Ha pasado ya un tiempo desde el derrumbe del peso argentino y el paquete de asistencia financiera que el FMI concedió a Brasil para evitar una crisis de deuda. Eso sucedió en 2002, en la última fase de la crisis que cinco años antes comenzara en Asia. Las semejanzas con la actual crisis de los mercados emergentes son patentes: rápida disminución del crecimiento, brusca depreciación de las divisas, creciente riesgo político y Brasil de nuevo en el ojo del huracán.
Ahora bien, las diferencias no son menos evidentes. Entre 1997 y 2002 fueron numerosos los países con problemas de balanza de pagos cuyos sistemas bancarios resultaron comprometidos. El FMI tuvo que intervenir una y otra vez para evitar algo peor. Los problemas de crecimiento actuales no parecen menores que los de entonces, pero por el momento no se aprecian perturbaciones sistémicas. Pese a la notable presión del mercado y el intenso crecimiento del crédito en años precedentes, hasta ahora no se han materializado grandes impagos. ¿Se trata de una muestra de resistencia o es que la presión simplemente no ha sido lo suficientemente alta?
Esta cuestión es crucial, especialmente en el entorno de mercado actual, ya que las monedas de países de mercados emergentes, tras una depreciación en promedio del 40% frente al dólar estadounidense en los últimos cuatro años, descuentan ya no pocos problemas. Lo mismo cabe decir de los mercados de valores: en cinco años, la renta variable de mercados emergentes ha llegado a cotizar hasta 60 puntos porcentuales por debajo de su homóloga de mercados desarrollados.
Al final del verano, casi todos los inversores profesionales se habían posicionado a la espera de más miseria en los mercados emergentes, sobre todo después de que la mini-devaluación del renminbi suscitase renovada inquietud sobre China. Pero, en ese mismo período, el ritmo de crecimiento promedio en el mundo emergente comenzó a exhibir cierta recuperación, tras ocho meses consecutivos de deterioro. Y, en septiembre, la Fed decidió no subir los tipos de interés. Estos factores han propiciado una significativa recuperación de los mercados emergentes en las últimas semanas, reflejándose tanto en las acciones como en las divisas y los bonos.
Las recientes alzas en las cotizaciones tienen por tanto su lógica. Pero, ¿estamos ante un repunte pasajero o al inicio de una recuperación de carácter más estructural? La respuesta a esta pregunta pasa por explicar antes la razón por la que la crisis actual no ha provocado grandes calamidades. Porque, si la conclusión fuera que el mundo emergente posee en esta ocasión aguante suficiente como para prevenir grandes incumplimientos o crisis bancarias, entonces podría estar alumbrándose una interesante recuperación del mercado. En tal caso, la corrección de los tipos de cambio y de los tipos de interés en estos últimos años habría sido probablemente suficiente para recuperarse de los peores desequilibrios.
Pero existen tres buenas razones para creer que tan sólo es cuestión de tiempo que surjan problemas importantes en los sistemas financieros de los mercados emergentes con fundamentos económicos más débiles: la desaceleración del crecimiento de China, que hace que sea poco probable una recuperación duradera de los precios de materias primas y productos básicos, así como del crecimiento del comercio mundial; la normalización de la política monetaria de Estados Unidos, que mantendrá deprimidos los flujos de capital tendentes hacia mercados emergentes, y, sobre todo, el crecimiento excesivo del crédito, en particular después de 2008, en al menos la mitad de los países con economías emergentes. En la actual recuperación del mercado, estos problemas reciben menos atención. Pero eso no significa que hayan desaparecido.
Maarten-Jan Bakkum es xperto en Estrategia Senior y Mercados Emergentes de NN Investment Partners.