La trayectoria del dólar estadounidense resulta confusa. La divisa viene cayendo desde su máximo de diciembre de 2016, pese a que los tipos de efectivo estadounidenses han aumentado. El creciente diferencial de tipos de interés con el resto del mundo debería haber respaldado al dólar; sin embargo, el mercado cita una serie de razones que explican por qué no ha sido así.
Uno de los problemas es que el progresivo aumento de los tipos de interés estadounidenses reduce el atractivo de los activos del país. Las valoraciones de las acciones se enfrentan a mayores costes de empréstito y los bonos estadounidenses se ven perjudicados por la inflación potencial y por el incremento de los tipos de efectivo.
El déficit comercial y el déficit por cuenta corriente también han aumentado, mientras que los superávits por cuenta corriente que registran otros países han potenciado la demanda de esas otras divisas. Por último, el menor riesgo político que experimentan regiones como Europa ha reducido la fuga de capitales.
Conforme avance el año, esperamos que varios de estos factores evolucionen a favor del dólar. De momento, la divisa se verá lastrada por los déficits y, quizás, por la política estadounidense pero, a más largo plazo, el mayor gasto público y el progresivo endurecimiento de la política monetaria respaldarán al dólar. El punto de inflexión llegará cuando podamos esperar que las tires de los bonos aumenten en Europa y se estabilicen en EE. UU., algo que resulta poco probable mientras la expansión cuantitativa (QE) del BCE siga vigente pero que ganará fuerza a partir de septiembre.
Por eso, aunque el dólar estadounidense muestra ahora mismo una trayectoria confusa y se ve frenado por los déficits que arrastra el país, al final podría resultar una mejor inversión que aquellas economías a punto de embarcarse en la retirada de políticas monetarias expansivas.
Tribuna de Paul Brain, jefe de renta fija en Newton, parte de BNY Mellon IM.