América Latina se enfrenta hoy a una combinación de desafíos internos y externos que demandan pensamiento estratégico y acción coordinada. Los cambios en el entorno global obligan a nuestros países a buscar alternativas para dinamizar su crecimiento, transformar su estructura productiva, diversificar sus mercados, y estimular la demanda doméstica, sin dejar de atender los retos sociales. La región puede convertir esta coyuntura en oportunidad, si aprovecha el momento para realizar las reformas pendientes, profundizar su integración regional, y estrechar sus alianzas con socios en el Atlántico y el Pacífico.
Mucho se ha escrito sobre los efectos que tendrá para América Latina la nueva administración de los Estados Unidos. Por el momento, lo que hemos visto es un aumento de la incertidumbre, en un escenario internacional ya de por sí incierto y volátil. En lo económico, el mundo no acaba de recuperarse de la crisis de 2008-2009. Los niveles de crecimiento en lo que va de esta década han sido los más bajos en los últimos setenta años y los flujos internacionales de Inversión Extranjera Directa (IED) cayeron entre el 10 % y el 15 % en 2016 y es difícil pensar que logren recuperarse en el corto plazo.
Muchos países latinoamericanos son muy vulnerables a posibles virajes en la política comercial estadounidense: todos los países de Centroamérica y República Dominicana destinan a Estados Unidos más del 40% de sus exportaciones. México destina más del 80%. Los países centroamericanos son también dependientes de las remesas provenientes del exterior, que representan el 18% del PIB de Honduras, el 16,6% del PIB de El Salvador y el 10,3% del PIB de Guatemala (frente a apenas un 2,3% en México).
La amenaza del proteccionismo en los Estados Unidos se une al impacto del Brexit y la continuada transición de China hacia rangos de crecimiento más modestos, con un modelo económico más enfocado en su mercado interno. Los precios de los commodities experimentarán este año una ligera mejora, pero aún muy lejos de los niveles pre-crisis.
Este deterioro de las condiciones externas ocurre justo cuando América Latina emerge de dos años de contracción económica. Se prevé que en 2017 la región alcance un crecimiento en torno al 1,1%, gracias a la recuperación de grandes economías como Brasil y Argentina, aunque todavía con interrogantes sobre la sostenibilidad de la recuperación de Brasil.
Los niveles de endeudamiento de América Latina se ubican en torno al 38% del PIB, lo que plantea preocupaciones ante el encarecimiento del financiamiento exterior como consecuencia del fortalecimiento del dólar y los aumentos de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal de los Estados Unidos. La situación puede agravarse ante el incremento en el déficit fiscal estadounidense, producto de los recortes de impuestos anunciados, la desregulación y la expansión de la inversión en infraestructura pública que ha prometido la nueva administración.
Cambio del discurso político
Más allá de lo económico, preocupan también los valores que subyacen a los cambios en el escenario internacional. El retorno de retóricas nacionalistas y xenófobas, con signos de fragmentación y polarización en distintas partes de Occidente, socavan los principios que sostienen el sistema multilateral y que América Latina defiende a una sola voz.
Millones de latinoamericanos pueden verse directamente afectados por estas actitudes excluyentes. Más de un 17% de la población estadounidense se considera hispana, con un gran porcentaje de migrantes, incluyendo alrededor de 8 millones de migrantes ilegales. Cuatro de los cinco principales orígenes de inmigración ilegal en Estados Unidos son países latinoamericanos (México, Guatemala, El Salvador y Honduras).
Como se puede observar, América Latina podría estar particularmente expuesta a los efectos de la política exterior estadounidense. Eso no quiere decir, sin embargo, que carezca de opciones y herramientas. Lejos de sumirse en la parálisis, la región debe aprovechar esta oportunidad para realizar reformas que pospuso en el pasado y explorar nuevas alianzas.
Revolución de la productividad
En el ámbito doméstico, debemos elevar la competitividad de nuestras economías, apostando por la sociedad digital, por el conocimiento, la investigación y la ciencia y la tecnología, diversificando productos y mercados, invirtiendo en infraestructura y logística, y mejorando la calidad de nuestros sistemas educativos.
Necesitamos una revolución en la productividad que nos lleve a transformar cómo operan nuestras empresas, haciéndolas más innovadoras y vinculadas a cadenas de valor. Los grandes avances que ha venido realizando América Latina en materia de digitalización deben ayudarnos a encadenar las pequeñas y medianas empresas con la economía global, a través de plataformas tecnológicas, contribuyendo a la generación de empleo y al desarrollo inclusivo.
Este momento debe servirnos también para profundizar nuestra integración regional. El comercio intrarregional capta únicamente un 15% de las exportaciones latinoamericanas, a pesar de que existen más de 60 acuerdos comerciales vigentes entre los países de la región. Es hora de aprovechar estos acuerdos y hacerlos converger. En particular destaca el potencial de una posible convergencia entre la Alianza del Pacífico y el Mercosur, dos espacios que juntos representan más del 80% de la población regional, y más del 90% de su PIB y sus flujos de inversión. La nuestra es una región bioceánica, no tiene sentido escindirla entre el Atlántico y el Pacífico.
Estrechar relaciones
Al mismo tiempo, debemos potenciar nuestra relación con socios estratégicos. En recientes reuniones con líderes en Europa y América Latina, todos me han expresado su deseo de fortalecer sus vínculos con la región. En lo inmediato, el objetivo prioritario es la aceleración de las negociaciones entre la Unión Europea y Mercosur, la actualización del acuerdo entre México y Europa, y la continuación del proceso de normalización de las relaciones entre la Unión Europea y Cuba, que en diciembre suscribieron un Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación. España puede ejercer un liderazgo muy importante en esta materia, y así lo ha comprendido el presidente Mariano Rajoy.
El contexto global es complejo y desafiante. Los próximos años pondrán a prueba nuestra capacidad de actuar estratégicamente, establecer prioridades y comprometernos con objetivos claros. América Latina no puede limitarse a ser tomadora de circunstancias: debe crearlas. Debe confiar en sí misma y construir sobre sus propias fortalezas. En lugar de esperar pasivos a la próxima señal desde Estados Unidos, enviemos nuestra propia señal: una región unida, atrevida, dispuesta a cambiar sin abandonar sus valores.
Rebeca Grynspan es economista y ex Vicepresidenta de Costa Rica, fue elegida por unanimidad Secretaria General Iberoamericana en 2014.
Esta columna fue originalmente publicada en el número 28 de la revista UNO, editada por Lorrente & Cuenca.