Parece que Estados Unidos, y los inversores estadounidenses, están apostando como nunca por la India. El presidente Barack Obama fue el invitado de honor en las recientes celebraciones del día de la república India. El viaje fue la primera visita oficial de un presidente de Estados Unidos, y un honor que la India ha otorgado normalmente a sus tradicionales aliados. Había una sensación de optimismo sobre el lugar que ocupa la India en el mundo y los titulares de la prensa local se hacían eco de la aparentemente buena química entre el presidente Obama y el primer ministro Narendra Modi.
La visita de Obama a la India remató varios meses buenos del nuevo gobierno de la India. La administración de Modi llegó al poder con un programa basado en el desarrollo de la economía, reflejando el deseo de la nación entera de ver un rápido crecimiento económico en lugar de una redistribución de la riqueza. A lo largo del camino hubo algo de buena suerte imprevista; la caída de los precios del petróleo ha moderado la inflación y siempre deja margen de maniobra para llevar a cabo reformas. Además, las bolsas del país parecen haber dado su aprobación incondicional a las reformas.
Este optimismo con respecto a la India se está convirtiendo en norma. Solo hay que echar un vistazo a las previsiones de crecimiento del Fondo Monetario Internacional, por ejemplo. El FMI espera ahora que las tasas de crecimiento de la India comiencen a superar a las de China en algún momento entre 2017 y 2018. Además la India cuenta con una población joven: el 29% tiene menos de 15 años de edad y un sólo el 5% es mayor de 65 años. Los datos comparables para el gigante asiático son del 18% y el 9%, respectivamente.
La India puede hacer muchas cosas para mejorar simplemente copiando el crecimiento de China. Una de ellas es la construcción de infraestructuras. Además, puede hacerlo con un sentido más arraigado de gobierno corporativo y de mercados de capital. China tuvo que destruir un sistema comunista y tratar de reconstruirlo en el mercado libre. La tarea de la India es probablemente más fácil. Así que, ¡un brindis por la India!
Pero los inversores harían bien con enfriar, al menos un poco, sus expectativas. Persisten los desafíos. Las reformas estructurales son difíciles de sacar adelante, pues existen intereses contrapuestos bien atrincherados. Estas barreras quedan magnificadas en democracia, especialmente en un país tan poblado. La democracia parlamentaria de la India tiene dos cuerpos, la Cámara Alta y la Cámara Baja, y la legislación debe ser aprobada por ambas. En la Cámara Alta, el partido que gobierna está en minoría y, por tanto, no ha podido aprobar la mayor parte de sus propuestas legislativas.
Por otra parte, el mercado no cotiza barato. El PER del BSE 500, su índice bursátil, está a 21 veces (usando el PER de los últimos 12 meses). Aunque esto podría ser sólo ligeramente superior a la valoración a largo plazo, situada en 17 veces, todavía se pueden encontrar algunas empresas por debajo. Hay varios sectores que cotizan por encima de la valoración de mercado agregada.
Utilizando las previsiones de beneficios, las valoraciones parecen mucho más baratas que ese 17. Eso es lo importante. Por el momento, la India cotiza dentro de las expectativas de que se produzca una subida de los ingresos, las expectativas de un mejor gobierno corporativo y las expectativas de un crecimiento económico más rápido. En este contexto, incluso los errores de menor importancia pueden traducirse en dolor en las bolsas.
Así que, no es que no vemos el valor de las reformas propuestas por Modi o la promesa de una joven India, liberada de las cargas de la burocracia. Es sólo que estos objetivos no se han alcanzado aún. Hay que invertir en la India sólo después de una mirada sobria a largo plazo. Tenga cuidado tratando de perseguir el impulso de los precios.
Sudarshan Murthy es analista financiero en Matthews Asia.
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