Uno de los principales desafíos a los que se enfrenta la gestión activa es la tan recurrida, si bien incorrecta, noción de que, en términos agregados y después de comisiones, la gestión activa constituye un juego de suma negativa. Esto quiere decir que, si consideramos que la suma de todos los gestores de fondos encargados de la gestión de una clase específica de activos representa el mercado, entonces podemos esperar que, después de comisiones, menos de la mitad de los gestores activos serán ganadores y más de la mitad, perdedores. No cabe duda de que esta noción se ve exacerbada por la mayor incidencia de la «gran lacra» del sector de la gestión activa: a saber, los gestores de escasas convicciones que replican índices de manera encubierta, aquellos que se ciñen rigurosamente a un índice de referencia y adoptan una actitud de invertir para no perder, mientras cobran comisiones por una gestión activa. Si quisiéramos hallar una fórmula concebida para rendir por debajo del mercado y restar valor a las carteras de los inversores, no tendríamos que ir más lejos.
También existen esos otros gestores que, debido a su ineficacia para gestionar los límites de capacidad de las estrategias escogidas, se ven desbordados por las entradas de efectivo derivadas de una fuerte rentabilidad a corto plazo. Esto ilustra cuán importante resulta diferenciar entre los gestores de activos conscientes de los límites de capacidad de dichas estrategias y los meros «acumuladores de activos».
Esta disyuntiva entre gestión activa y pasiva de fondos ha sido objeto de un encarnizado debate durante más de 50 años. Este debate se ha centrado generalmente (y durante demasiado tiempo) en los conceptos de rentabilidad relativa y coste, en lugar de prestar atención a un factor más relevante: el coste con respecto al valor añadido. Esto viene a ser, en otras palabras, la habilidad para obtener una rentabilidad superior de manera constante, una vez descontadas las comisiones, y lograr los resultados de inversión deseados.
Para cualquier inversor, el equilibrio adecuado entre gestión activa y gestión pasiva depende fundamentalmente de sus creencias inversoras (sobre todo en lo que respecta al funcionamiento de los mercados, la fijación de precios de los títulos y el valor de la diversificación), sus metas de inversión, sus presupuestos de gobernanza (es decir, sus capacidades y recursos de inversión) y su apetito por el riesgo.
Los méritos relativos de la gestión activa y pasiva giran, por lo tanto, en torno a tres elementos clave: la eficiencia de los mercados (en términos de precios); si son ineficientes, la habilidad de los gestores activos para sacar partido de manera constante y rentable a las anomalías del mercado, después de comisiones; y la habilidad para satisfacer las expectativas de los inversores.
El principal argumento a favor de la gestión activa estriba en que, en un mundo en el que los mercados se ven sujetos a distintos grados de eficiencia, los gestores activos disponen potencialmente de las destrezas necesarias para batir al mercado. La diferencia, real o prevista, entre la rentabilidad de la cartera de un gestor activo y la de su índice de referencia se conoce como «riesgo activo» o error de seguimiento (tracking error).
Cuanto mayor sea el tracking error objetivo, mayor será el margen de maniobra del gestor de fondos para desvincularse del índice de referencia. Cuanto mayor sea el tracking error materializado, mayor habrá sido la desvinculación del gestor con respecto al índice de referencia. Otro concepto estrechamente ligado al tracking error es el ratio de información, una medida de la rentabilidad ajustada al riesgo que permite validar la habilidad de un gestor activo para aprovechar las anomalías del mercado o, al menos, el grado en que esta desviación respecto al índice de referencia se ve recompensada. Sin embargo, y a todas luces, esto no constituye una validación definitiva de la habilidad del gestor.
Por otro lado tenemos la «exposición activa» (o active share), que ofrece un buen punto de partida para evaluar el componente activo de un gestor de fondos midiendo el porcentaje de la cartera que difiere de su índice de referencia. Una vez más, si los inversores desearan comprobar si están obteniendo el valor esperado en función de las comisiones de gestión activa abonadas, el dato de exposición activa debería analizarse en su contexto y utilizarse junto con otros parámetros (como el tracking error materializado y el ratio de información).
Chris Wagstaff es director de Educación en Inversión y Pensiones de Columbia Threadneedle Investments.