica, en dos años “el segmento de clientes en situación de pobreza se ha reducido un 38%”, señala Peláez.
Según su experiencia la medición del impacto mejorará en el momento según avance el proceso de transformación digital en el sector de las microfinanzas. “Cuando la tecnología llegue, nos permitirá tener acceso a más información sobre los clientes y así se podrá medir mejor cuál es el impacto social de las inversiones”, matiza Peláez.