El G-7 se empieza a parecer más a una agrupación anacrónica. Hubo un tiempo en el que estaba formado por las siete economías más grandes del mundo. Sólo cinco de los siete países se pueden clasificar todavía entre los primeros. Economías del tamaño de China e India no son miembros. Pero concentrarse en el tamaño de la economía es perder el punto del G-7: un club de economías con ideas afines e influyentes. Tomados en conjunto, los derechos de voto que el G-7 tiene en organizaciones como el FMI, el Banco Mundial, la ONU y la OMC es enorme. Cualquier acuerdo que el G-7 presente en conjunto tiene una buena oportunidad de llegar a ser la política oficial de cualquiera de estas organizaciones.
La semana pasada le tocaba al primer ministro japonés, Shinzo Abe, organizar la reunión y aprovechó la oportunidad para decir que la actual situación económica es tan mala como tras la crisis de Lehman Brothers. Recalcó que los precios de las materias primas habían caído más de un 50% y que el crecimiento de la inversión en los mercados emergentes registra su ritmo más lento desde 2009.
Ningún indicador económico apoya esta afirmación, así que ¿por qué planteó estos temas el primer ministro japonés? ¿Cuál era el motivo? Sencillamente porque parece que quiere cobertura política a una mayor flexibilización fiscal en Japón. Abe se había comprometido a elevar el impuesto sobre las ventas en marzo del próximo año (un ajuste fiscal) a menos que hubiera un terremoto o una crisis económica. De ahí sus esfuerzos para acordar en el seno del G-7 que las cosas están tan mal hoy en día como en el periodo post-Lehman Brothers.
En cualquier caso, el aplazamiento del impuesto sobre las ventas se ve como una solución obvia. Basta con mirar el comportamiento de la economía japonesa durante la última década más o menos. En primer lugar, la crisis financiera sacó el PIB real fuera de la tendencia que tenía antes de la crisis (gráfico 2), al igual que ocurrió en la mayoría de economías. La recuperación fue muy rápida, pero luego se produjo el terremoto de Tohoku, y una vez más el PIB real salió fuera de su trayectoria. Después del terremoto, la recuperación se reanudó a un ritmo más lento. Y tras eso, llegó el impuesto sobre las ventas, y el crecimiento descarriló una vez más.
Algunos podrían argumentar que un impuesto sobre las ventas es necesario para contar con solvencia fiscal. Pero el mercado no está de acuerdo: está tan poco preocupado por el panorama fiscal japonés que están dispuestos a pagar por el privilegio de prestar dinero al gobierno nipón durante 10 años. Sin embargo, el gobierno no ha tenido mucho interés en el uso de la política fiscal, lo que le ha hecho depender de la política monetaria. Pero las cada vez más inusuales políticas monetarias puede ser molesto para algunos de los colegas del G-7.
La reacción en cadena de los efectos de las políticas monetarias a nivel global tienden a ser más importantes que las de las políticas fiscales. Los tipos de cambio están ligados a las tasas relativas de interés a corto plazo, es decir, a las expectativas de la política monetaria de los bancos centrales de cada país. La política monetaria más flexible presionará a la baja su tasa de cambio, que por necesidad significa un tipo de cambio más alto para otros países. Esta es la razón por la que los grandes movimientos de política monetaria a menudo conducen a acusaciones de manipulación de los tipos de cambio y a las guerras de divisas. También es por eso que en los últimos años, hay veces en la que los bancos centrales han coordinado su flexibilización.
También explica por qué hay tantos rumores de que el G-20 (un grupo más amplio que el G-7, que incluye países de los mercados emergentes) ejerce presión sobre Japón para que detenga la bajada de los tipos de interés. Dada la estructura de tipos negativos introducida por el Banco de Japón podría decirse que tiene poco efecto sobre la economía (ya que no afecta a todas las tasas), pero tiene un gran impacto en el tipo de cambio y no sería sorprendente que otros países puedan estar molestos.
La política fiscal tiene un efecto mucho menos directo sobre el resto de países, por lo que debería ser más aceptable desde una perspectiva internacional. Sin embargo, no es necesariamente así de aceptable desde un punto de vista interno. En los últimos años el sinónimo ha sido la austeridad. Para el crecimiento económico lo que cuenta no es tanto el nivel del déficit presupuestario, como la variación en el déficit. Este año se prevé que sea el primer año en el que este impulso fiscal es positivo desde 2010 (gráfico 3). La previsión es que se ponga fin a la austeridad adicional, pero sin que haya ningún estímulo. Al parecer, Abe espera cambiar eso. Para Japón, simplemente el endurecimiento no sería un primer paso positivo.
Joshua McCallum es responsable del equipo de economistas de renta fija europea de UBS Asset Management.