La comunidad hispana es, con diferencia, la más numerosa de entre las minoritarias de los Estados Unidos. Según la Oficina del Censo de los Estados Unidos, en 2010, la población hispana o latina había superado los 50 millones y actualmente se estima que supera los 53 millones de personas. De éstos, más de 41,3 millones tienen un dominio nativo del español y a los otros 11,6 millones puede suponérseles una competencia limitada, con distinto grado de conocimiento y de uso de la lengua. Si al número total de hispanos censados se le añadieran los 9,7 millones de inmigrantes indocumentados de origen hispano, la cifra de hablantes potenciales de español en los Estados Unidos se elevaría a unos 62 millones de personas.
Aunque el hecho de ser hispano no implica un conocimiento efectivo del español, el informe “El español: una lengua viva” del Instituto Cervantes señala que más del 73 % de las familias hispanas utilizan en mayor o menor medida el español para comunicarse y únicamente el 26,7 % usa solo el inglés. Además, el alto grado de conocimiento de esta lengua entre la población hispana más joven pone de relieve la pujanza del español en los Estados Unidos y destruye en cierto modo el mito de que las segundas generaciones de inmigrantes acaban perdiendo la lengua de los abuelos en el melting pot estadounidense.
E hecho de encontrar un dominio elevado del español en las distintas generaciones de hispanos indica que la comunidad hispanohablante de los Estados Unidos ha alcanzado la masa crítica suficiente como para sobrevivir por sí misma, al margen del inglés. Efectivamente, el hecho de que la integración social de los hispanos se haya desvinculado de la pérdida del español pone de manifiesto que la oferta cultural, social y mediática en español es lo bastante amplia como para garantizar a los hispanohablantes el mantenimiento de su lengua sin tener que hacer un esfuerzo excesivo para conseguirlo.
Por último, a estos hispanos hablantes de español es preciso añadir aquellos estadounidenses que han aprendido el español como segunda lengua, ya sea por necesidades comunicativas o como medio para mejorar su carrera profesional. De hecho, ya hay varios estudios empíricos que demuestran que el mercado laboral estadounidense recompensa la habilidad para comunicarse indistintamente en inglés y en español.