A veces los sueños se hacen realidad y los cuentos de princesas traspasan los libros. El sábado pasado por fin asistíamos a la “boda del año” (con permiso de Belén Esteban que parece que tiene intención de casarse este año). La actriz americana Meghan Markle se casaba con el príncipe Harry, quinto heredero al trono de Inglaterra.
Más de 29 millones de espectadores en Estados Unidos y 18 millones en el Reino Unido, fueron testigos a través de sus pantallas del tan esperado “si quiero” (datos de Nielsen y The Guardian). Una boda repleta de amor, de glamour, de detalles,… que desde luego cumplió ampliamente con las expectativas del ciudadano de a pie en lo que a cotilleo se refiere.
Pero una vez pasada la resaca, tocar pagar la cuenta. Hay varias estimaciones, pero se dice que la boda costó la friolera de 45 millones de dólares. Por muy feminista que sea Meghan, menos mal que no optaron por seguir la tradición de que la familia de la novia se hace cargo de pagar el evento, porque sino… en este caso estaba claro que la familia real inglesa pagaba la factura.
Solo la wedding planner, la británica Aimee Dunne, especialista en eventos de alta sociedad, se embolsó más de 650.000 dólares.
Según algunas estimaciones, la comida y la bebida costaron unos 680.000 dólares dólares, la marquesina de vidrio para la recepción unos 400.000 dólares, las flores 130.000 dólares; 22.000 dólares para el fotógrafo, una tarta de 67.000 dólares (que calorías mas caras…), 400.000 dólares de la música, 175.000 dólares la decoración, y suma sigue…
Eso si, la novia pagó su vestido, un Givenchy que costó unos 135.000 dólares, muy comedido si lo comparamos con los 400.000 dólares que se estima costó el Alexander McQueen de su cuñada.
La seguridad por su parte, corrió a cargo de los contribuyentes, unos 40 millones de dólares frente a los 32 millones que se dedicaron a la boda del príncipe William con Kate Middelton, pero la situación terrorista a día de hoy no es la misma. Ni el vestido, ni el convite, ni las flores, esta fue sin duda la partida más costosa del evento, más del 90% del coste total, cosa que no ha gustado mucho al público antimonárquico.
Temas políticos a parte, lo que es cierto es que la boda supondrá ingresos de más de 650 millones de dólares para la economía del país a través de turismo, merchandise conmemorativo y sobre todo, publicidad “gratis” para el Reino Unido.
Bueno parece que aunque la boda del año haya costado 73 veces más que el coste de una boda media en Inglaterra, el evento ha sido lucrativo para las arcas de los ingleses.
Después de tanto dispendio, solo esperamos que al menos, como los príncipes de los cuentos, sean felices y coman perdices.