La ausencia de explicaciones o los medios insuficientes nunca han sido obstáculo para que las sociedades, representadas por sus mentes más brillantes, hayan derribado barreras intelectuales y cambiado la percepción del mundo en un instante de lucidez. Los genios existieron, existen y existirán, y sus ideas rompedoras serán las responsables de que la humanidad siga avanzando a base de escalones, más que de ligeras cuestas arriba.
En el año 200 antes de Cristo, la idea de que La Tierra era plana estaba prácticamente desechada, eminentes científicos y pensadores de la Grecia clásica habían llegado ya a la conclusión de que existía algún tipo de curvatura. Anaximandro de Tales había descrito, tres siglos antes, una Tierra con forma cilíndrica. Sin embargo, tampoco se tenía mucha más idea de la morfología del planeta. Pero entonces, llegó Erastótenes, clavó una vara en el suelo, y dedujo con bastante exactitud la circunferencia de La Tierra, por lo tanto también su radio, y además su distancia al Sol. Y así de tranquilo se fue para casa el hombre.
¿Pero quién era este Erastótenes? El caballero en cuestión nació en Cirene, en la actual Libia, en el año 275 A.C. Formado en Atenas y Alejandría (llegó a ocupar la dirección de su afamada biblioteca) en diversas artes y ciencias, como era costumbre en los eruditos de la época, aunque sus preferencias estaban en los campos de la geografía, la matemática y la astronomía.
Antes de tener la brillante idea del palo, ya había inventado el astrolabio esférico, un instrumento de medición y posicionamiento (usado hasta bien entrada la edad moderna, en el siglo XVII) con el que dedujo la eclíptica de la Tierra (el ángulo entre el eje de rotación del planeta sobre el plano de la órbita alrededor del Sol, que causa las estaciones del año) y multiplicando por dos este ángulo, dedujo también la posición de los trópicos en torno a 23 grados y 50 minutos sobre el ecuador, con una precisión muy importante (el dato real son 23o 26’).
Así que, tras esta primera aproximación a la morfología de la Tierra, que consideraba como una esfera perfecta, Erastótenes seguía trabajando en idear observaciones y experimentos que le permitieran seguir avanzando en la descripción física de nuestro planeta (ciencia conocida como Geodesia, de la cual se le considera padre). Estaba investigando sobre el tema en la biblioteca de Alejandría cuando un papiro egipcio cayó en sus manos: describía una curiosa descripción de algo considerado hasta el momento como anecdótico. Existía una ciudad al sur de Alejandría llamada Siena (Asuán en la actualidad) en la cual una vara clavada en el suelo el 21 de junio no producía sombra alguna, y además, era posible ver el sol reflejado en el agua de un pozo.
Así que Erastótenes esperó pacientemente hasta el 21 de junio a mediodía, salió a la calle, y clavó su vara en Alejandría para ver si había sombra o no. Y sí había. A partir de ahí, asumió que la distancia del Sol era tan grande que podía considerar los rayos de luz como paralelos, por lo que el tamaño de la sombra en Alejandría tenía que ser proporcional a la circunferencia de la Tierra que se recorriera al medir la distancia entre Siena y Alejandría, y que de ahí se podría inferir la circunferencia total.
Para obtener la distancia entre ambas ciudades, contrató (según la tradición egipcia, no es algo probado, aunque sí muy ingenioso) a un pequeño batallón de soldados para recorrer el camino, ya que asumió que al estar entrenados para andar en formación, sus pasos serían homogéneos, cubriendo la misma distancia con cada zancada.
Ahora ya sabía que, por la medición de la sombra en Alejandría, la distancia entre ambas ciudades era de 7 grados y doce minutos (una proporción de 1/50 sobre la circunferencia), y que eso suponía una distancia de 5.000 estadios (un estadio equivale a 184,8 metros), y con un pequeño cálculo, obtuvo un resultado: 46.570 kilómetros de circunferencia (252.000 estadios).
Hoy sabemos, gracias a satélites de precisión, que la circunferencia de la Tierra es de 40.000 kilómetros, por lo que Erastótenes cometió un error del 15%, nada despreciable. Sin embargo, si afinamos sus premisas iniciales, descubrimos que descontando estos efectos, el método es realmente bueno. En primer lugar, Alejandría y Asuán no están sobre el mismo paralelo, es decir, no están perfectamente alineadas en una recta que uniera los dos polos pasando por ellas: Alejandría está tres grados más al Oeste. En segundo lugar, Asuán tampoco está exactamente sobre el trópico, sino que está a unos 70 kilómetros al norte. Y por último, la Tierra no es una esfera perfecta, sino que está ligeramente achatada por los polos.
Si repetimos su experimento con las premisas adecuadas, el resultado es sorprendente: obtendremos la circunferencia de la Tierra con un margen de error de tan sólo un 0,15%, por lo que la idea de Erastótenes es, de hecho, brillante.
Posteriormente, con estos datos, la eclíptica y la observación de los eclipses, dedujo que la distancia entre el Sol y la Tierra debía ser de unos 148,6 millones de kilómetros, muy cerca de la medida real, 149,6 millones de kilómetros. Una vez más, brillante.
¿Qué nos dice la historia de Erastótenes? Pues que una mente brillante y una idea ingeniosa son todo lo que se necesita para cambiar la percepción que tenemos del mundo. Huxley dijo en su día que las ideas brillantes son aquellas que, por su belleza y simplicidad, hacen que todo el mundo se plantee cómo es posible que no se nos hubieran ocurrido antes.
La innovación, las ideas alocadas o rompedoras, incluso los excéntricos, son el revulsivo que provocan periodos de grandes avances tecnológicos, cambios tan profundos que tendemos a denominarlos como revoluciones: agrícolas, industriales, espaciales… todos estos periodos de increíble avance humano en cortos periodos de tiempo suelen tener en su base una pequeña locura fruto del talento y la valentía de los innovadores. Y es por lo tanto una responsabilidad de la sociedad en conjunto dar un espacio (y algo de tiempo y paciencia) al talento innovador.
¿Seremos capaces, como sociedad, de clavar de nuevo un palo en el suelo?
Alejandro Vidal Crespo es director de Estrategia en Banca March