Los mercados financieros han soportado su propia versión del Día de la marmota en los últimos meses: los tres temas que preocuparon a los inversores a principios de año —conocer el momento preciso en que la Fed subirá los tipos de interés, el moderado ritmo de crecimiento mundial y la incertidumbre macroeconómica actual en China— no están ahora más cerca de su resolución de lo que lo estaban en verano. Por consiguiente, tal vez valga la pena considerar qué ha cambiado en los mercados y qué no.
La Fed, por su parte, se ha esforzado sobremanera por tratar de sostener la importancia de su reunión sobre política monetaria de diciembre (los actuales precios de mercado indican que en diciembre es probable una subida de tipos, mientras que dicha probabilidad era inferior al 30% antes de la reunión de octubre). No obstante, sigue resultando imposible predecir con total seguridad si la Fed actuará o no antes de finales de año, dado el descenso estacional de la liquidez del mercado de la que somos testigos en diciembre. Los críticos de la Fed argumentarían que el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés) ha sido simplemente demasiado transparente, y que los responsables políticos se han metido en un callejón sin salida. Si el propio FOMC no está seguro de qué debe hacer, se revela imposible que alguien prediga con cierta precisión qué hará la Fed.
Mientras que los movimientos (o falta de ellos) de la Fed han ocupado la mayor parte de las columnas de prensa en las últimas semanas, tal vez lo más preocupante sea la atonía que reflejan los datos económicos a escala mundial. La crisis de Lehman Brothers se produjo hace más de siete años y, pese a ello, aún reviste cierta dificultad detectar indicios de una recuperación cíclica tradicional.
Por el contrario, la preocupación actual de los mercados estriba en la sobrecapacidad de China y qué significará esto no solo para los productores de materias primas y energía, sino también para la rentabilidad industrial en general. Si bien no prevemos una recesión económica, está claro que una serie de sectores mundiales atraviesan una situación bastante complicada, que seguramente empeorará. Hablar de una recesión de los beneficios industriales podría parecer alarmista, aunque puede que no diste mucho de la realidad si se es un productor de equipos de minería o equipos agrícolas, áreas en las que hay un exceso de oferta mundial considerable. Si se fabrica un producto mercantilizado, no diferenciado —como planchas de acero, por ejemplo—, la situación se antoja extremamente complicada y provoca que empresas estén quebrando.
¿Por qué ha sido el crecimiento mundial tan discreto? Una explicación es que mientras que la expansión cuantitativa ha sentado las condiciones (es decir, unos tipos de interés en el entorno del cero) para que las empresas inviertan, las empresas solo cuentan con un incentivo para invertir si creen que existe una demanda por lo que van a producir. Después de la crisis, esa demanda ha destacado por su ausencia, fuera de los mercados emergentes. Por supuesto, como se ha comentado hasta la saciedad, los mercados emergentes están ahora bajo una presión considerable (especialmente los que han basado la expansión de su economía en satisfacer la demanda china de materias primas), lo que significa que las perspectivas de consumo mundial son, en el mejor de los casos, moderadas.
En este contexto, tal vez no sea de extrañar que las empresas hayan optado por reducir costes y utilizar el exceso de efectivo para pagar dividendos (o dividendos especiales) y que últimamente hayan recurrido a la ingeniería financiera (como recompras de acciones) para respaldar sus cotizaciones bursátiles. En un mundo en que es difícil registrar un crecimiento orgánico, cobra mucho más sentido recomprar acciones que comprometerse en proyectos caros a largo plazo que exijan grandes sumas de inversiones de capital y una retribución incierta, como ha ocurrido, muy a su pesar, con muchas empresas de minería.
La falta de confianza empresarial para invertir constituye solo una cara de la moneda. Cuando los precios del petróleo se desplomaron, esperábamos que el consumo se beneficiaría de un dividendo de «energía barata», si bien esto, sencillamente, no ha sucedido del modo que creíamos. ¿Por qué? Creemos que, al igual que las empresas, que se resisten a gastar en proyectos de inversión a gran escala, muchos consumidores están simplemente agradecidos de tener un trabajo en la era poscrisis y, por consiguiente, se están embolsando las ganancias realizadas gracias a los bajos precios de la energía. Tal vez aún más importante, y pese al fortalecimiento de los mercados laborales en países como los EE. UU. y el Reino Unido, el crecimiento de los salarios se ha revelado muy modesto.
Tampoco debemos olvidar que una generación de personas que terminó su educación secundaria o universitaria a finales de la década de 2000 habrá crecido sin conocer nunca el mundo de financiación barata y abundante que existía antes de la crisis de Lehman. El consumo financiado mediante endeudamiento no se está recuperando ni en los EE. UU. ni en otras partes, y esto incidirá de forma notoria en el nivel de aumento del PIB que se registrará el año que viene y los siguientes. En otras palabras: la nefasta alianza de una normativa más estricta, unos mayores costes legales y unos requisitos de capital más exigentes supondrá que los bancos minoristas se parezcan en el futuro cada vez más a las empresas de servicios públicos.
¿Qué significa esto para los inversores? En nuestra opinión, será difícil observar crecimiento orgánico y esto tal vez explique el repunte reciente de la actividad de fusiones y adquisiciones. A las empresas que ya han reducido su base de costes y utilizado operaciones de ingeniería financiera para elevar su cotización bursátil no les quedan muchas otras opciones. En efecto, el aumento de las fusiones y adquisiciones y la mayor creatividad de las empresas al configurar sus balances han desembocado en el deterioro reciente de los fundamentales de crédito en los EE. UU.
Puesto que resulta probable que el crecimiento siga siendo deslucido, los tipos de interés se situarán en cotas más bajas durante más tiempo. De hecho, el tipo final de los fondos federales para este ciclo podría alcanzar un mínimo del 2%. En teoría, este hecho favorece a la renta fija, si bien resulta difícil entusiasmarse por la deuda pública dados los niveles actuales de rendimiento y la subida de tipos esperada de la Fed. No obstante, la deuda de alto rendimiento europea sí parece interesante, en vista del considerable diferencial de rendimiento con respecto a la deuda pública y al hecho de que esta clase de activo suele beneficiarse de las fusiones y adquisiciones, a diferencia de la deuda con calificación investment grade.
Una baja tasa de descuento representa, en teoría, un importante factor positivo para la renta variable, aunque todos los puntos expuestos con anterioridad indican que el crecimiento económico y, por ende, los beneficios, seguramente serán más bajos de lo que serían si parte del exceso de capacidad productiva mundial se hubiera eliminado. Creemos que un enfoque selectivo en renta variable dará sus frutos, especialmente habida cuenta de que existen pocas probabilidades de que las preocupaciones sobre el crecimiento chino remitan pronto. También creemos que los inversores se centrarán más en las valoraciones y en los fundamentales a medida que la liquidez mundial siga disminuyendo, y en ese entorno los inversores deberían estar preparados para llevarse más decepciones con respecto a valores específicos. En el futuro, la Fed no actuará como asegurador de los mercados bursátiles y pese a la probabilidad de que el BCE siga tomando medidas, ya no habrá una marea ascendente de expansión cuantitativa mundial que levante a todos los barcos.
Mark Burgess es director de Inversiones para EMEA de Columbia Threadneedle Investments.