El proceso de salvar la brecha entre las inversiones basadas en las rentabilidades y las donaciones filantrópicas impulsadas por valores ha conllevado el surgimiento de una gama de nuevas alternativas de inversión que no solo se ha consolidado en los últimos años, sino que también presenta un mayor atractivo para los inversores.
Las que mayor interés despiertan son las inversiones que buscan alcanzar objetivos financieros y, al mismo tiempo, integran criterios medioambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG, por sus siglas en inglés) en el proceso de toma de decisiones de inversión. La inversión de impacto constituye el siguiente paso lógico en este proceso al combinar la búsqueda de beneficios con el objetivo de ejercer un efecto social o medioambiental positivo y cuantificable.
Existe un reconocimiento cada vez mayor de que la inversión en busca de rentabilidades y el objetivo de ejercer un efecto positivo no son mutuamente excluyentes, sino todo lo contrario: pueden reforzarse recíprocamente y duplicar los rendimientos ofreciendo un beneficio económico y generando un cambio positivo en la sociedad. En el espectro que abarca desde las inversiones tradicionales basadas únicamente en las rentabilidades hasta las actividades filantrópicas sin ánimo de lucro, el tramo medio presenta cada vez más opciones. Estamos observando que el interés por este segmento está cada vez más presente en las conversaciones que mantenemos con todo tipo de clientes, ya sean inversores institucionales, clientes privados o empresas.
Así pues, cabe preguntarse cuál es el catalizador de esta tendencia. Un catalizador importante del mercado de las finanzas sostenibles y la inversión de impacto fue el lanzamiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas (ODS) en 2016. Estos objetivos han proporcionado un marco para los principales actores de este ámbito —desde universidades hasta bancos, pasando por aseguradoras y fondos de pensiones, gobiernos y ONG— de cara a categorizar y cuantificar los principales desafíos a escala global e identificar qué papel puede desempeñar cada uno de ellos en este sentido.
Más recientemente, en abril, la Corporación Financiera Internacional lanzó los Principios Operativos para la Gestión de Impacto, que establecen una «disciplina común y un consenso de mercado en torno a la gestión de las inversiones de impacto con el objeto de contribuir a conformar y desarrollar este incipiente mercado».
Asimismo, el mercado también se ha visto impulsado, en parte, por la conciencia pública, que ha despertado y ha intensificado su lucha por abordar los acuciantes problemas a los que nos enfrentamos a escala global, especialmente en el plano del cambio climático. Asimismo, el hecho de que el auge de la inversión de impacto coincida con la madurez de los inversores de la generación millennial en calidad de inversores no es una mera coincidencia.
Los millennialhan mostrado de forma reiterada un mayor interés por las causas medioambientales y sociales que las generaciones anteriores, y esperan que las empresas que patrocinan y sus proveedores de servicios respondan a sus preferencias de forma cuantificable. Con sus objetivos de inversión, esta nueva clase de inversores demanda el mismo efecto cuantificable en su respuesta. Una reciente encuesta publicada en el informe Credit Suisse Next Generation (2019) demostró que el 86% de los integrantes de la siguiente generación están interesados en los productos sostenibles y en aquellos centrados en la inversión de impacto. Este altruismo eficiente, que combina rentabilidad y efectos positivos, constituye una extensión lógica del sistema de valores de los millennial.
Valores
En términos de cifras del mercado, en el mercado institucional, los inversores que representan más de 80 billones de dólares en activos gestionados han firmado los Principios de Inversión Responsable de Naciones Unidas, y el capital captado por las inversiones sostenibles ha crecido de forma constante más de un 20% anual en los últimos años, hasta alcanzar los 31 billones de dólares en 2018, según la Global Sustainable Investment Review. Además, las inversiones de impacto crecieron más de un 6.000% en tres años desde su concepción, hasta alcanzar 502.000 millones de dólares en 2019, de acuerdo con la Global Impact Investing Network. En el sector medioambiental, la clase de activos de inversión de impacto, que incluye los bonos verdes, creció desde un modesto nivel de 11.300 millones de dólares en 2013 hasta 168.000 millones de dólares en 2018, un crecimiento de más del 1.400% en tan solo unos pocos años, según el programa Climate Bonds Initiative.
En vista de estos extraordinarios niveles de dinámica de mercado e interés de los inversores, resulta evidente que los proveedores de servicios financieros del sector —desde gestoras de activos hasta proveedores de plataformas para los mercados bursátiles— deben responder a la creciente demanda de sus partes interesadas. Aquellos que se mantengan al día de estas tendencias y sean lo suficientemente ágiles para satisfacer esta demanda prosperarán.
Las finanzas sostenibles y la inversión de impacto no son una moda pasajera: se trata de toda una nueva perspectiva mediante la que se puede analizar la teoría de inversión, el análisis de riesgos y las rentabilidades. Los datos han demostrado —y lo harán cada vez más— que es posible lograr rentabilidades interesantes y ejercer un efecto positivo de forma simultánea, por lo que este sector no está —ni debería estar— al margen del sector de gestión de inversiones. Credit Suisse considera que la inversión responsable basada en propósitos ha llegado para quedarse.
Tribuna escrita por Marisa Drew, CEO del departamento de asesoría de impacto y finanzas en Credit Suisse.