Los mercados emergentes están en caída libre. Los principales motivos de este declive son la reciente fortaleza del dólar estadounidense, los temores a una guerra comercial y, más recientemente, la drástica depreciación de la lira turca. La profunda liquidación trae a la memoria la crisis del peso mexicano en 1994-1995, la crisis financiera asiática de 1997-1998 y, más recientemente, la devaluación china y la turbulencia en los mercados bursátiles de 2015-2016. ¿Deberían los inversores preocuparse por el contagio a los mercados emergentes?
La crisis en Turquía no sorprende demasiado. Su economía sufre un gran déficit comercial (6,3 % del PIB), grandes necesidades de financiación externa y unas crecientes presiones inflacionarias. La inflación de precios al consumidor se disparó, pasó del 10 % a comienzos de año a más del 15 % en junio. Sin embargo, el banco central mantuvo su tasa de interés en 17,75 % en su reunión de julio. Resultó evidente que la crítica a las altas tasas de interés del presidente Erdogan ha afectado la independencia del banco central, en consecuencia, se aceleraron las apuestas en contra de la lira. Es posible que una política más integral junto con austeridad fiscal y monetaria podría estabilizar la moneda y evitar una espiral inflacionista, aunque podría llevar a la economía a la recesión en 2019. Las buenas noticias son que los lazos económicos son mínimos entre Turquía y otros mercados emergentes.
Y lo que es más importante, los otros principales mercados emergentes están en mejor forma que Turquía. Las bases son sólidas: tienen baja inflación al igual que unas mejores cuentas comerciales y fiscales. Los niveles de deuda externa no son excesivos y algunos de los principales países (en especial China) cuentan con considerables reservas de divisas. Asimismo, los factores demográficos siguen siendo favorables al compararlos con las economías avanzadas. Por último, existe una tendencia a las reformas estructurales, institucionalidad y políticas contra la corrupción que deberían mejorar la estabilidad financiera a largo plazo. En la actualidad, parece que China y Brasil son los únicos países que podrían provocar una crisis económica más profunda debido a su tamaño y al aumento de la deuda soberana (Brasil) y a los niveles de deuda corporativa (China).
Brasil ha puesto en marcha un ambicioso proceso de reforma. El país está en una primera fase de recuperación económica tras su profunda recesión de 2015-2016. Desde entonces, el déficit comercial ha desaparecido en gran medida y la inflación y los tipos de interés son bajos en comparación con sus valores históricos. Si a esto le sumamos las significativas reservas en divisas fuertes y un acuerdo línea de swap directo con la Reserva Federal de Estados Unidos, el banco central cuenta con mucho margen para contrarrestar las presiones y defender el tipo de cambio. El problema está en que Brasil necesita crecimiento económico para liquidar sus enormes niveles de deuda pública y, en consecuencia, hay que continuar con las reformas. Por ello, es probable que continúe la volatilidad hasta las próximas elecciones presidenciales de octubre. No obstante, puesto que el expresidente Lula no puede ser elegido, el resultado más probable sigue siendo un gobierno de centroderecha con políticas promercado, aunque populista, lo que podría llevar a una valorización en los activos en Brasil.
China ha comenzado a transformar y modernizar su economía, lo que debería provocar un crecimiento económico más sostenible y robusto, si bien algo más lento. Entre las políticas de los dos últimos años se encuentra una reducción de los estímulos fiscales y monetarios para desinflar la burbuja inmobiliaria y reducir los niveles de deuda corporativa. El crecimiento económico se ha seguido ralentizando a un ritmo moderado, pasando de más del 7 % al 6,5 %. La reciente depreciación del yuan no debería suponer una gran sorpresa si tenemos en cuenta la generalizada fortaleza del dólar, así como las menores diferencias en cuanto a crecimiento, déficit comercial y tasas de interés frente a Estados Unidos. Por supuesto, el principal riesgo es un escalamiento en la guerra comercial. Si consideramos la recuperación de los índices de aprobación del presidente Trump y sus recientes escándalos políticos en relación con su abogado y director de campaña, puede que decida seguir jugando duro para satisfacer a sus principales partidarios. En consecuencia, las tensiones comerciales podrían intensificarse ante las elecciones de mitad de legislatura de noviembre. Sin embargo, China ya ha empezado a aplicar pequeños ajustes en sus políticas para blindar su economía frente al impacto negativo de los aranceles estadounidenses, que deberían empezar a resultar visibles en el cuarto trimestre. Incluso si los Estados Unidos imponen un arancel del 25 % en productos chinos por valor de 250.000 millones de dólares, el retraso en el crecimiento sería inferior al 1 % y un estímulo adicional bastaría para mantener el crecimiento del PIB por encima del 6 % en 2019. En un escenario más favorable para los mercados, el tono de Trump podría volverse más conciliatorio una vez hayan pasado las elecciones.
De hecho, la introducción de aranceles de Trump y su amenaza de más tarifas y sanciones han sido los principales catalizadores del reciente repunte del dólar, que ha sido el mayor freno para los mercados emergentes. Si consideramos la amplia cobertura mediática y que Trump ya ha amenazado con imponer aranceles a básicamente todas las importaciones chinas, tantas malas noticias deberían estar descontadas. Sin embargo, los mercados odian la incertidumbre y es probable que la volatilidad continúe durante la campaña política estadounidense y, en menor medida en Brasil. A menos que la situación quede totalmente fuera de control, podríamos ver una recuperación hacia finales de año.
Tribuna de Pascal Rohner, CFA, director de Inversiones de Banco Crèdit Andorrà (Panamá), Crèdit Andorrà Financial Group Research.