La mayor parte de los mercados de vacunas son monopolios o duopolios. Ahora bien, en el caso de la COVID-19, la Organización Mundial de la Salud afirma que hay 42 vacunas en fase de evaluación clínica y unas 149 en fase preclínica. Esta es una carrera en la que participan varios caballos y, con suerte, saldrán varios ganadores. No hace falta decir que albergamos la esperanza de que esto se vuelva un mercado con una gran cantidad de actores en el que seremos testigos de una competencia atroz y un alto grado de éxito. No obstante, analicemos este asunto desde la perspectiva de un inversor.
El mercado mundial de vacunas en su conjunto genera unos 30.000 millones de dólares en términos anuales. Dado que existe un optimismo creciente en torno a la creación de vacunas exitosas frente al coronavirus, los inversores se han decantado significativamente por las acciones biofarmacéuticas, lo que ha incrementado en cerca de 100.000 millones de dólares sus capitalizaciones de mercado.
En el caso de que los precios de los activos reflejasen las probabilidades de futuros flujos de caja, el mercado ha descontado unos desenlaces optimistas, como podrían ser el descubrimiento exitoso de nuevos fármacos, el mantenimiento prolongado de los precios y unos ingresos recurrentes.
Sin embargo, tras las aprobaciones normativas, los fabricantes de vacunas afrontan complicaciones en lo que respecta a la producción y distribución masivas. Por poner un ejemplo, China y la India manufacturan el grueso de las vacunas de todo el planeta, lo que podría provocar cuellos de botella.
Asimismo, las limitaciones en el transporte aéreo o la necesidad de un envío a temperatura controlada podrían ralentizar la distribución, en particular en regiones con un clima cálido como África, Asia y Centroamérica.
Aparte de los problemas en la fabricación y la distribución, existe una gran probabilidad de que las tasas de eficacia no traigan consigo la inmunidad colectiva en un futuro próximo. El gráfico 1 que aparece a continuación ofrece una retrospectiva de 10 años sobre la eficacia de las vacunas contra la gripe en Estados Unidos. La eficacia se revela baja y ha ido cayendo a lo largo de los últimos años.
Por otra parte, en circunstancias normales, una parte de la sociedad suele mostrarse escéptica ante las nuevas vacunas. Si a eso le añadimos la politización de esta enfermedad, la proporción de la población que no está dispuesta a inyectarse la vacuna podría ser mayor de lo normal. Hipotéticamente, una vacuna contra la COVID-19 que presente un 50% de eficacia (aplicando una sencilla media del gráfico anterior) y que sea inyectada al 50% de la población solo inmunizaría al 25%. Aunque hablamos de un simple supuesto, se trata de un hecho constatado, dado que una tasa de inmunización del 25% se situaría muy por debajo del mínimo del 70%-90% que, con frecuencia, citan los epidemiólogos como necesario para lograr la inmunidad colectiva.
Esta es la razón por la que la sociedad necesita realizar más pruebas de detección de la COVID-19. Si bien se han abordado todos estos notables retos —como el descubrimiento de nuevos fármacos, pasando por la fabricación y la distribución, hasta el hecho de granjearse la confianza de la sociedad—, la identificación de los infectados y su aislamiento temprano pueden prevenir o limitar los contagios.
Aunque los tratamientos terapéuticos acelerarán los tiempos de recuperación y reducirán las hospitalizaciones, la sociedad necesita aún dar un salto cualitativo en materia de pruebas de detección. La capacidad de hacer pruebas ha crecido de forma considerable, como muestra el gráfico 2. De acuerdo con el Proyecto de Seguimiento de la COVID (COVID Tracking Project), Estados Unidos ha experimentado un crecimiento exponencial en materia de pruebas de detección durante la primavera y principios del verano. Aunque la tasa de crecimiento se ha desacelerado en fechas recientes, la última media móvil a siete días se halla justo por debajo del millón de pruebas diarias. Esa cifra sigue sin resultar suficiente.
De acuerdo con un informe de la Universidad Duke y la Fundación Rockefeller, los asintomáticos transmiten aproximadamente entre el 30% y el 60% de los casos. El informe concluye que, dadas las actuales tasas de contagio, Estados Unidos precisa de unos 200 millones de pruebas mensuales, en comparación con la tendencia vigente de en torno a los 25 millones. Teniendo en cuenta la razonable posibilidad de que presenciemos una propagación comunitaria notoria del virus durante algún tiempo, la mejor solución para retornar a la vida «normal» radicaría en las pruebas de detección masivas.
Se habla mucho de las vacunas, pero poco de los fabricantes de pruebas de detección
Aunque las acciones biotecnológicas —y puede que los mercados financieros en su conjunto— han descontado una elevada probabilidad de que se descubra una vacuna con éxito, pensamos que los inversores podrían estar infravalorando la oportunidad que ofrecen los fabricantes de pruebas de detección para la COVID-19 y las empresas que prestan servicios relacionados.
En un lenguaje más transparente, llevamos muchos años sobreponderando las empresas de instrumentación del ámbito de ciencias de la vida, dispositivos médicos y servicios relacionados de mayor calidad en varias estrategias de renta variable. En líneas generales, creemos que estas firmas exhiben unas atractivas características de inversión a largo plazo como las siguientes:
- un modelo de ingresos recurrentes del tipo «razor blade» en el que, tras la venta de instrumentación, se materializa un flujo de ingresos predecible de altos márgenes proveniente de los consumibles y los reactivos;
- una base de clientes científicos que valora la calidad, las características y la precisión por encima del coste, que alienta la innovación y que puede exigir un precio excepcional;
- mercados diversos y finales especializados que permiten dominar la cuota de mercado a solo un puñado de empresas innovadoras en sus categorías de producto.
En nuestra opinión, estas tres características crean fosos económicos sostenibles a largo plazo que se manifiestan a través de un historial de unas sólidas rentabilidades relativas y una volatilidad menor en términos de beneficios.
Unas pocas de las mayores compañías de ciencias de la vida no solo desarrollan, fabrican y distribuyen pruebas de detección de la COVID-19 por todo el mundo, sino que también desarrollan y fabrican vacunas y tratamientos terapéuticos a los que, además, realizan evaluaciones de calidad.
No creemos que constituya una coincidencia que la actual gestión del virus mediante las pruebas de detección y su futura gestión mediante la vacunación sean posibles gracias al mismo tipo de compañías extremadamente innovadoras que respaldan los avances científicos modernos.
En pocas palabras, creemos que las firmas presentes en la cadena de suministro mundial del ámbito de las ciencias de la vida generarán unos beneficios más sostenibles que aquellas pertenecientes a un mercado de vacunas más que competitivo. Aunque gran parte de sus ventas actuales relacionadas con las pruebas de detección revestirán un carácter único a medida que la sociedad se va dirigiendo, a lo largo de la pandemia, hacia la vacunación masiva y la inmunidad natural, las inversiones, la innovación y el crecimiento futuro impulsados por los ingresos a corto plazo derivados del virus permitirán que estas empresas, a buen seguro, saquen partido de su dilatado historial de inversión en iniciativas innovadoras, sostenibles y de gran rentabilidad.
Columna de Robert M. Almeida, gestor de cartera y estratega global de inversiones, Matthew Scholder, analista de renta variable, y Nicholas A. Demko, analista de renta variable en MFS Investment Management.
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