Con la investidura de Joe Biden, el pasado 20 de enero de 2021, los Estados Unidos han dado un giro de 180 grados desde el punto de vista ambiental, social y de gobernanza (ASG). Si hubiera que evaluar el mandato de Trump en el aspecto ASG, no hay duda de que la calificación sería muy negativa.
Desde una perspectiva medioambiental, podríamos citar, por ejemplo, la retirada del Acuerdo de París sobre el clima o la puesta en marcha de polémicos proyectos de infraestructuras energéticas. Y, si nos pusiéramos a analizamos la huella de carbono personal de Donald Trump, a priori sería un desastre, lastrado por sus viajes aéreos semanales entre Washington y su club de golf, Mar-A-Lago, en Florida.
A nivel social, el balance de la administración saliente tampoco es demasiado brillante, pues se habrían acentuado las desigualdades de ingresos entre las minorías étnicas: así, los blancos -la categoría más acomodada-, han visto cómo han crecido sus ingresos en un 13,3% entre 2017 y 2019, mientras que los afroamericanos -como son los menos favorecidos- han experimentado un aumento del 11%.
Aunque todavía no se conocen los datos de 2020, es fácil imaginar que esta brecha ha vuelto a aumentar teniendo en cuenta la crisis sanitaria, que ha afectado especialmente a las minorías más frágiles económicamente. Por último, a nivel de gobernanza, el inventario de controversias y de rotación del personal dentro del gobierno es casi abrumador.
Pero ya está en marcha una pequeña revolución. En primer lugar, simbólicamente, con la llegada de Joe Biden –también llamado “Amtrak Joe” o «el hombre del tren» [AMTRAK es la red estatal estadounidense de trenes de pasajeros]- al más alto cargo. Desde 1976 tiene la costumbre de trasladarse a Washington desde su domicilio en Wilmington (Delaware) por ferrocarril. De hecho, la cuestión medioambiental está en el núcleo de su programa y las primeras medidas adoptadas son radicales: regreso al Acuerdo de París, abandono del controvertido proyecto del oleoducto Keystone XL.
En el ámbito social, la postura unificadora de Joe Biden ya se refleja en la inclusión sin precedentes de las minorías, así como en una creciente paridad dentro del gobierno. Su enfoque sanitario de la pandemia también parece ser mucho más preventivo y protector que el de su predecesor. Por último, en cuanto a la gobernanza, se ha terminado la diplomacia a golpe de tweets devastadores. El ejercicio del poder parece haber recuperado, definitivamente, una apariencia de normalidad, en un marco institucional claro. En el plano extrafinanciero, Joe deja K.O. a Donald.
Más allá de estas cuestiones extrafinancieras, el balance bursátil es más matizado. Cuando Joe Biden era vicepresidente de Obama, de 2009 a 2017, el S&P 500 creció un 16,3% de promedio anual. Y, justamente, durante la presidencia de Trump, la rentabilidad del mercado de valores ha sido idéntica desde el punto de vista contable, con un rendimiento anualizado del 16,3%. Así que, desde ese punto de vista, hay empate.
En el ámbito económico, el enfoque de ambos presidentes también parece oponerlos. Obviamente, los dos tienen el objetivo de conseguir el pleno empleo y un crecimiento sostenido. Pero los medios para lograrlo son muy diferentes. Trump ha llevado directamente una política impulsada por su lema de «America First» [“ante todo, Estados Unidos”], centrado en la reubicación, la agresividad comercial y la desregulación. Su sucesor tiene un posicionamiento que podría resumirse en «Americans First» [“ante todo, los estadounidenses”].
Sólo cambian dos letras, pero su aplicación difiere notablemente. Joe Biden debería aplicar una política keynesiana de reactivación, basada en un fuerte estímulo presupuestario para reducir la desigualdad y combatir el calentamiento climático. ¿Podrá “el hombre del tren” volver a encarrilar a Estados Unidos por la vía del crecimiento, sin poner en peligro el porvenir de las generaciones futuras? Nos vemos en 2025 para hacer balance.
Mientras, este es el panorama de EE.UU., en Europa después de reunirse esta semana, los gobernadores del Banco Central Europeo (BCE) han decidido no cambiar su política monetaria, que sigue siendo muy acomodaticia. Aparte de la posibilidad de ajustar la recompra de activos en función de las condiciones de financiación global, no ha cambiado nada en el discurso del BCE. Hay que destacar que, con unos tipos de interés soberanos cercanos, en su mayor parte, a mínimos históricos, y con unos diferenciales de crédito en torno a sus niveles anteriores a la crisis, la postura del BCE no tiene motivos para cambiar a corto plazo.
Tribuna de Olivier de Berranger, director de Gestión de Activos de La Financière de l’Echiquier.