En un momento en el que el crecimiento mundial ya no depende tanto de la aportación europea, y los ámbitos de innovación tecnológica y crecimiento económico parecen polarizarse en torno a América y Asia, es importante tratar de comprender las dinámicas de Europa. En primer lugar, porque sigue siendo el principal espacio comercial del mundo y probablemente sea también el bloque económico más difícil de entender, lo que explica en parte sus debilidades, pero, a su vez, crea fuertes barreras de entrada y oportunidades importantes para quienes desean invertir en él.
Europa tiene que afrontar los desafíos del siglo XXI ante dos bloques económicos y monetarios más homogéneos: Estados Unidos y China. Frente a estos dos gigantes, debe encontrar su voz para reinventarse sin buscar la confrontación directa, aplicando la máxima de “crear, no competir”.
De los tres bloques, Europa es el que más depende de las exportaciones. Y con motivo: mientras las empresas estadounidenses y chinas pueden desarrollarse en un mercado interno amplio y homogéneo, las europeas han de luchar por desarrollarse en la zona euro, fuera de su país de origen. Este puede ser uno de los motivos por los que Europa carece de un gran campeón tecnológico. Amazon, Google, Tencent o Alibaba han podido acceder a gigantescos mercados nacionales de datos. Pero el equivalente español de estas compañías no puede acceder fácilmente a los datos alemanes o italianos.
La industria europea, y en particular la alemana, tienen una gran dependencia de la economía china. Sin embargo, el país asiático trata de desarrollar su mercado interno con sus propios campeones locales. La aparición de competidores chinos en los sectores del automóvil o el químico suponen un freno para el crecimiento alemán. Por tanto, Europa es probablemente la región económica que más tiene que perder por las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos.
Para reinventarse, Europa también debería repensar la recompensa que se ofrece a quienes asumen riesgos económicos. Esta es una de las grandes diferencias con EE.UU., donde el empresario que triunfa se beneficia no solo de un entorno fiscal y económico más favorable, sino también de una imagen más positiva. En este contexto, frenar la migración del talento emprendedor hacia EE.UU. o Asia supone un desafío importante.
La situación del sector bancario es otra fuente de debilidad en la región. En el verano de 2019, la capitalización bursátil del índice Euro Stoxx Banks, compuesto por los 29 mayores bancos de la zona euro, apenas superaba la de Nestlé. En cambio, los bancos estadounidenses se han recapitalizado más rápidamente tras la crisis financiera de 2008, y se han beneficiado de una regulación más laxa y la fragmentación del mercado europeo, que les permite competir con los bancos locales. Al mismo tiempo, desde la crisis, los bancos europeos son demasiado débiles para sobrevivir en el mercado estadounidense.
El último desafío para las instancias europeas reside en la percepción que se tiene de las propias instituciones tanto dentro como fuera de la UE. En este sentido, con la crisis del coronavirus que estamos viviendo, las medidas que se están tomando desde el organismo y el BCE son una prueba crucial. En este contexto, el Brexit ha quedado en un segundo plano.
A pesar de los desafíos a los que se enfrenta, Europa sigue siendo una tierra de inversión única y continúa atrayendo capitales de todo el mundo. Primero, porque es una de las regiones de paz más estables del planeta. Segundo, porque la cultura de inversión y emprendimiento es muy profunda y los sistemas judiciales que rigen los flujos comerciales son estables. Europa sigue siendo a día de hoy una de las pocas alternativas para un responsable de asignación de activos global que trata de invertir diversificando su cartera más allá de EE.UU. Cuando el ahorro mundial abunda, este elemento es primordial.
Sin embargo, hemos visto que es una región económica compleja con fuertes especificidades regionales y nacionales. Invertir bien en Europa es muy complicado para un inversor que no tenga presencia en el continente. “Las transacciones de éxito no viajan en avión”, repetimos a menudo cuando nos preguntan por qué Tikehau Capital ha abierto oficinas en siete países europeos. Y las transacciones de éxito abundan en este continente.
En Europa, hay que estar totalmente integrado en los ecosistemas económicos nacionales o incluso regionales, y ser considerado un inversor local, lo que coloca de facto una barrera de entrada muy fuerte y otorga una ventaja competitiva a quienes han realizado esta apuesta.
La ausencia de un mercado interno homogéneo refuerza la necesidad para las empresas europeas en crecimiento de recurrir al capital riesgo (private equity) minoritario. Hacer entrar en el capital a un socio capaz de respaldar su estrategia de desarrollo internacional es una opción que pueden plantearse algunos actores medianos. Para tener éxito en este campo, se requiere entender bien los ecosistemas nacionales o regionales, así como una red que permita elegir a los socios e interlocutores adecuados.
Es muy probable que el inversor que desee invertir capital en Europa aún deba lidiar con esta heterogeneidad cultural y económica. Esto es lo que, en nuestra opinión, abre espacios estratégicos únicos, pero el terreno fértil únicamente podrá perdurar si la región se mantiene estable desde el punto de vista político. Quizá este sea el mayor desafío de Europa a partir de 2020 tras la pandemia del coronavirus.
Tribuna de Thomas Friedberger, co-director de inversiones y director general de Tikehau Investment Management