En tiempos en los que la rentabilidad escasea y es preciso buscar fuentes alternativas de retorno para las carteras, la inversión sostenible es una de las grandes apuestas de futuro de la industria y ha encontrado unas grandes aliadas en las mujeres, tanto en su vertiente de inversoras como en la de la gestión de activos.
Los pasos adelante que da la UE, como la aprobación de la taxonomía verde, van en la dirección de unificar criterios pero, a juicio de Beatriz Barros de Lis, directora general para España de AXA IM, todavía es un mundo desconocido y complejo. «Es cierto que la UE está trabajando en ello y esto supone un avance, pero todavía es una historia muy bonita de contar a la que le falta concreción», afirma.
Sin embargo, siete de cada diez inversores aseguran que les gustaría invertir según sus valores y que en este escenario, las mujeres y los más jóvenes demuestran mayor sensibilidad a la ISR. “Es un movimiento imparable”, ha afirmado Sophie del Campo, directora general para Iberia y Latam de Natixis IM, durante un encuentro privado patrocinado por Natixis IM, AXA IM y Degroof Petercam AM.
Femenino y sostenible
Y tanto desde el lado de la industria de gestión de activos como desde la perspectiva de la inversión, lo femenino y lo sostenible parece que tienen más elementos en común de lo que parece. Amparo Ruiz, directora general para España y Latam de DPAM, cree que «no se trata de que las mujeres tengamos un mejor perfil de riesgo, pero sí somos tremendamente prácticas y tenemos menos prejuicios» a la hora de adentrarnos en la inversión bajo criterios sostenibles.
Para Marian Fernández, responsable de estrategia de Andbank, «la sensación de que lo que hagas queda plasmado para generaciones futuras es más acusada en las mujeres que en los hombres».
En opinión de Beatriz Alonso, directora de renta variable de BME, la clave de esta mayor implicación de las mujeres en la ISR es que «nosotras mismas formamos parte de estos criterios».
Por su parte, Sonsoles Santamaría, directora general de negocio de Tressis, reconoce que hay mayor receptividad a ese tipo de análisis de riesgos por parte de las gestoras. «Cuando gestionamos los recursos tenemos más sensibilidad hacia cómo se utiliza ese dinero», asegura.
La medición del impacto: de la huella de carbono a los fondos de impacto
Incorporar criterios extrafinancieros a la hora de seleccionar empresas en las que invertir es ya una práctica común a todas las gestoras, si bien «es difícil decir que esos criterios son iguales para todas», señala Del Campo.
Y cuando hablamos de concreción, uno de los aspectos a los que hay que referirse es a la medición del impacto real de las inversiones sostenibles. En la inversión socialmente responsable este impacto es, en palabras de Santamaría, algo parecido a una paleta de colores en la que cada color añade una capa de impacto en la sociedad.
Hay tres grandes bloques de aproximación: los criterios de exclusión, por los que se evita invertir en determinados sectores o empresas; los fondos sostenibles en los que, además de lo anterior, se invierte en negocios que sean positivos para el mundo (las llamadas compañías Best in class) y los fondos de impacto. «La inversión sostenible es una paleta de colores y se pueden ir añadiendo capas de impacto. No hay criterios mejores ni peores. Las gestoras nos tienen que ayudar en esa paleta de colores y que cada nivel nos permita ofrecer al cliente un informe del impacto de su inversión».
Para las redes de distribución esta información es clave a la hora de acercar al cliente final la inversión sostenible. «No me parece fácil medir el impacto salvo en private equity y microcréditos, pero esa información nos puede ayudar mucho porque al cliente final hay que convencerle y explicárselo bien. A las redes hay que formarlas y al cliente hay que informarle», explica Fernández.
Una información que cada vez las gestoras pueden proporcionar a sus distribuidores de manera más completa y eficaz. «Ya no hay excusa para no incorporar este tipo de criterios porque disponemos de mucha información. En nuestro caso publicamos un informe ESG y podemos decir cómo está medida la E, la S y la G además de la huella de carbono», señala Ruiz.
De hecho, las gestoras internacionales han recogido este testigo y ya lo asumen como un deber, como destaca Barros de Lis. «Las gestoras internacionales tenemos el deber de hacerlo fácil para la red de distribuidores y asesores», afirma.
Respecto a los fondos de impacto, aquellos que tienen un objetivo medible y cuantificable de impacto en la sociedad, Barros de Lis admite que «no prosperan, no acaban de funcionar». En opinión de Fernández, «la inversión de impacto es la evolución de la ISR y como linda más con la filantropia el cliente cree que lo puede hacer de otra manera. Las experiencias son muy pequeñas, pero gusta porque uno ve lo que se consigue».
¿Hay interés o es puro marketing?
La inversión socialmente responsable está tardando en llegar al inversor particular, pero es cada vez más cercana para los inversores institucionales. «Los clientes institucionales es algo que están incorporando gradualmente porque es útil para mejorar el riesgo retorno de las carteras», destaca Ruiz. Los fondos de pensiones son los grandes clientes de la ISR en la actualidad, fundamentalmente porque muchos incorporan la obligación de invertir una parte o la totalidad de su cartera bajo criterios de sostenibilidad.
Lo que sí preocupa, en opinión de Santamaría, es que se esté creando una moda y no una tendencia de inversión. «Los criterios ESG deben estar en el corazón del sistema financiero y la ISR no es un nuevo tipo de activo sino una nueva aproximación a la gestión del riesgo», afirma.
La próxima llegada del llamado «green MiFID» que obliga al asesor financiero a preguntar a su cliente si quiere que su inversión incorpore criterios de sostenibilidad será el siguiente paso y quizás determinante en la evolución de la inversión socialmente responsable. «Los clientes desconocen que exista esa posibilidad de añadir esa capa de “criterio personal” a sus inversiones y para mí la buena noticia es que la ISR es darle al cliente la oportunidad de que invierta como piensa», comenta Santamaría.
Al inversor tanto particular como institucional hay dos aspectos en los que sale ganando: rentabilidad y coste. «Nuestros fondos sostenibles el año pasado lo hicieron notablemente mejor que los que no tienen el apellido sostenibles», asegura Ruiz. Y en costes porque, como destaca Del Campo, «los fondos sostenibles no son más caros que los fondos tradicionales y es el único sector en el que el apellido sostenible no encarece el precio».
El universo de inversión y el engagement
El objetivo de la industria de gestión de activos de aumentar el porcentaje de activos seleccionados bajo criterios de sostenibilidad se enfrenta al riesgo de que el universo de inversión se reduzca de forma considerable. Es decir, que no haya suficientes empresas en las que invertir. Sin embargo, la tendencia parece ser justamente la contraria. «Lo que está sucediendo es lo contrario y las empresas se están poniendo las pilas», señala Ruiz.
En esto juega un importante papel el denominado «engagement» o el papel activo de las gestoras en las juntas de accionistas de las empresas en las que invierten. «Esto implica, además, un diálogo activo con las empresas para que hagan más sostenible su negocio», añade.
Para Beatriz Alonso, directora de renta variable de BME, «el voto activo en las juntas de accionistas la interacción con las empresas son cada vez factores más importantes para las gestoras internacionales». El papel de BME como centro de atención de todos los players del mercado cobra cada vez más protagonismo. «Se nos pide no solo que hagamos índices sino también que el Ibex 35 y los índices que ya tenemos empiecen a cumplir con los criterios ESG con una calificación suficiente», destaca Alonso.