Algunos políticos se han referido a la pandemia de COVID-19 como una guerra contra un enemigo invisible. Los mercados financieros han reaccionado a la propagación de este virus con ventas y secando la liquidez, reacciones similares a las observadas a principios de las dos guerras mundiales del siglo XX.
A medida que la expansión económica se alargó y amplió el año pasado, siendo para la economía estadounidense la más larga de la historia, una pregunta clave en la mente de los inversores era cómo terminaría el ciclo. El patrón tradicional de aumento de la inflación que obligaba a la política monetaria a volverse restrictiva parecía cada vez más inverosímil. Como resultado, un choque externo comenzó a parecer la alternativa más probable. Ahora sabemos la respuesta a esa pregunta.
Los cierres casi completos de economías enteras durante meses tendrán, inevitablemente, un profundo impacto en el crecimiento a corto plazo. Una contracción económica de una profundidad sin precedentes parece probable en el primer semestre de este año. No obstante, nuestra expectativa es que, a medida que las medidas de salud pública adoptadas en Europa y América del Norte comiencen a ser efectivas, las decisivas medidas fiscales y monetarias aplicadas por los gobiernos y los bancos centrales acaben por surtir efecto. Por esta razón, más allá de una inevitable recesión de los beneficios empresariales en el primer semestre de este año, esperamos que en el segundo semestre de 2020 se produzca una recuperación económica que haga que las empresas presenten informes que se sitúen en territorio positivo antes de que finalice el año.
Al tiempo que las medidas de cuarentena se han trasladado de Asia a Europa y América del Norte, los esfuerzos de contención están frenando y cerrando las economías. Basándose en la tendencia de la epidemia en China y Corea del Sur, los mercados esperan que el pico de casos en el resto del mundo esté todavía a varias semanas o incluso meses de distancia.
El impacto a corto plazo en los beneficios de las empresas será grave. Sin embargo, la combinación de los bajos tipos de interés y los bajos precios del petróleo significa que, a largo plazo, hay más posibilidades de ganar que de perder. Con los gobiernos y los bancos centrales tomando medidas decisivas en materia de salud, fiscal y monetaria, esperamos que la crisis suponga una conmoción significativa pero aún transitoria. Sobre todo, necesitamos ver que las medidas en salud pública comienzan a mostrar su eficacia en las próximas semanas. Basándonos en los aparentes éxitos de China y Corea del Sur en la contención del brote, este escenario de recuperación sigue siendo nuestro caso base.
En este escenario, las primas de riesgo también se normalizarían rápidamente en los diferenciales de crédito, ya que los impagos seguirán siendo limitados. La única excepción podrían ser los activos expuestos al mercado del petróleo, que, dada la guerra de precios entre Rusia y Arabia Saudita, se estabilizarían en el mejor de los casos.
No podemos descartar un escenario mucho más negativo. Es una posibilidad, ya que si el virus demuestra ser más duradero, el impacto en las economías podría durar muchos meses. Podemos enfrentarnos a este escenario si las medidas de cuarentena en Europa y América del Norte resultan menos eficaces que en China y Corea del Sur, o si el virus regresa a Asia en una segunda oleada. En este caso, el coronavirus podría parecer menos un desastre natural y estar más cerca de la analogía de la guerra.
En tales circunstancias, las economías probablemente sufrirían amplios incumplimientos corporativos porque ningún gobierno puede compensar a una serie de industrias por la pérdida de ingresos durante muchos meses. Inevitablemente, se produciría un fuerte aumento del desempleo, lo que socavaría la capacidad de las economías para una eventual recuperación.
Desde el punto de vista de la inversión, una recesión prolongada implica una caída adicional de entre el 15% y el 20% en las acciones, en línea con el impacto de la gran crisis financiera, así como más pérdidas en la renta fija de alto valor. Una pandemia prolongada pondría a las monedas emergentes bajo una mayor presión y la deuda emergente en monedas locales podría caer otro 10%, en línea con los descensos observados en 2008 y 2014-2016.
Tribuna de Stéphane Monier, CIO de Lombard Odier.