Es cierto que la aparición de los ETFs y la democratización de los derivados han permitido a los inversores exponerse a todo tipo de mercados a un coste inferior y con rentabilidades, a menudo, superiores a las arrojadas por la gestión activa. El año pasado es un perfecto ejemplo de ello, si tenemos en cuenta que muy pocos profesionales de la gestión activa en el mercado bursátil estadounidense batieron al S&P 500 (menos del 10% según el FT), dicho sea de paso, uno de los más eficientes y líquidos…
Aunque el coste y la rentabilidad son, evidentemente, criterios importantes a la hora de elegir el estilo de gestión y sus instrumentos, existe sin embargo otro factor igualmente relevante en la asignación de activos: el riesgo. Teóricamente, el inversor institucional debería ser un inversor a largo plazo, poco sensible a las fluctuaciones (a corto plazo), y que se basa sobre todo en su asignación estratégica para alcanzar sus objetivos (a largo plazo). Pero, como diría el siempre recordado Yogi Berra, si en teoría no hay ninguna diferencia entre la teoría y la práctica, en la práctica sí que la hay…
La crisis financiera, la caída de los rendimientos de los bonos y el envejecimiento de la población han hecho de las suyas y han situado al riesgo, y su gestión, en una posición destacada. No me refiero necesariamente a los grandes fondos de deuda pública o al balance del BNS, sino a la mayoría de los fondos de pensiones de los países desarrollados. Y esta tesis se ve reforzada por la ampliación de su déficit actuarial, el desplome de los tipos «sin riesgo» y, por ende, un margen de error cada vez más exiguo.
En este contexto, una volatilidad excesiva o las turbulencias en las rentabilidades pasan a ser un problema en un abrir y cerrar de ojos. Esta tendencia estructural ha dado lugar a la extinción o transformación de los fondos mixtos clásicos. Algunos cambios bruscos de correlaciones también han lastrado las versiones puramente cuantitativas… es decir, ya no existen soluciones «pasivas» sencillas.
¿Con esta situación, cuáles son, por tanto, las ventajas de una asignación dinámica? Yo identifico al menos una: alinear el objetivo del cliente con la labor del gestor liberándose de la dictadura de los índices. En lugar de sufrir las rentabilidades y volatilidades futuras en función de las medias aritméticas de índices, la gestión activa permite al cliente marcarse unos objetivos cuantificados y realistas en términos de rentabilidad y volatilidad a corto y largo plazo que podrán revisarse periódicamente en función de la evolución de los mercados. El gestor podrá y deberá expresar sus convicciones…es decir, asignar su presupuesto de riesgo del mejor modo posible, dado que ya no podrá esconderse detrás de los índices.
Evidentemente, este tipo de gestión requiere un proceso de inversión riguroso y coherente que debe contar, al menos, con tres ingredientes: un análisis económico global y detallado para determinar cuáles son los activos más favorables en el entorno actual, una evaluación de todos los activos disponibles para estimar el potencial de cada uno y un control del riesgo para afinar la gestión de unas turbulencias cada vez más frecuentes en el mercado.
Este proceso de gestión disciplinado nos ha permitido identificar, por ejemplo, dos destacados hitos en los mercados en 2016, ambos relacionados con las perspectivas económicas estadounidenses y la política monetaria de la Reserva Federal. El primero tiene que ver con la deuda emergente en febrero, en un momento en que las valoraciones de las materias primas y los bonos de alto rendimiento habían alcanzado mínimos extremos. Posteriormente, el mercado reconoció este nivel de valoración en cuanto la Fed puso freno al ajuste de su política monetaria.
El segundo hito fue el referéndum británico sobre la pertenencia a la UE. Tras conocerse el resultado, los mercados se desplomaron ante la reducción de las previsiones de subidas de tipos por parte de la Fed y la hipótesis de que se mantuviera la situación vigente. Nos pareció que debíamos volver a adoptar un enfoque más prudente sobre la duración de las carteras, así como un sesgo hacia los valores cíclicos en el componente de renta variable, priorizando los títulos cuya valorización podría beneficiarse de una recuperación del crecimiento nominal y de un alza de los tipos, como es el caso de los bancos.
La implantación de las visiones de gestión es otro plano en el que la gestión activa resulta fundamental. Iniciar una exposición a la banca europea a través de un ETF no consume el mismo presupuesto de riesgo ni tiene la misma asimetría que implantarla a través de una opción de compra, por ejemplo. Esta labor de gestión dista de ser anodina y resulta clave en la gestión de carteras multiactivo con perfiles de riesgo muy diferentes; no obstante, expresa la misma idea.
Naturalmente, como siempre ocurre en el mundo de las finanzas, los resultados no están garantizados… ¡Pero al menos debemos minimizar todo lo posible las decepciones!
Fabrizio Quirighetti es co-Cio y co-responsable de Multiactivos de SYZ AM.