A mediados de 2013, el entonces presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, sugirió que el banco central estadounidense empezaría a reducir las compras de bonos que habían comenzado en 2008. Las turbulencias ocasionadas por ese anuncio en los mercados, especialmente en los emergentes, frenaron entonces sus intenciones.
El testigo pasó después a Janet Yellen, que en diciembre de 2015 aprobó una primera subida de 25 puntos básicos de unos tipos de interés que habían permanecido en el 0% durante siete años. El último incremento había tenido lugar en 2006, con poco eco -Twitter comenzaba su andadura-. En poco más de un mes, entre el 22 de diciembre y el 28 de enero de 2016, la bolsa china corrigió algo más de un 27%, y de nuevo los planes de normalización de política monetaria se tuvieron que posponer.
Ahora, no sólo la Reserva Federal, si no otros grandes bancos centrales como el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra o el Banco de Canadá, parecen, esta vez sí, dispuestos a normalizar las políticas monetarias, tras casi diez años de políticas de emergencia.
Crecimiento global
La economía global se encuentra más asentada. La OCDE espera que el PIB mundial crezca en 2017 y 2018 a niveles del 3,5% y el 3,6% respectivamente, frente a la media entre 1987 y 2007 del 3,9%. Pero las economías desarrolladas lo harán a ritmos inferiores, más cerca del 2%. Estados Unidos ha crecido durante los últimos ocho años a una media del 1,47%, frente al 3,4% alcanzado desde la Segunda Guerra Mundial, y la tasa de crecimiento real desde la última recesión ha sido del 2,1% anual, comparada con una media del 4,5% en recuperaciones anteriores. El primer semestre de 2017, con los datos publicados hasta el momento, no parece que vaya tampoco a superar el 2% de crecimiento.
Dos datos históricos complican aún más la tarea de la Reserva Federal: desde la Segunda Guerra Mundial, la Fed ha iniciado trece ciclos de subidas de tipos de interés; diez de ellos llevaron la economía a una recesión. Y, desde Ulysses S. Grant (1869), todos los presidentes republicanos vivieron una recesión durante su primer mandato. Aunque, como dicen a menudo los deportistas ante un reto con resultados históricos en contra, las estadísticas están para romperse.
La deseada inflación –para los banqueros centrales que nos gobiernan porque, no sé a ustedes, pero a mí me gusta comprar las cosas cuando bajan de precio– cerró 2016 en el 1% en las economías desarrolladas y, sin nuevas subidas del precio del crudo, parece difícil que alcance el objetivo del 2%.
Por último, la deuda global, lejos de reducirse, ha continuado creciendo. En el último año se ha incrementado en más de medio billón de dólares, tras cerrar el primer trimestre de 2017 en 217 billones de dólares, un 46% por encima de hace diez años. Las economías desarrolladas acumulan una deuda total de 160,6 billones de dólares, un 1,4% menos que un año antes, mientras que la deuda de los países emergentes llega a los 56,4 billones de dólares, un 5,4% más.
Los bancos centrales
Con un crecimiento económico positivo, aunque quizás sin la solidez suficiente para afrontar potenciales turbulencias, una inflación controlada aún lejos de sus objetivos y un mayor nivel de deuda en la economía ¿qué lleva a los bancos centrales a actuar de esta manera ahora?
Incluso el economista jefe del conocido como Banco de los Bancos Centrales, el BIS (Bank for International Settlements), en su informe anual del mes pasado señala que “la normalización de las políticas presenta desafíos sin precedentes, dados los elevados niveles actuales de deuda y la inusual incertidumbre. Una estrategia gradual y transparente tiene claros beneficios, pero no es una panacea, ya que también puede fomentar una mayor toma de riesgos y frenar la acumulación de margen de maniobra de las autoridades».
Quizás los banqueros centrales, al fin, se han dado cuenta que la inflación se encuentra en los activos financieros -la rentabilidad de los bonos con mayor historia, los del Reino Unido y Holanda, han visto mínimos de 322 y 500 años respectivamente, mientras que los de EE.UU. tuvieron rentabilidades a diez años del 1,366%, las más bajas desde 1800-. Tal vez han tardado demasiado tiempo en retirar estas medidas que ya no sólo no surten efecto, si no que incitan a tomar demasiados riesgos, lo que pone en peligro la estabilidad financiera. Puede que simplemente estén recargando el arsenal de armas de política monetaria por si es necesario su uso en un futuro próximo.
Sea cual sea la razón, la realidad es que el mercado, de momento se lo ha permitido. La pregunta es: ¿Seguirá siendo así? ¿Mantendrán el rumbo si el mercado no lo digiere bien? Si no mantiene el pulso, ¿se perderá la fe en la omnipotencia de los bancos centrales? No olvidemos que los bajos tipos de interés han sido el principal acelerador de la apreciación de los mercados financieros.
Si Ben Bernanke estaba en lo cierto en el efecto positivo de la implementación del quantitative easing, debería también estarlo en el efecto de una retirada del mismo. Sin entrar en este debate, lo realmente importante es que el mercado así lo cree, y piensa que los bancos centrales son los responsables de la positiva evolución de los mercados.
Janet Yellen, respondiendo a la aparición sobre otra crisis financiera en una entrevista reciente fue clara: “¿Diría que nunca habrá otra crisis financiera? Probablemente eso sería ir demasiado lejos, pero creo que estamos mucho más seguros, espero que no la haya en nuestra vida, no creo que la haya».
En conjunto, los cuatro grandes bancos centrales han comprado cerca de 1313 billones de dólares en bonos. Desde luego deshacer esa cartera sin romper nada, no va a ser tarea fácil.
Tribuna de Alfredo Álvarez-Pickman, economista jefe de Banco Alcalá, entidad de banca privada que forma parte de Crèdit Andorrà Financial Group. Crèdit Andorrà Financial Group Research.