La batalla de la salud pública contra el COVID-19 puede estar en sus primeras fases. Más de dos meses después de que comenzaran los cierres en toda Europa, está claro que no habrá vuelta a la plena normalidad que conocíamos. El pasado 13 de mayo, la OMS dijo que el virus puede simplemente hacerse endémico, y «no desaparecer nunca», como el VIH, el paludismo o el sarampión.
Los desarrollos más rápidos de vacunas incluyen el Ébola y las paperas, que tardaron uno y cuatro años respectivamente en llegar a los enfermos. La vacuna contra el virus del Ébola pasó de las pruebas de seguridad a una versión experimental en menos de un año y ha ayudado a controlar dos brotes desde 2014.
Las vacunas existentes para el coronavirus del SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) y del MERS (Síndrome Respiratorio del Medio Oriente) nunca fueron autorizadas, y es posible que la exposición al SARS-CoV-2, causante el COVID-19, no cree inmunidad con el tiempo, ya que los supervivientes parecen generar pocos anticuerpos. Otros virus, como el de la gripe, son capaces de mutar tan rápidamente que se necesita una nueva vacuna cada año.
La innovación y los avances tecnológicos se aceleraron durante los conflictos mundiales del siglo XX, y el desarrollo de una vacuna para el COVID-19 está avanzando a un ritmo más acelerado que los desarrollos de medicamentos típicos a medida que se movilizan más recursos en todo el mundo. Sin embargo, aún quedan muchas incógnitas.
¿Cómo de pronto tendremos una vacuna?
Los plazos para el desarrollo de la vacuna están llenos de incógnitas. En circunstancias normales, el proceso puede llevar una década o más. Además, los plazos dependen de si se refieren a una primera vacuna eficaz, a la primera vacuna de uso experimental de emergencia, a la primera vacuna autorizada o a la primera dosis fabricada en masa. La distribución y la asequibilidad, ya discutidas en términos nacionales y políticos, se convierten entonces en un problema.
Y el tiempo es esencial. La velocidad a la que las economías del mundo pueden reabrir completamente depende en gran medida de la rapidez con la que una vacuna esté disponible. Decenas de equipos de investigación están desarrollando tratamientos, incluyendo una colaboración entre GSK y Sanofi, dos de los mayores fabricantes de vacunas del mundo. Las dos empresas esperan comenzar los ensayos clínicos en el segundo semestre de este año, lo que permitirá disponer de «cientos de millones de dosis» a finales de 2021. Cuanto más global sea la distribución final, mejor será el resultado para la salud pública.
Un ensayo limitado de Moderna, Inc. en los EE.UU. informó hace escasos días que sus pruebas mostraron una respuesta inmune de un ensayo de fase I, sin efectos secundarios graves. La empresa espera comenzar un ensayo de fase III en julio.
Un mejor juego de herramientas
Hemos sostenido sistemáticamente que una respuesta y una contención eficaces del virus dependen de tres elementos: la respuesta de salud pública para evitar que la pandemia supere la capacidad médica, el aporte monetario para mantener el funcionamiento de los mercados y el estímulo fiscal para compensar a las empresas y los consumidores por la pérdida de puestos de trabajo y permitir una rápida recuperación económica.
A falta de una vacuna, el mundo ha mejorado sus herramientas para hacer frente a la crisis, desde una mayor capacidad hospitalaria, medidas de distanciamiento social y la adaptación de la logística necesaria para mantener los envíos de alimentos en movimiento. Incluso se están empezando a solucionar los cuellos de botella en la producción y el suministro de equipos de protección médica. El mundo está en mejores condiciones de gestionar cualquier segunda oleada, incluso sin una vacuna, en comparación con hace apenas dos meses.
Quedan muchos desafíos, médicos, financieros y estructurales. La crisis ha puesto de relieve las desigualdades y la precariedad de la existencia de muchas personas, incluidas las que padecen hambre como consecuencia directa de la pérdida de trabajo remunerado y carecen de una red de seguridad social, incluso en aquellas naciones más ricas.
Falta de sabiduría
El historiador y filósofo Yuval Noah Harari sostiene que la humanidad puede derrotar la pandemia porque los patógenos operan a través de «mutaciones ciegas», mientras que la ciencia avanza a través de los datos. Sin embargo, este profesor dijo en una entrevista reciente que «tenemos el poder de detener esto, pero hasta ahora nos falta la sabiduría necesaria». La falta de liderazgo y la falta de voluntad de cooperar, ha argumentado, se combinan con los ataques políticos y la falta de confianza en los medios de comunicación, la ciencia y los conocimientos técnicos en general, lo que socava el argumento a favor de una respuesta internacional.
La crisis del COVID-19 sigue siendo tanto sobre la respuesta política como sobre los desafíos de salud pública. En todo este tiempo, se han expuesto una serie de respuestas gubernamentales a la pandemia que son y serán analizadas y juzgadas con dureza.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha culpado regularmente a China por el brote y ha repetido teorías que no están respaldadas por sus propios servicios de inteligencia. Aun así, no es el único líder que intenta evitar la responsabilidad de manejar la pandemia. Se ha informado de que China ha tomado represalias contra una investigación del gobierno australiano sobre los orígenes del brote con prohibiciones de importación de carbón, cebada y carne de vacuno australianos.
Dado que los virus no respetan las fronteras nacionales, la mejora de la atención sanitaria debería ser una prioridad universal, no nacional. Mientras el virus esté circulando, puede mutar en algo más peligroso e infectar, o reinfectar, a las poblaciones.
Hace unas semanas, la Asamblea Anual de la Salud de la OMS acordó una hoja de ruta para la cooperación internacional en materia de investigación, propiedad intelectual y distribución de una eventual vacuna. Esto requiere una revisión de la forma en que pensamos sobre el desafío de la salud pública, y cómo se financia. Los EE.UU. advirtieron que están suspendiendo su financiación a la OMS, lo que puede perjudicar el apoyo internacional a las naciones más vulnerables.
«La salud no es un coste», dijo el Director General de la OMS, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, «es una inversión». Esta necesidad de inversión es global. Una vez que los peores efectos de la pandemia hayan quedado atrás, esperamos ver un crecimiento de los valores de la atención médica, que junto con la tecnología de la información, dominan los índices de los EE.UU. Por esta razón, hemos aumentado nuestra exposición a los mercados de valores de los EE.UU., y hemos reducido nuestra exposición a las acciones europeas.
Tribuna de Stéphane Monier, jefe de inversiones de Lombard Odier