El cerebro humano nos permite llevar a cabo numerosas acciones con una sofisticación envidiable. Sin embargo, tiene ciertas características que, en determinados momentos, nos pueden empujar a tomar decisiones poco racionales, algo que en contextos como la inversión no es muy acertado.
Esto es a lo que se dedica y lo que defiende la economía conductual. Su objetivo es completar a las finanzas neoclásicas ayudando a comprender mejor a los sujetos que intervienen en la economía.
En la economía neoclásica se entiende que el inversor es plenamente racional, que sabe lo que quiere y que tienen una capacidad cognitiva ilimitada para conocer perfectamente las implicaciones de cada una de las opciones disponibles y adoptar la que maximice su beneficio.
Mientras que la economía conductual se basa en estudios que demuestran que las emociones y el entorno social, cultural y económico y los sesgos de comportamiento psicológico suponen un factor fundamental en la toma de decisiones financieras. Esta disciplina aborda como premisas fundamentales que los individuos disponen de una racionalidad y capacidad de cálculo limitada, y que con dicha limitación aspiran a adoptar la decisión más satisfactoria posible, aunque esa decisión pueda no ser la más beneficiosa.
Pongamos un ejemplo: uno de los sesgos que más condicionan nuestras inversiones es el de confirmación, el cual nos hace interpretar o buscar informaciones nuevas de manera que confirmen nuestras ideas previas. Esto puede llevar a un inversor a buscar información de manera selectiva para respaldar sus decisiones de inversión, algo que puede desembocar en una inversión poco adecuada.