¿Cambiará la crisis del coronavirus nuestra forma de abordar los desafíos sociales y medioambientales? La respuesta dependerá de nuestra capacidad para aprender de los errores cometidos tras la crisis financiera mundial de hace una década.
Cuando el mundo se recuperaba de esa crisis, la dependencia exclusiva de las fuerzas del mercado y los préstamos baratos solo logró agravar los problemas en muchos casos; se perdió, en gran medida, la oportunidad de lograr una recuperación económica más inclusiva y centrada en los beneficios a largo plazo de abordar las cuestiones sociales y medioambientales más urgentes.
Si bien la llegada de la expansión cuantitativa (QE) en 2008 contribuyó a la recuperación económica, los gobiernos perdieron la oportunidad de introducir incentivos en el sistema para promover el flujo de capital hacia áreas necesitadas, en lugar de para engrosar los beneficios corporativos, a menudo a expensas de los retos sociales y medioambientales. Ahora que empezamos a dejar atrás la pandemia mundial, el plan de recuperación verde de la UE proporcionará un paquete de estímulos centrados en la renovación de edificios, la movilidad sostenible, el hidrógeno y las energías renovables.
Aunque todavía estamos a la espera de conocer más detalles, este plan demuestra la ambición de algunos gobiernos de aprovechar la crisis para acelerar la transición energética hacia un mundo neutro en carbono y de reconocer la importancia de compartir recursos sociales como hospitales, escuelas, viviendas sociales y transporte público.
Adoptar “la economía del donut”
La ciudad de Ámsterdam es un ejemplo de que un crecimiento más inclusivo y más sostenible puede formar la base de la recuperación del daño económico y social causado por la pandemia del COVID-19. La ciudad ha adoptado oficialmente el marco de desarrollo sostenible creado por la economista de Oxford, Kate Raworth, conocido como “la economía del donut”. Ámsterdam se ha propuesto salir de la crisis equilibrando las necesidades de las personas sin dañar el medioambiente: un compromiso ambicioso, y una especie de experimento, pero precisamente el tipo de pensamiento nuevo que creemos que es necesario para no volver a caer en los errores del pasado.
Objetivos de Desarrollo Sostenible
Una parte central del modelo de la economía del donut de Raworth es la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU para 2030. Se trata de un ambicioso conjunto de objetivos creados para alcanzar prosperidad compartida y salvaguardar el bienestar del planeta que pone el énfasis en las necesidades sin atender.
Los ODS se lanzaron por primera vez en 2015 con el objetivo de poner fin a la pobreza mundial. En principio, los 17 ODS fueron diseñados para que los gobiernos colaborasen con la sociedad civil para mejorar la salud y la educación, reducir la desigualdad y estimular el crecimiento económico inclusivo, combatir el cambio climático y preservar la salud de nuestra biosfera. Estos objetivos representan un conjunto verdaderamente ambicioso de metas universales, que ya han firmado 193 países.
Coste elevado
Considerar los ODS desde la óptica de la crisis del COVID-19 subraya su papel decisivo para lograr una recuperación económica que aporte beneficios duraderos para el bienestar de las personas y del planeta. Sin embargo, el gasto necesario para cumplir con estos objetivos asciende a billones de dólares.
Para muchos, el coste original representaba una carga poco rentable que los países no podían permitirse en un momento en el que todavía se resentían por los años de austeridad sufridos tras la crisis financiera mundial. Los optimistas veían esta oportunidad de otra manera: lograr el objetivo general de poner fin a la pobreza mundial y garantizar la salud del planeta crearía mercados más grandes y resistentes de una manera en la que podrían estar de acuerdo tanto los activistas sociales y medioambientales como los inversores y las empresas. En nuestra opinión, el enorme coste humano de la crisis del COVID-19 muestra claramente que alcanzar estos objetivos representa una visión de la recuperación alternativa a la mentalidad del mercado libre –por la que “el ganador se lo lleva todo”– que ha imperado durante los últimos cuarenta años.
Satisfacer futuras necesidades
Dada la magnitud de los paquetes de estímulo puestos en marcha para sacar adelante la maltrecha economía mundial, obtener la financiación necesaria para cumplir los ODS de pronto parece mucho más factible. En un momento en el que los tipos de interés rozan niveles negativos de forma casi universal, las autoridades tienen ante sí la oportunidad de adoptar el desarrollo sostenible como la piedra angular de una recuperación económica generalizada al coste de financiación más bajo de la historia.
