Tanto el Brexit como el triunfo de Trump han demostrado el extraordinario –y posiblemente lógico– nivel de insatisfacción del “trabajador medio”, cuya renta apenas se ha movido desde 2008, y su rechazo por el apego dogmático a la austeridad y a las políticas del “ya me lo agradecerá usted mañana” en forma de recetas monetarias expansivas y recortes del gasto público. Los políticos que triunfarán en 2017 estarán unidos por el mismo mantra: todos somos keynesianos ahora.
Si esta transición hacia las políticas presupuestarias se afianza, podríamos haber asistido ya al final de la burbuja de renta fija, activo que ha pasado de estar caro a sufrir una sobrevaloración crónica durante los últimos años debido a las políticas monetarias excesivamente expansivas y los tipos de interés próximos al cero. El mero cambio en las expectativas en relación con la victoria de Trump bastó para desencadenar una oleada de ventas en cuestión de días (gráfico 1), un movimiento que podría parecer intrascendente comparado con la magnitud de la corrección que podría sufrir el mercado de bonos.
Cabe esperar, por tanto, un repunte del crecimiento y la inflación, aunque me temo que los tipos de interés suban más despacio de lo que espera el mercado, ya que los gobiernos ejercerán presión sobre los bancos centrales “independientes” para que acepten una inflación temporalmente más alta, como precio que merece la pena pagar a cambio de dinamizar unas economías estancadas. Aunque la duración podría ser el enemigo durante algún tiempo, seguirá habiendo áreas interesantes dentro de la renta fija. Una de las más destacadas será la deuda de los mercados emergentes en moneda nacional, que podría ofrecer gran parte del potencial alcista de la renta variable emergente, pero con menos riesgo bajista y un amplio colchón de rendimiento.
En cuanto a las bolsas, los valores de calidad que pagan dividendos, que han impulsado en gran medida el mercado alcista que vivimos desde 2009, podrían perder gran parte de su brillo conforme los tipos de interés se alejen del cero, con lo que se invertiría la tendencia de búsqueda de rendimientos que ha llevado a los inversores a subir cada vez más por el espectro de riesgo. La inversión de estilo “valor”, que ha sufrido desde la crisis financiera, podría experimentar un nuevo auge ahora (gráfico 2). Ya sea a través de estrategias activas o de smart beta, la exposición a renta variable con un enfoque “valor” probablemente genere mejores rentabilidades que el conjunto del índice.
Reevaluación del riesgo y la volatilidad
Con independencia del efecto a medio plazo de las políticas económicas de Trump, cabe esperar más volatilidad a medida que el presidente electo (y, en un plano más general, la geopolítica) haga moverse a los mercados entre el miedo y el deseo de ganancias. Unos gobernantes nuevos y políticamente inexpertos en EE.UU., elegidos más por el discurso que por unas políticas tangibles, traen consigo una incertidumbre inevitable y posibles pasos en falso, aun si se evita un desastre. Y todo ello, antes de tener en cuenta la posible agitación política en Europa, cuando el Reino Unido se ponga a renegociar su relación con Europa en un contexto marcado por las elecciones generales en Francia y Alemania.
Algunos sucesos podrían provocar giros a corto plazo en las tendencias, tanto en lo que respecta a la relación acciones-bonos como entre los diferentes sectores. Podría tener sentido instaurar en las carteras algún tipo de cobertura frente a riesgos extremos, tal vez mediante el oro y el petróleo, mientras que la gestión activa y las compras oportunistas de activos de riesgo que sufran fases de debilidad (reduciendo las posiciones cuando alcancen máximos) serían enfoques prudentes. 2017 no es, pues, un año para tener una asignación de activos estática.
Evitar el declive a largo plazo
Del mismo modo que algunos mercados parecen corregir de forma casi inmediata (pensemos en la libra esterlina frente al dólar después de la decisión del Reino Unido de salir de la UE), otros se ajustan gradualmente y en periodos prolongados. Un ejemplo que acude a mi mente son las empresas británicas de pequeña y mediana capitalización. Resulta difícil prever algo que no sea una tendencia negativa en muchos de estos valores, dado que las negociaciones para la salida se prolongarán durante varios años y lastrarán el sentimiento. Incluso si el desenlace dentro de unos años es positivo, seguirán presionados hasta que las esperanzas se conviertan en certidumbres.
Aunque el FTSE 100 ha escalado gracias a la acusada depreciación de la libra esterlina, llevando al índice hasta nuevos máximos, en el cómputo global los valores de pequeña capitalización no se beneficiarán de ello.
Lo anterior es especialmente importante para los que invierten con un enfoque activo en la bolsa británica. La concentración del índice en los grandes valores hace que un gestor medio tenga un considerable sesgo hacia los valores de mediana capitalización, mientras que los gestores con un sesgo de gran capitalización generalmente prefieren los valores que pagan dividendos, los cuales, como ya hemos indicado, probablemente se sitúen a la cola del mercado mundial. Por lo tanto, la exposición a la bolsa británica, si es que se tiene, se articularía mejor a través de un fondo que replique el FTSE 100 que con un gestor activo, ya que incluso los mejores probablemente se vean superados por el índice el próximo año. El inversor avezado sabrá identificar perdedores a largo plazo similares en la bolsa estadounidense a medida que vayan aclarándose las políticas de Trump.
James Bateman es el director global de inversiones en el área de multiactivos de Fidelity.