Hoy por hoy, la economía mundial parece una gran partida de póker donde se juegan varias apuestas de gran magnitud. La principal afecta a EE.UU. y China, ambos con voluntad de aceptar los envites e ir subiendo la apuesta. A Donald Trump este juego le da la oportunidad de mostrar un tono duro de cara a las elecciones de mitad de mandato, proponiendo nuevos aranceles a los productos chinos mientras predica a los cuatro vientos que está defendiendo el libre comercio. La táctica de China consiste en el tacto y el sigilo para defender su posición sin mostrar un ánimo belicoso, subiendo sus aranceles solo después de que EE.UU. lo haga, favoreciendo alternativas a las importaciones de EE.UU. a la vez que observa con inocencia cómo se deprecia el yuan frente al dólar.
En Europa, la (falta de) negociación entre el Reino Unido y la UE también parece una partida de póker en la que la UE aprieta al máximo, mientras Theresa May trata de nadar y guardar la ropa con un acuerdo de Brexit duro y suave a la vez. También hay otras partidas de menor envergadura: en Turquía, entre Erdogan y el mercado de divisas, para decidir si el banco central debería subir los tipos de interés; y en México, donde el presidente electo, López Obrador, parece haber convencido a los inversores de que no será el líder izquierdista antimercado que muchos temían.
Más allá del ruido superficial, el crecimiento de la economía mundial sigue siendo positivo, con una demanda interna que estimula la actividad de los mercados desarrollados. No obstante, la incertidumbre supone un riesgo para las perspectivas mundiales, ya que el sentimiento negativo podría lastrar al crecimiento. Conforme la brecha de producción y empleo va cerrándose en todo el mundo, la inflación sube algo más, apoyada por los precios del petróleo y las materias primas. Pero al margen de casos muy determinados, la presión inflacionista es muy suave y no requiere la intervención de los bancos centrales. Al no haber mucha inflación, las políticas monetarias responden a la confianza en las perspectivas de crecimiento. Si bien la Fed confía bastante en seguir normalizando los tipos, el BCE está más comprometido con no subirlos en un futuro cercano.
Según las estimaciones, la economía estadounidense ha crecido un 3% anualizado o incluso más durante la primavera. Esa fuerte expansión se debe sobre todo al consumo de los hogares y un gasto empresarial respaldado por las rebajas fiscales y las previsiones de continuación del ciclo actual. Además, las previsiones de inflación a más largo plazo siguen estancadas pese a la reciente aceleración de las tasas de inflación anuales. En este contexto, la labor de la Fed es fácil: no hay razón para no seguir subiendo tipos mientras el crecimiento mantenga su fortaleza ni de ajustar la política monetaria de forma brusca a falta de inflación subyacente.
En la zona euro, la situación es menos sencilla: la inversión empresarial desaceleró en el primer semestre del año debido a algunos obstáculos como la apreciación del euro y las amenazas arancelarias de EE.UU., y la confianza empresarial sigue trabada por la incertidumbre respecto a la evolución del comercio mundial. Por otro lado, la caída de la tasa de desempleo y la asequibilidad del crédito fomentan el consumo doméstico. Esta situación de incertidumbre, en un contexto en que la inflación también pierde ímpetu, explica la cautela del BCE. Curiosamente, para los países europeos ajenos al euro, como Suiza o Suecia, el ciclo económico sigue siendo fuerte, sostenido por la debilidad de sus monedas.
Tribuna de Adrien Pichoud, economista jefe de SYZ AM