Aspiraciones como el fin de la pobreza (ODS 1), salud y bienestar (ODS 3), trabajo decente y crecimiento económico (ODS 8), ciudades sostenibles (ODS 11) y producción y consumo responsables (ODS 12) forman los pilares de un sistema económico fuerte y dinámico, capaz de adaptarse a nuestras necesidades futuras y de resistir los inevitables shocks que sufriremos de forma periódica. Creemos que cualquier sociedad civil que aspire a gozar de paz, justicia e instituciones sólidas (ODS 16) debe aspirar también a contar con un plan económico que abarque estos objetivos.
A lo largo de la historia hemos sufrido graves situaciones económicas que se convirtieron en crisis sociales. La Gran Depresión de los años treinta y la recuperación tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial requirieron una acción coordinada entre naciones y entre la sociedad civil y las empresas. En mayo de 1932, durante el peor momento de la Gran Depresión, el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt pronunció en la Universidad de Oglethorpe un histórico discurso de graduación que marcó el comienzo de su «New Deal». Una frase de ese discurso presagiaba la importancia de los ODS y del desarrollo sostenible para hacer frente a una crisis económica: “Para inyectar vida en nuestro debilitado orden económico, no podremos hacer que dure mucho tiempo a menos que logremos redistribuir de forma más justa y equitativa la renta nacional”.
La importancia del activismo
Defender la sostenibilidad no es nada nuevo: el transcendental Informe Brundtland, publicado en 1987[2], sigue siendo el punto de referencia de un enfoque científico, revisado por pares, para alcanzar una economía sólida basada en los principios reflejados casi tres décadas después en los ODS de la ONU. Cada vez más, el término «capitalismo de los grupos de interés» (stakeholder capitalism) se considera el sucesor del modelo centrado en los accionistas (shareholder capitalism) que surgió tras la crisis económica de los años setenta. Si queremos lograr esta transición, los gobiernos, los reguladores y las empresas deben aprovechar plenamente la oportunidad que plantea la definición de sostenibilidad de Brundtland: “Desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras, garantizando el equilibrio entre crecimiento económico, cuidado del medioambiente y bienestar social”.
La crisis de la COVID-19 es una experiencia muy humana, que ha alterado la vida de cientos de millones de personas en todos los continentes. La pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad de muchos sistemas sanitarios, incluso en las economías desarrolladas más prósperas, algo que ha socavado la salud y el bienestar futuros de muchas personas (ODS 3) y que probablemente dejará secuelas que durarán años.
Aunque los inversores no pueden abordar fácilmente las deficiencias de los sistemas de salud individuales, sí pueden influir en que se obtengan mejores resultados en todos los países colaborando activamente con las empresas para reconocer los beneficios de contribuir al bienestar de sus empleados. Para muchos trabajadores, la falta de acceso a atención médica, ya sea a través del sistema público o como un beneficio corporativo, ha tenido un coste personal considerable, especialmente entre los trabajadores peor remunerados.
¿Una recuperación sostenible?
Al final, el concepto de desarrollo sostenible, e incluso los ODS de la ONU, hacen referencia a una forma de capitalismo “bueno” que despliega capital en áreas que aborden las necesidades desatendidas de la sociedad global –una especie de “opción de compra” de la prosperidad futura– identificando así áreas estructurales de crecimiento.
Teniendo en cuenta que decenas de millones de personas probablemente perderán sus empleos, su medio de vida y, potencialmente, su bienestar como resultado de la pandemia, tenemos que apoyar conjuntamente una recuperación intolerante con la pobreza (ODS 1) que se vea respaldada por la idea de que la sostenibilidad es una visión de un futuro posible que ofrece múltiples beneficios para la sociedad y el mundo en el que vivimos. Para que esta visión se haga realidad es necesario que la sociedad civil valore las aspiraciones que plantean los 17 ODS y reconozca los beneficios compartidos, tanto presentes como futuros, que presenta este enfoque.
Formar alianzas (ODS 17) será decisivo para alcanzar este resultado, si queremos garantizar un futuro mejor para todos. En nuestra opinión, los ODS, junto con las consideraciones medioambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG), no son una etiqueta para señalar la virtud, sino aspiraciones para el futuro que requieren que actuemos ahora.
Es posible que no todas las sociedades evolucionen con estas aspiraciones en mente, ya que, en momentos de crisis económica, existe una tendencia a intentar aprovecharse de los demás y a darle prioridad al interés propio. Sin embargo, vemos señales esperanzadoras que apuntan a que está surgiendo una manera mejor de gestionar nuestro destino, que solo requiere que intentemos liberarnos de los lastres del pasado.
Tribuna de Andrew Parry, responsable de inversión sostenible en Newton, parte de BNY Mellon IM.