El pasado año nos ha brindado valiosas lecciones sobre las trampas que encierran las predicciones. Acontecimientos que parecían improbables a comienzos de 2016 —la salida de Reino Unido de la UE y la elección de Donald Trump como presidente de EE.UU.— han terminado sucediendo. La incertidumbre se ha impuesto, o al menos eso es lo que podrían hacernos creer los medios de comunicación. Aunque estos acontecimientos tal vez se consideraban improbables, distaban mucho de ser imposibles por el estrecho abanico de posibles resultados en cada uno de ellos. Sin embargo, como bien nos recordó la crisis crediticia, no es únicamente la probabilidad del acontecimiento lo que tiene que preocuparnos, sino los perjuicios (o recompensas) que se producen cuando ocurre.
Muchos expertos han vertido sus opiniones durante las últimas semanas, pero nadie puede hablar con certeza sobre cómo podrían resolverse las incertidumbres actuales. Los mercados parecen bastante convencidos de que en EE.UU. se avecina una oleada de inversión en infraestructuras. El diagnóstico general parece ser que la elección de Trump es buena para las acciones y mala para los bonos, aunque parece improbable que ambos extremos sean ciertos durante un periodo prolongado, habida cuenta de que las valoraciones de la bolsa estadounidense están en niveles excesivos.
Los estudiosos de la historia de los mercados financieros encontrarán muchos ejemplos en los que nuestros modelos para prever el futuro han resultado ser deficientes ante sucesos en apariencia aleatorios. Existe una serie de sesgos conductuales bien conocidos, como la ilusión de la experiencia reciente, el sesgo de confirmación, la falacia del jugador, el efecto de enfoque, etc. que pueden influir en las hipótesis que nos formamos y los tipos de decisiones que tomamos sobre la base de estos modelos.
Aunque el Brexit y las elecciones a la presidencia de EE.UU. han creado sus respectivas incertidumbres, la gente ahora está esperando lo inesperado de una forma en la que tal vez no lo habría hecho hace un año. El tiempo dirá si estos miedos están plenamente justificados (y la volatilidad, de hecho, sube) o si estamos viendo otra demostración palpable de nuestros sesgos conductuales.
A la vista de los retos a los que nos enfrentemos todos a la hora de abordar un futuro incierto, prepararse para los cambios es una parte importante de nuestro proceso de inversión. A este respecto, cabe mencionar estar atentos a la integridad estructural de la cartera de posiciones largas y cortas y a cómo podrían comportarse las exposiciones bursátiles en determinados escenarios. También tratamos de usar coberturas imperfectas, cuando procede, e incluir posiciones en activos que tienen la cualidad de ser «antifragilidad», es decir, que se benefician de la volatilidad.
A pesar de todo, nuestro enfoque no está exento de limitaciones, ya que no podemos hacer que las carteras resistan en todos los escenarios. Sin embargo, durante el próximo año seguiremos trabajando con ahínco para dotar a nuestras carteras de «solidez ante los cambios» y, al mismo tiempo, continuar mejorando nuestros procesos de inversión.
James Clunie, gestor del Jupiter Global Absolute Return SICAV Fund