La decisión del año pasado de flexibilizar la política de “un solo hijo” ha sido un importante paso político del Gobierno chino, pero tendrá poco impacto en las tendencias demográficas y económicas del país. Los líderes del gigante asiático han puesto fin a «uno de los ejemplos más crueles de ingeniería social estatal jamás visto».
El rápido crecimiento de la población tras la II Guerra Mundial dirigió la atención al control de la natalidad a nivel internacional. Una de las respuestas más extremas corrió a cargo de la India donde se llevaron a cabo más de 8 millones de esterilizaciones forzosas. China inició su política de “un solo hijo” en 1980.
El pasado mes de noviembre, el Partido Comunista chino anunció que esta política podría flexibilizarse permitiendo a las familias tener dos hijos si uno de los padres es hijo único. Esto supone un cambio con respecto a las leyes anteriores que exigían que tanto el marido como la esposa fueran hijos únicos, si querían tener dos hijos.
Como esta flexibilización ha sido reforzada con la desmantelación de los sistemas burocráticos encargados de velar por la política de un solo hijo, en mi opinión, esto representa el rápido final que le espera a la medida.
El aspecto más importante de este movimiento es político, porque supone la retirada del Partido de los dormitorios de sus ciudadanos. Restaurar este elemento de la libertad personal debería ayudar a reconstruir la confianza de la gente en el Partido.
Pero, en contra de lo que piensa todo el mundo, no es probable que el fin de la política de un solo hijo cambie la tendencia a largo plazo de una menor tasa de natalidad. Los actuales datos en China, de alrededor de 1,5 hijos por mujer, podrían caer aún más bajo en el futuro y situarse cerca de las cifras de Corea del Sur de 1,3, debido a las presiones de la vida moderna que llevan a las parejas chinas a tener familias más pequeñas.
Familias más pequeñas
Es importante reconocer que la mayor caída en la tasa total de la natalidad de China (el número medio de hijos por mujer) en realidad llegó antes de que en 1980 entrara en vigor la política del «hijo único». La tasa de natalidad se redujo en más de la mitad, de 5,5 a 2,7, entre 1970 y 1980, debido a la gran influencia del aumento de la urbanización y la caída de las tasas de mortalidad infantil. Hoy en día, la tasa de natalidad de China se sitúa en torno al 1,5.
Aunque bajo esta nueva política 11 millones de parejas pueden solicitar permiso para tener un segundo hijo, sólo 700.000 parejas (el 6% del total) lo solicitaron en agosto de este año.
Impacto a largo plazo
El año pasado, antes de que se anunciara el cambio de política, hablé con uno de los principales demógrafos de China, Wang Feng, sobre las perspectivas de este cambio. Wang es profesor de sociología en la Universidad de California, Irvine, e imparte docencia también en facultad de Fudan, en la Universidad de Shanghai. Es miembro senior no residente en el Centro Brookings-Tsinghua en Pekín y recientemente escribió que la política de un solo hijo «pasará a la historia como un ejemplo de libro de mala ciencia combinada con una mala política».
Lo primero que le pregunté fue por el impacto a largo plazo del fin de la política de hijo único y su respuesta fue que cree que las expectativas de un repunte en la tasa de natalidad se han exagerado. “En la mayoría de las zonas rurales de China, las parejas que quieren tener dos hijos ya los han tenido. Es cierto que algunas parejas quieren tener dos niños, pero hay indicios que revelan que muchas parejas urbanas están felices de quedarse solo con uno. Y luego están las parejas que eligen no tener hijos, dadas las ramificaciones-financieras del coste de tenerlos”, explicó.
Si quiere leer la entrevista completa con el profesor Wang siga este link.
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